Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

16.1.18

Plegaria a Nuestra Señora y Reina


Madre del amor y guía
del alma que espera en Ti,
Madre mía, Madre mía,
vuelve tus ojos a mí.

Como estrella de los mares,
como estrella de las almas,
Tú consuelas los pesares
y Tú las tormentas calmas;

causa de nuestra alegría,
alégrese el alma en Ti,
Madre mía, Madre mía,
vuelve tus ojos a mí.

Tú que sabes la amargura
del que llora sin consuelo,
tú que alumbras, Virgen pura,
la senda que lleva al cielo,

vuelve tus ojos, María,
al que la luz busca en Ti,
Madre mía, Madre mía,
vuelve tus ojos a mí.

Al brillar el sol de Oriente,
abre su cáliz la flor,
y ábrese el alma que siente
las miradas de tu amor.

Mírame Tú, luz del día,
y abre mi alma toda a Ti,
Madre mía, Madre mía,
vuelve tus ojos a mí.

Luz del pobre peregrino,
estrella de salvación,
brilla siempre en mi camino
y brilla en mi corazón.

Alumbre Tú mi agonía,
y al volar el alma a Ti,
Madre mía, Madre mía,
vuelve tus ojos a mí.

Madre del amor y guía
del alma que espera en Ti,
Madre mía, Madre mía,
vuelve tus ojos a mí.

(R. del Valle)

| Redacción: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

14.1.18

Incertidumbre de la hora de la muerte


Estote praemonuisse, quia qua hora non putatis, filius hominis veniet.
Estad prevenidos, porque a la hora que menos pensáis vendrá el Hijo del Hombre. (Lc., 12, 40).


Certísimo es que todos hemos de morir, mas no sabemos cuándo. Nada hay más cierto que la muerte, pero nada más incierto que la hora de la muerte. Determinados están, hermano mío, el año, el mes, el día, la hora y el momento en que tendrás que dejar este mundo y entrar en la eternidad; pero nosotros lo ignoramos.

Nuestro Señor Jesucristo, con el fin de que estemos siempre bien preparados, nos dice que la muerte vendrá como ladrón oculto y de noche (1 Ts., 5, 2). Otras veces nos exhorta a que estemos vigilantes, porque cuando menos lo pensemos vendrá Él mismo a juzgarnos (Lc., 12,40).

12.1.18

Oración de San Juan Pablo II a Santa María Inmaculada


¡Dios te salve, Santa María, Madre de Cristo y de la Iglesia! A tus cuidados confiamos las necesidades de todas las familias, las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos, y el sereno atardecer de los ancianos.

Te encomendamos la fidelidad y abnegación de los obispos y sacerdotes, la esperanza de quienes se preparan para este ministerio, la solicitud y oración de los religiosos y religiosas, la vida y el empeño de cuantos trabajan por el Reino de Cristo.

Virgen Santa, aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad, ayuda a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo. Fortalece a los débiles en la fe.

(Oración de San Juan Pablo II en España).

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

11.1.18

Del inefable bien de la gracia divina y del gran error de enemistarnos con Dios


Nescit homo pretium eius.
No comprende el hombre su precio. (Job, 28, 13).


Dice el Señor que quien sabe apartar lo precioso de lo vil es semejante a Dios, que sabe desechar el mal y escoger el bien (Jer., 15, 19). Veamos cuán gran bien es la gracia divina, y qué mal inmenso la enemistad con Dios.

No conocen los hombres el valor de la divina gracia (Jb., 28, 13). De aquí que la cambien por naderías, por humo sutil, por un poco de tierra, por un irracional deleite. Y, sin embargo, es un tesoro de infinito valor que nos hace dignos de la amistad de Dios (Sb., 7, 14) de suerte que el alma que está en gracia es regalada amiga del Señor.

9.1.18

Oración al Inmaculado Corazón de María


¡Oh Corazón de María!, el más amable y compasivo de los corazones después del de Jesús, trono de las misericordias divinas a favor de los miserables pecadores. Yo, reconociéndome sumamente necesitado, acudo a Vos a quien el Señor a puesto todo el tesoro de sus bondades, con plenísima seguridad de ser por Vos socorrido.

Vos sois mi refugio, ¡oh Madre amorosa del Verbo encarnado!, mi amparo, mi esperanza; por esto os digo y os diré en todos mis apuros y peligros:

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!