Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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28.11.17

La importancia de la perseverancia


Qui perseverarerit usque in finem, hic salvus erlt.
El que persevere hasta el fin, éste será salvo. (Mt., 24, 13).


Dice San Jerónimo (Lib. 1, cont. Iovin.) que muchos empiezan bien, pero pocos son los que perseveran. Bien comenzaron un Saúl, un Judas, un Tertuliano; pero acabaron mal, porque no perseveraron como debían. En los cristianos no se busca el principio, sino el fin (S. Hier. Ad Fur.). El Señor -prosigue diciendo el Santo- no exige solamente el comienzo de la buena vida, sino su término; el fin es el que nos alcanzará la recompensa.

De aquí que San Lorenzo Justiniano llame a la perseverancia "puerta del Cielo". Quien no hallare esa puerta no podrá entrar en la gloria.

24.11.17

La vida presente es un viaje hacia la eternidad


Ibit Homo In domum aeternitatis suae.
Irá el hombre a la casa de su eternidad. (ecl. 12, 5).


Al considerar que en este mundo tantos malvados viven prósperamente, y tantos justos, al contrario, viven llenos de tribulaciones, los mismos gentiles, con el solo auxilio de la luz natural, conocieron la verdad de que existiendo Dios, y siendo Dios justísimo, debe haber otra vida en que los impíos sean castigados y premiados los buenos.

Pues esto mismo que los gentiles conocieron con las luces de la razón, nosotros los cristianos lo confesamos también por la luz de la fe: "no tenemos aquí ciudad permanente, mas buscamos la que está por venir" (He., 13,14).

21.11.17

Las penas del infierno


El ibunt hi in supplicium aeternum.
E irán éstos al suplicio eterno. (Mt., 25, 46).


Dos males comete el pecador cuando peca: deja a Dios, Sumo Bien, y se entrega a las criaturas. "Porque dos males hizo mí pueblo: me dejaron a Mi, que soy fuente de agua viva, y cavaron para sí aljibes rotos, que no pueden contener las aguas", (Jer., 2, 13). Y porque el pecador se dio a las criaturas, con ofensa de Dios, justamente será luego atormentado en el infierno por esas mismas criaturas, el fuego y los demonios; ésta es la pena de sentido. Mas como su culpa mayor, en la cual consiste la maldad del pecado, es el apartarse de Dios, la pena más grande que hay en el infierno es la pena de daño, el carecer de la vista de Dios y haberle perdido para siempre.

Consideremos primeramente la pena de sentido. Es de fe que hay infierno, cárcel destinada al castigo de los rebeldes contra Dios.

19.11.17

El auténtico valor del tiempo


Fili, conserva tempus.
Hijo, guarda el tiempo. (ecl., 4, 23).


Procura, hijo mío -nos dice el Espíritu Santo-, emplear bien el tiempo, que es la más preciada cosa, riquísimo don que Dios concede al hombre mortal. Hasta los gentiles conocieron cuánto es su valor. Séneca decía que nada puede equivaler al precio del tiempo. Y con mayor estimación lo apreciaron los Santos.

San Bernardino de Sena (Serm. 4, post Dom I Quadr., c. 4) afirma que un instante de tiempo vale tanto como Dios, porque en ese momento, con un acto de contrición o de amor perfecto, puede el hombre adquirir la divina gracia y la gloria eterna.

18.11.17

Sentimientos de un moribundo no acostumbrado a considerar la muerte


Dispone domui tuae, quia morieris tu, et non vives.
Dispon de tu casa, porque morirás y no vivirás. (Is., 38. I).


Imagina que estás junto a un enfermo a quien quedan pocas horas de vida. ¡Pobre enfermo! Mirad cómo le oprimen y angustian los dolores, desmayos, sofocaciones y falta de respiración, el sudor glacial y el desvanecimiento, hasta el punto de que apenas siente, ni entiende, ni habla.

Y su mayor desdicha consiste en que, estando ya próximo a la muerte, en vez de pensar en su alma y apercibir la cuenta para la eternidad, sólo trata de médicos y remedios que le libren de la dolencia que le va matando. No son capaces de pensar más que en si mismos, dice San Lorenzo Justiniano al hablar de tales moribundos. Pero ¿a lo menos, los parientes y amigos le manifestarán el peligroso estado en que se halla? No; no hay entre todos ellos quien se atreva a darle la nueva de la muerte y advertirle que debe recibir los santos sacramentos. Todos rehuyen el decírselo para no molestarle.

13.11.17

Retrato de un hombre que acaba de morir


Pulvis es, et in pulverem reverteris.
Eres polvo, y en polvo te convertirás (Gn.. 3. 19).


