Siempre que hablamos del alma, o más bien del espíritu, y su relación con el cuerpo, comienzan a surgir dudas de lo más variopintas hasta en los cristianos más fervientes. A la par, suele ser un tema recurrente que una y otra vez mencionan los ateos y no creyentes, poniendo a muchos cristianos en una posición francamente comprometida, sin saber muy bien qué responder o cómo salir de ella.
Unido a esto hay que decir que, aunque hubo muchísimos debates y se afrontó la cuestión por parte de teólogos de todo tipo, de santos, y de estamentos dispares de la Iglesia, no hay una respuesta que lo aclare de manera contundente o que, al menos, sea suficientemente esclarecedora sin necesidad de recurrir al socorrido argumento de la fe: "hay que creer", "da igual cómo ocurra, hay que tener fe".