La envidia es una pasión tan vil que la niegan hasta los que son más viles; tan dañina, que pugna por constituir al corazón que la abriga en más infeliz que lo que ella misma quisiera hacer a los objetos de su odio.
La
caridad fraterna es su antídoto indispensable. Por ello, hemos de amarnos todos los unos a los otros, según nos lo ha dicho Cristo, y de ese modo el bien ajeno, lejos de ser nuestro tormento, será nuestro gozo.
Pero, ¿podemos decir que así lo hemos sentido hasta hoy? Reflexione en ello el penitente.
Contemplemos pues, en suma, brevemente la belleza de estas siete virtudes, y la fealdad de estos siete vicios. Dispongamos nuestra alma a amar y a elegir las primeras, rechazando y aborreciendo los segundos, y con dolor de todos los pecados que hemos descubierto al examinarnos, y de vernos tan sumamente miserables que ni aún somos capaces por nosotros mismos de arrepentirnos como debemos, postrémonos ante Dios que es rico en misericordia, y vayamos a confesarnos con sinceridad.
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