Considera que tierra eres y en tierra te has de convertir. Día llegará en que será necesario morir y pudrirse en una fosa, donde estarás cubierto de gusanos (Sal., 14, 11). A todos, nobles o plebeyos, príncipes o vasallos, ha de tocar la misma suerte. Apenas, con el último suspiro, salga el alma del cuerpo, pasará a la eternidad, y el cuerpo, luego, se reducirá a polvo (Sal. 103, 29).

Imagínate en presencia de una persona que acaba de expirar: mira aquel cadáver, tendido aún en su lecho mortuorio; la cabeza inclinada sobre el pecho, esparcido el cabello, todavía bañado con el sudor de la muerte; hundidos los ojos; desencajadas las mejillas; el rostro de color de ceniza; los labios y la lengua de color de plomo; yerto y pesado el cuerpo... ¡Tiembla y palidece quien lo ve! ¡Cuántos, sólo por haber contemplado a un pariente o amigo muerto, han mudado de vida y abandonado el mundo!

9.11.17

La amorosa permanencia de Cristo en el Santísimo Sacramento del Altar


Venite ad me omnes qui laboratis, et onerati estis et ego reficiam vos.
Venid a Mí todos los que estáis trabajados y abrumados, que Yo os aliviaré (Mt., 11. 28).


Nuestro amantísimo Salvador, al partir de este mundo después de haber dado cumplimiento a la obra de nuestra redención, no quiso dejarnos solos en este valle de lágrimas. "No hay lengua que pueda declarar -decía San Pedro de Alcántara- la grandeza del amor que tiene Jesús a las almas; y así, queriendo este divino Esposo dejar esta vida para que su ausencia no les fuese ocasión de olvido, les dio en recuerdo este Sacramento Santísimo, en el cual Él mismo permanece; y no quiso que entre Él y nosotros hubiera otra prenda para mantener despierta la memoria".

Este precioso beneficio de nuestro Señor Jesucristo merece todo el amor de nuestros corazones, y por esa causa en estos últimos tiempos dispuso que se instituyese la fiesta de su Sagrado Corazón, como reveló a su sierva Santa Margarita de Alacoque, a fin de que le rindiésemos con nuestros obsequios de amor algún homenaje por su adorable presencia en el altar, y reparásemos, además, los desprecios e injurias que en este Sacramento de la Eucaristía ha recibido y recibe aún de los herejes y malos cristianos.

7.11.17

La vanidad del mundo en que vivimos


Quid prodest homini si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum patiatur?
¿Qué aprovecha al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? (Mt., 16, 26).


En un viaje por mar, cierto antiguo filósofo, llamado Aristipo, naufragó con la nave en que iba, y él perdió cuantos bienes llevaba. Mas pudo llegar salvo a tierra, y los habitantes del país a que arribó, entre los cuales gozaba Aristipo gran fama por su ciencia, le proveyeron de tantos bienes como había perdido. Por lo cual escribió luego a sus amigos y compatriotas encomendándoles, con su ejemplo, que sólo atendiesen a proveerse de aquellos bienes que ni aún con los naufragios se pueden perder.

Esto mismo nos avisan desde la otra vida nuestros deudos y amigos que llegaron a la eternidad. Nos advierten que en este mundo procuremos, ante todo, adquirir los bienes que ni aun con la muerte se pierden. Día de perdición se llama el día de la muerte, porque en él hemos de perder los honores, riquezas y placeres, todos los bienes terrenales. Por esta razón dice San Ambrosio que no podemos llamar nuestros a tales bienes, puesto que no podemos llevarlos con nosotros a la otra vida, y que sólo las virtudes nos acompañan a la eternidad ("non nostra sunt, quae non possumus auferre nobiscum: sola virtus nos comitatur").

3.11.17

La importancia de la salvación


Rogamos autem vos fratres..., ut vestrum negotíum agatis.
Mas os rogamos, hermanos..., que hagáis vuestra hacienda (Ts., 4, 10-11).


El negocio de la eterna salvación es, sin duda, para nosotros el más importante y, con todo, es el que más a menudo olvidan los cristianos. No hay diligencia que no se practique ni tiempo que no se aproveche para obtener algún cargo, o ganar un pleito, o concertar un matrimonio... ¡Cuántos consejos, cuántas precauciones se toman! ¡No se come, no se duerme!

Y para alcanzar la salvación eterna, ¿qué se hace y cómo se vive? Nada suele hacerse; antes bien, todo lo que se hace es para perderla, y la mayoría de los cristianos viven como si la muerte, el juicio, el infierno, la gloria y la eternidad no fuesen verdades de fe, sino fabulosas invenciones poéticas o cuentos de fantasía.

