Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

11.9.17

Venid, benditos, a la Ciudad de Dios


"Venite Benedicti Patris mei, possidete paratum vobis Regnum a constitutione mundi", Matth, 2,5 ("Venid Benditos de mi Padre, a gozar del Reino que os está preparado desde el principio del mundo"). ¡Oh, alma!, oye con presteza la voz de Cristo con que te llama a imitar su vida, para que seas después digna de oír esta dulce frase, con que te llamará a recibir la corona.

¿Cuál será el consuelo del alma dichosa, que merecerá tan feliz llamada, oyéndola de aquella celestial voz? ¡Oh, corazón humano!, si tu fe se alarga a creer esta verdad, dime, ¿cómo puedes vivir olvidado de semejante bienaventuranza? Si confiesas esta fe con tu boca, a cada paso con tus obras la estás negando, es tal la vida que llevas: aviva, pues esta fe, despertándola, y merecerás la llamada del Salvador, y oirás de su boca: "¡oh, buen siervo y fiel amigo, que diste tan buena cuenta de lo poco!, yo te ensalzaré sobre lo mucho, entra en el gozo de tu Señor".




¡Cómo se derretirán nuestras entrañas al sonido de esta voz! ¡Qué poco nos parecerá todo lo trabajado, en comparación de la gloria poseída! ¡Por cuanto quisieras no haberla perdido!, y si la perdieres, ¿a qué precio la podrás comprar luego?

Dichosa, pues, el alma que oyere tales palabras, ¡oh bienaventurado, y feliz el que mereciere oír tal sentencia de la boca de su Dios! Y dichoso tú, si supieres amarle de corazón, despreciando los bienes caducos de la tierra, y únicamente apreciando los del Cielo.

Contempla despacio qué gozo será el de tu corazón cuando te halles en aquél lugar, qué felicidad será la tuya cuando entres por aquellas puertas y te salga a recibir toda la celestial milicia, repartida en escuadrones; qué responderás cuando te den el parabién de tu dicha aquellos santos moradores.

"Dichosa mi alma" -dice San Agustín- "si yo pudiere merecer ver tu gloria", oh Ciudad Santa de Dios, gozar de tu belleza, contemplar tus puertas, mirar tus muros, pasearme por vuestras plazas, vivir en vuestras mansiones, gozar de la compañía de vuestros Ciudadanos, y ardientemente inflamarme en la belleza del Rey del Cielo, pues vuestros muros son de piedras preciosas, vuestras puertas de perlas gloriosísimas, y vuestras plazas de oro finísimo, y purísimo, a donde se canta sin interrupción el dulcísimo Alleluia, con tal suavidad, que parecen allí los mil años, como el día de ayer que pasó.

"Oh, alma mía" -prosigue San Agustín- "volvamos, pues, a la Ciudad Celeste, en la cual estamos escritos para ser sus ciudadanos; pero obremos como Ciudadanos de los Santos, y familiares de Dios, y herederos de Cristo, considerando y contemplando la felicidad de nuestra Ciudad por cuanto sea posible".

| Redacción: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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