La Desobediencia es hija de la Soberbia y de la Libertad falsa y humana, la cual hace reinar el Propio juicio sin querer sujetarlo a otro.
Muy dañosa es para el alma la Desobediencia, y en la vida espiritual hace caer almas muy elevadas.
Es la Desobediencia la ruina completa de la Religión, por lo mismo que la Obediencia contribuye al cimiento de ella.
La Desobediencia viene a echar a pique la vida espiritual, pues un alma sin Obediencia es una nave sin piloto que concluye por estrellarse en algún arrecife, o ser despedazada por los vientos.
Estimo tanto la Obediencia, que fue la primera virtud que practiqué aún antes de venir al mundo, diré y la sigo practicando místicamente en los altares.
Pospongo mi Poder en la Dirección de las almas, prefiriendo que se obedezca a los Directores primero que a Mí.
A los Superiores, los elevo a la sublime dignidad de representantes míos, y quiero que como tales los consideren los súbditos, tocante a la virtud santísima de la Obediencia.
Hago constar todo esto para que comprendan la significativa preferencia que doy a esta gran virtud en comparación de otras, y midan en sus entendimientos lo que rechazaré a la Desobediencia en todas sus partes.
Un alma desobediente, no lleva mi Espíritu por más que lo parezca; es una piedra de toque la Obediencia en la que se prueba lo verdadero de lo falso, y la Desobediencia da a conocer luego su calidad.
Aborrezco el vicio de la Desobediencia porque procede de la Soberbia y se mueve a impulsos de ella; el alma humilde nunca desobedece, abnega su propio juicio al del Superior, y hace propia su voluntad sobrenaturalizándola.
El Soberbio resiste a la Obediencia, y el humilde se abraza a ella.
La Obediencia es martirio del soberbio, y no puede vislumbrar su sombra sin conmoverse; si no desobedece abiertamente con las obras, o murmura de ella con las palabras, siempre desobedece con el corazón en su interior, y Me basta con esto, para ver quebrantada tan santa virtud.
No por cierto me alaga ni satisface la Obediencia practicada a más no poder, diré ésta no es para Mí Obediencia. Lleva en su seno todos los caracteres de una voluntad floja, de un juicio no recto y de una total desaprobación interna que basta para causar la Desobediencia en el corazón.
Satanás tiene un campo predilecto en el cual cultiva la Desobediencia y se goza en recoger sus flores y sus frutos muy sazonados, el del espíritu; ¡y qué rara es el alma verdaderamente obediente, que no presta al demonio su corazón para tales cosechas!
Es la Desobediencia una falta que lleva tras de sí a otras muchas. A veces una sola desobediencia que a la vista parece pequeña, es origen de un sinnúmero de pecados de graves consecuencias y hasta de perder las vocaciones.
Toda alma que intente pertenecerme y andar por los caminos rectos del espíritu, debe huir hasta de la más leve sombra del vicio de la Desobediencia.
Jamás el alma desobediente medra en la vida espiritual, sino que muy lejos de eso se expone a caer, y cae en grandes males.
Los engaños satánicos casi siempre entran por la amplia puerta de la Desobediencia interna, que es la más dañosa y aborrecible, ¿qué vale la exterior, aunque muy dañosa y digna de castigo, comparada con la espiritual e interna, que destroza la santa Sujeción y Rectitud del alma?
No puede existir, repito, la vida espiritual sin la Obediencia; elemento indispensable sin el cual no es posible que el Espíritu Santo descienda a un alma que no renuncia a su propio juicio y no se mueve por voluntad ajena.
El principio, medio y fin de la vida espiritual estriba en la Obediencia, por tanto el alma desobediente no la puede tener, y muy dudosa serán en ella mis favores y las virtudes.
Nunca el alma feliz que anda en brazos de la Obediencia se pierde, y toda la que torciere este camino rodará por muchos precipicios.
Por la Desobediencia entró el pecado al mundo, y con él todos los males que llora el hombre y que llorará hasta su fin.
Existe una Desobediencia común y ordinaria, que se deja ver en las cosas exteriores y lleva consigo muchos males; pero hay otra espiritual más dañosa aún, la cual se extiende en el campo de las direcciones de almas y lleva en sí también a mil dificultades, que concluyen generalmente por hundir a los espíritus, abandonándolos la Gracia.
En ésta entra también la Desobediencia interna que ya expliqué y es la que murmura sin palabras, y ejecuta forzadamente lo ordenado, no prescindiendo de su propio juicio.
Pero existe otra más fina aún y maligna que se llama desobediencia perfecta, la cual además de llevar todos los defectos de la anterior, consiste en una contradicción, diré o rechazamiento interno y muy refinado a las inspiraciones divinas, entendiéndolas y culpablemente desechándolas, y dándoles diversos rasgos, rechazando además mi Voluntad en pro de sus caprichos y gustos.
Campos extensísimos recorre este vicio capital perfecto, y mucho gusto le da a Satanás.
¡Oh almas desobedientes, que si supieran el mal tan grande que se hacen, cómo huirían de su propia voluntad sujetándose a la de otro sin reserva! Mas esa falsa Libertad, anhelo incesante de los corazones, hija de la Soberbia, es la que les impide la dicha y la paz que he vinculado a su Sujeción voluntaria y a la Obediencia ciega.
El alma desobediente se sujeta a Satanás, padre de la Desobediencia y Autor de la Soberbia, y se aleja del Espíritu Santo.
La Obediencia es el conducto de las gracias del cielo y la virtud celestial que eleva al hombre, anega su propio juicio, triunfando de sí mismo y muriendo a su propio criterio y voluntad.
Grandes virtudes se necesitan para llegar a este punto, el cual alcanza por medio del Trabajo y Vencimiento, ayudada el alma con la divina Gracia.
El desobediente jamás llegará a vislumbrar tan grande bien, ni a experimentar los frutos de la paz que proporciona.
El remedio general, para el grave vicio de la Desobediencia común, está en el Renunciamiento propio y en la total Sujeción.
El remedio de la Desobediencia espiritual se encuentra en la muerte de todo propio querer, abandonándose en brazos del Director sin juzgar ni dar vuelta con la imaginación a sus consejos y prescripciones, en abnegar su propio juicio sin escudriñar e indagar interiormente y ni siquiera consentir que el pensamiento se detenga ni un punto sobre el Dominio propio.
Y se cura la Desobediencia espiritual perfecta por la constante Fidelidad y Correspondencia, Rectitud y Pureza de intención, con la prontitud, además, en el cumplimiento de las inspiraciones divinas, sin comentarlas ni desvirtuarlas con la Voluntad propia, Respeto humano o Doblez.
Abajo toda falsedad en este punto tan delicado.
La Obediencia ciega para con el Director, y la Correspondencia inmediata para con el Espíritu Santo, curan totalmente esta Desobediencia.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com