30.10.17

El amor de Dios


Nos ergo diligamus Deum, quoniam Deus prior dilexit nos.
Pues amemos nosotros a Dios, por­que Dios nos amó primero (1 Jn., 4, 19).


Considera, ante todo, que Dios merece tu amor, porque Él te amó antes que tú le amases, y es el primero de cuantos te han amado (Jer., 31, 3). Los que primeramente te amaron en este mundo fueron tus padres, pero no sintieron ni pudieron tenerte amor sino después de haberte conocido.

Más antes que tuvieras el ser, Dios te amaba ya. No habían nacido ni tu padre ni tu madre, y Dios te amaba. ¿Y cuánto tiempo antes de crear el mundo comenzó Dios a amarte? ¿Quizá mil años, mil siglos antes? No contemos años ni siglos. Dios te amó desde la eternidad (Jeremías, 31, 3).

26.10.17

La gran -y desconocida- misericordia de Dios


Superexaltat autem misericordia iudícium.
La misericordia triunfa sobre el juicio. (Santiago, 2, 13).


La bondad es comunicativa por naturaleza; de suyo tiende a compartir sus bienes con los demás. Dios, que por su naturaleza es la bondad infinita (Deus cuius natura bonitas, San León), siente vivo deseo de comunicarnos su felicidad, y por eso tiende más a la misericordia que al castigo. "Castigar -dice Isaías- es obra ajena a las inclinaciones de la divina voluntad". "Se enojará para hacer Su obra (ó venganza), obra que es ajena de El, obra que es extraña a Él" (Is., 28, 21). Y cuando el Señor castiga en esta vida es para ser misericordioso en la otra (Sal. 59, 3). Se muestra airado con el fin de que nos enmendemos y aborrezcamos el pecado (Sal. 5). Y si nos castiga es porque nos ama, para librarnos de la eterna pena (Sal. 6).

¿Quién podrá admirar y alabar suficientemente la misericordia con que Dios trata a los pecadores, esperándolos pacientemente, llamándolos, acogiéndolos cuando vuelven a Él? Y ante todo, ¡qué gracia valiosísima nos concede Dios al esperar nuestra penitencia!

19.10.17

La Sagrada Comunión, ese gran tesoro


Accípite et comedite; hoc est Corpus meum.
Tomad y comed; éste es mi Cuerpo. (Mateo, 26, 26).


Consideremos la grandeza de este Santísimo Sacramento de la Eucaristía, el amor inmenso que Jesucristo nos manifestó con tan precioso don y el vivo deseo que tiene de que le recibamos sacramentado.

Veamos, en primer lugar, la gran merced que nos hizo el Señor al darse a nosotros como alimento en la santa Comunión. Dice San Agustín que con ser Jesucristo Dios omnipotente, nada mejor pudo darnos, pues ¿qué mayor tesoro puede recibir o desear un alma que el sacrosanto Cuerpo de Cristo? Exclamaba el profeta Isaías (12, 4): Publicad las amorosas invenciones de Dios.

17.10.17

Los remordimientos de los que se pierden


Vermis eorum non morítur.
El gusano de aquéllos no muere. (Marcos 9, 47)..


Este gusano que no muere nunca significa, según Santo Tomás, el remordimiento de conciencia de los réprobos, que eternamente ha de atormentarlos en el infierno. Muchos serán los remordimientos con que la conciencia roerá el corazón de los condenados. Pero tres de ellos llevarán consigo más vehemente dolor: el considerar la nada de las cosas por las que el réprobo se ha condenado, lo poco que tenía que hacer para salvarse, y el gran bien que ha perdido.

Cuando Esaú hubo tomado aquel plato de lentejas por el cual vendió su derecho de primogenitura, se apenó tanto por haber consentido en tal pérdida, que, como dice la Escritura (Gn., 27, 34), se lamentó con grandes alaridos.

10.10.17

Todos seremos juzgados


Cognoscetur Dominus iudicia faciens.
Conocido será el Señor que hace justicia. (Sal. 9, 17)


No hay en el mundo, si bien se considera, persona más despreciada que nuestro Señor Jesucristo. Más se atiende a un pobre villano que al mismo Dios; porque se teme que ese villano, si se viere demasiado injuriado y oprimido, tome ruda venganza, movido de violento enojo. Pero a Dios se le ofende y ultraja sin reparo, como si no pudiera castigar cuando quisiere (Jb., 22, 17).

Por estas causas, el Redentor ha destinado el día del juicio universal (llamado con razón en la Escritura "Día del Señor"), en el cual Jesucristo se hará reconocer por todos como universal y Soberano Señor de todas las cosas (Sal. 9, 17). Ese día no se llama día de misericordia y perdón, sino "día de ira, de tribulación y de angustia; día de miseria y desventura" (Sof., 1, 15). Porque en él se resarcirá justamente el Señor de la honra y gloria que los pecadores quisieron arrebatarle en este mundo. Veamos cómo ha de suceder el juicio en ese gran día.

