Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

12.9.17

Todo lo creado es nada frente al Señor


Hermanos lectores: si consideramos cuantos, y cuales, son los bienes que nos prometen en el Cielo, dice San Gregorio, despreciaríamos por viles cuantos hay en la tierra. Porque todo lo terreno, comparado con lo Celestial y eterno, por rico que sea, es nada, y por deleitoso que parezca, se acaba volviendo una carga: carga por cuidarlo, carga por temer perderlo, carga por obtenerlo, carga por el imprevisible futuro. Nada de lo terrenal satisface, nada consuela, todo lo de acá deja el corazón vacío.

Ea, pues, almas, tiempo es este de negociar, para ser rico por una eternidad, y si queremos pisar las estrellas con los pies descalzos, como dice nuestra madre Santa Teresa, conviene antes descalzarse de todos los afectos de la tierra, en la cual somos peregrinos, y atender a purificarnos, pues no entra en el Cielo mancha alguna. Pasemos en esta vida penas temporales, si queremos gozar de los eternos gustos.




Así, almas dichosas, amemos el camino seguro, y resolvamos, hermanos lectores, a abrazar esta senda, poniendo en olvido los bienes temporales y todo lo que el mundo adora, que es caduco, perecedero, y que nos pueda detener, y por lo que hemos trabajado tanto hasta ahora. Olvidémonos de ello, y dejémoslo, y si nos acordamos de ello, sea para llorar el tiempo que hemos gastado en buscarlo, y la afición de nuestros corazones en retenerlo, para alejarnos de esos gozos pasajeros, y humillarnos, y enfervorizarnos a recuperar en los años que nos resten en esta tierra, lo que hemos perdido en la pasada, para caminar de aquí directamente al Cielo.

Despertemos, hermanos, con la consideración de estas verdades, que ahora nos quedan patentes, y refresquemos nuestro fervor religioso con el ejemplo del mismo fervor con el cual Santa María Magdalena empezó a seguir a Cristo, pues poniendo los ojos en sus muchos pecados, todas las penitencias le parecían pocas para satisfacer por ellos, y como no había tenido límite en el pecar, no lo quiso tener en la penitencia, para así satisfacer y servir al Señor, que nunca tiene límites en hacernos merced.

Considera las grandes y singulares gracias que ha hecho contigo, y la primera no menos ordinaria, de darte por medio de este texto una muestra de luz, este tiempo y esta oportunidad de convertirte más a Él, sumo bien, para hacerte ganar con poca cosa el Cielo. Animémonos, pues, con su ejemplo a imitar su conversión: ya sabes que tiene mayor gozo Cristo Nuestro Señor de un pecador que hace penitencia y se arrepiente, que de noventa y nueve justos que no tienen necesidad de ello, pues dicen los santos que la porfía del pecador de recuperar lo perdido le hace andar siempre fervoroso, y diligente a todas horas, sin perdonar ni trabajo ni descuido, mientras que el justo muchas veces se descuida, porque no lo espolea el cuidado de adquirir lo perdido. Por esto hay en el Cielo mayor gozo por el pecador convertido, que por el justo que no necesita de conversión.

Conviértete ya, oyendo la voz del Señor, y conviértete de veras, oyendo su voz que te llama, y no desmayes si pecaste, pues puedes recuperar con el fervor la gracia perdida, como la cobró esta dichosa pecadora Magdalena, siempre que tu arrepentimiento sea sincero.

Quisiera, Señor Jesús de mi vida, ser señor de mil mundos, para ponerlos todos a tus pies, y mostrar con ello que te amo sobre todas las cosas de esta vida, y que te busco solo a Ti y a las eternas.

Hermano mío: animémonos con los ejemplos de los santos a despreciar lo temporal, y a solicitar los bienes eternos, pues amigo de mi corazón, en la gloria del Señor hay hartura sin fatiga, gozo sin temor, satisfacción sin límite, alegría sin tristeza, descanso sin sobresalto, paz con seguridad, salud sin enfermedad, consuelo sin lágrimas, vida sin muerte, eternidad sin fin, amor sin dolor, y para decirlo en una palabra: hay posesión de Dios, sin perderlo jamás, con lo cual se dice todo. Porque Dios es el Sumo Bien, en quien están todas las felicidades juntas, y su visión es la bienaventuranza, con la cual tiene el alma la suma felicidad, semejante en todo a él, como dice el apóstol: "similes ei erimus cum apparuerit".

Dios mío: Tú eres hermosura eterna, bondad infinita, y amabilidad inmensa. Tú eres el principio, el medio y fin de quien, y con quien, y por quien es todo lo bueno, lo hermoso y lo amable. En ti está con infinitas ventajas cuanto bien y belleza existe y puede existir. Y así yo te amo, Dios mío, sobre todos los bienes y hermosuras, y sobre todas las cosas creadas, por crear, imaginables y posibles, y pésame sobre todas las cosas el haberte ofendido, y quisiera que de puro dolor se me abriera el corazón, por ser infinita tu bondad, en la cual espero hallar misericordia. Amén.

| Redacción: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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