Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.11.18

De las virtudes y de los vicios: Dureza de Juicio



La Dureza de Juicio es hija del Orgullo y de la Soberbia; el que la lleva consigo da muestras de un espíritu contumaz del cual poco se puede esperar para la vida espiritual.

Es la Dureza de Juicio la antagonista de la Docilidad, ella se opone totalmente a la santa virtud de la Obediencia, y más aún a la perfección de esta virtud, o sea a la Obediencia ciega; y como sin la Obediencia no hay vida espiritual posible, la Dureza de juicio impide al alma entrar en ella.




En la Dureza de juicio se estrella la vida espiritual, porque la Docilidad, enemiga de aquella forma su esencia. Sin Docilidad tampoco podría existir vida espiritual, pues el juicio propio la destruye.

Ningún progreso hará, en la vida espiritual, el que llevando adelante su capricho, no se abaja a pedir consejo de otro y no se sujeta en todas sus partes a la santa virtud de la Obediencia. En grandes peligros se pone el duro de juicio, hasta el grado de perder su alma.

En el campo intrincado del espíritu, Satanás triunfa con la Dureza de juicio en los engaños e ilusiones: grandes escollos existen en punto tan delicado y trascendental por este vicio de almas ruines y testarudas. Ya pueden los Directores trabajar hasta el cansancio con tales almas, nunca harán nada, ni para su bien, ni para mi gloria.

La Dureza de juicio hace a los corazones empedernidos y secos; golpea en vano la gracia en ellos, hasta concluir por alejarse a veces para siempre.

El Espíritu Santo es refractario a este vicio capital del alma, pues El siempre busca el corazón humilde para comunicarse.

¡Ah!, y qué desgraciado es el espíritu que quiere gobernarse y se gobierna por su propio juicio y razón, si no muchas veces en lo exterior, sí interiormente. En hondos precipicios se hunde y a muy graves peligros se expone.

La Dureza de juicio no es otra cosa sino el refinado Orgullo nacido de la Soberbia de saber más y de discernir mejor que ningún otro.

A estas almas les da Dios grandes humillaciones, permitiendo que se derrumben desde las alturas de su amor propio.

El remedio de tan terrible mal, más grande de lo que a primera vista aparece, es la hermosa virtud de la Docilidad y de la santa condescendencia, unida al Renunciamiento propio.

En la muerte de todo propio querer, se encuentra la Dulzura, la Suavidad, y el Desprendimiento abnegado de la voluntad.

¡Feliz el alma que lo practique!

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com