5.10.17

El infierno, y la condenación, son para siempre, convéncete


Et Ibunt hi ín supplicium æternum.
E irán éstos al suplicio eterno. (Mt., 25, 46.)


Si el infierno tuviese fin no sería infierno. La pena que dura poco, no es gran pena. Si a un enfermo se le corta un tumor o se le quema una llaga, no dejará de sentir vivísimo dolor; pero como este dolor se acaba en breve, no se le puede tener por tormento muy grave. Mas seria grandísima tribulación que al cortar o quemar continuara sin treguas semanas o meses. Cuando el dolor dura mucho, aunque sea muy leve, se hace insoportable. Y no ya los dolores, sino aun los placeres y diversiones duraderos en demasía, una comedia, un concierto continuados sin interrupción por muchas horas, nos ocasionarían insufrible tedio. ¿Y si durasen un mes, un año?

¿Qué sucederá, pues, en el infierno, donde no es música, ni comedia lo que siempre se oye, ni leve dolor lo que se padece, ni ligera herida o breve quemadura de candente hierro lo que atormenta, sino el conjunto de todos los males, de todos los dolores, no en tiempo limitado, sino por toda la eternidad? (Ap., 20, 10).

26.9.17

Así es la muerte del hombre justo


Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum eius.
Es preciosa en la presencia de Dios la muerte de sus Santos. (Ps., 115, 15).


La muerte, mirada a la luz de este mundo, nos espanta e inspira temor; pero con la luz de la fe es deseable y consoladora. Horrible parece a los pecadores, mas a los justos se muestra preciosa y amable. "Preciosa -dice San Bernardo- como fin de los trabajos, corona de la victoria, puerta de la vida" (Pretiosa tamquam finis laborum, victoriae consummatio, vitae ianua. (Trans. Malach.)).

Y en verdad, la muerte es término de penas y trabajos. El hombre nacido de mujer, vive corto tiempo y está colmado de muchas miserias (Jb., 14, 1).

21.9.17

Engaños que el Enemigo sugiere al pecador


Imaginemos que un joven, reo de pecados graves, se ha confesado y recuperado la divina gracia. El demonio nuevamente le tienta para que reincida en sus pecados. Resiste aún el joven; mas pronto vacila por los engaños que el enemigo le sugiere. "¡Oh hermano mío! -te diré-, ¿qué quieres hacer? ¿Deseas perder por una vil satisfacción esa excelsa gracia de Dios, que has reconquistado, y cuyo valor excede al del mundo entero? ¿Vas a firmar tú mismo tu sentencia de muerte eterna, condenándote a padecer para siempre en el infierno?". "No -me responderá-, no quiero condenarme, sino salvar mi alma. Aunque hiciere ese pecado, lo confesaré luego...". Ved el primer engaño del tentador. ¡Confesarse después! ¡Pero entre tanto se pierde el alma!

Dime: si tuvieses en la mano una hermosa joya de altísimo precio, ¿la arrojarías al río, diciendo: mañana la buscaré con cuidado y espero encontrarla? Pues en tu mano tienes esa joya riquísima de tu alma, que Jesucristo compró con su Sangre; la arrojas voluntariamente al infierno, pues al pecar quedas condenado, y dices que la recobrarás por la confesión.

19.9.17

Los malos hábitos


Impius cum in profundum venerit peccatorum, contemnit.
El impío, después de haber llegado a lo profundo de los pecados, no hace caso.


Una de las mayores desventuras que nos acarreó la culpa de Adán es nuestra propensión al pecado. De ello se lamentaba el Apóstol, viéndose movido por la concupiscencia hacia el mismo mal que él aborrecía: "Veo otra ley en mis miembros que me lleva cautivo a la ley del pecado" (Ro., 7, 23). De aquí procede que para nosotros, infectos de tal concupiscencia y rodeados de tantos enemigos que nos mueven al mal, sea difícil llegar sin culpa a la gloría.

Reconocida esta fragilidad que tenemos, pregunto yo ahora: ¿Qué diríais de un viajero que debiendo atravesar el mar durante una tempestad espantosa y en un barco medio deshecho, quisiera cargarle con tal peso, que, aun sin tempestades y aunque la nave fuese fortísima, bastaría para sumergirla? ¿Qué pronóstico formarías sobre la vida de aquel viajero? Pues pensad eso mismo acerca del hombre de malos hábitos y costumbres, el cual ha de cruzar el mar tempestuoso de esta vida, en que tantos se pierden, y ha de usar de frágil y ruinosa nave, como es nuestro cuerpo, a que el alma va unida.