Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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11.9.17

Venid, benditos, a la Ciudad de Dios


"Venite Benedicti Patris mei, possidete paratum vobis Regnum a constitutione mundi", Matth, 2,5 ("Venid Benditos de mi Padre, a gozar del Reino que os está preparado desde el principio del mundo"). ¡Oh, alma!, oye con presteza la voz de Cristo con que te llama a imitar su vida, para que seas después digna de oír esta dulce frase, con que te llamará a recibir la corona.

¿Cuál será el consuelo del alma dichosa, que merecerá tan feliz llamada, oyéndola de aquella celestial voz? ¡Oh, corazón humano!, si tu fe se alarga a creer esta verdad, dime, ¿cómo puedes vivir olvidado de semejante bienaventuranza? Si confiesas esta fe con tu boca, a cada paso con tus obras la estás negando, es tal la vida que llevas: aviva, pues esta fe, despertándola, y merecerás la llamada del Salvador, y oirás de su boca: "¡oh, buen siervo y fiel amigo, que diste tan buena cuenta de lo poco!, yo te ensalzaré sobre lo mucho, entra en el gozo de tu Señor".

14.6.17

La tierra futura


Siempre que hablamos del alma, o más bien del espíritu, y su relación con el cuerpo, comienzan a surgir dudas de lo más variopintas hasta en los cristianos más fervientes. A la par, suele ser un tema recurrente que una y otra vez mencionan los ateos y no creyentes, poniendo a muchos cristianos en una posición francamente comprometida, sin saber muy bien qué responder o cómo salir de ella.

Unido a esto hay que decir que, aunque hubo muchísimos debates y se afrontó la cuestión por parte de teólogos de todo tipo, de santos, y de estamentos dispares de la Iglesia, no hay una respuesta que lo aclare de manera contundente o que, al menos, sea suficientemente esclarecedora sin necesidad de recurrir al socorrido argumento de la fe: "hay que creer", "da igual cómo ocurra, hay que tener fe".