Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

2.11.18

De las virtudes y de los vicios: Perfección



La Perfección es la madre de la Santidad y nace corno ella del mismo Dios.

La Perfección alcanza más grados y más alturas que la Santidad.

La Perfección es una virtud que encierra a todas las virtudes en sí, y en grado heroico hasta donde puede una criatura alcanzar; por lo mismo es la virtud que se acerca más a Dios.




La Perfección es hija de la Caridad, su aliento es Dios, su vida el Sacrificio.

La Perfección pasa por la tierra siempre oculta, porque la luz del mundo lastima su pureza, y estando escondida, hace el bien como si no lo hiciera. Su viso más hermoso consiste en la obscuridad y en el ocultamiento.

Por este medio sube a un grado sublime, esto es, a la Unión con Dios, porque Dios solamente se comunica en el fondo obscuro de un alma pura, es decir, en la Humildad profundísima de un Corazón Todo de El.

La Perfección es como una reina hermosa, y deslumbradora, adornada con las joyas de todas las virtudes. Hay en el alma dos clases de Perfección: la Perfección de la vida cristiana común y ordinaria, y la Perfección de la vida interna extraordinaria, la cual es la que en la tierra llega a lo más subido y encumbrado, que consiste en la Unión con Dios.

Esta Perfección extraordinaria abarca otro inmenso campo de virtudes ocultas, las cuales pasan desapercibidas para la mayor parte de las almas.

Estas virtudes secretas tienen también su campo de batalla: los enemigos son más numerosos, y las luchas más crueles, encarnizadas y también secretas, las cuales pasan ordinariamente en el fondo del alma permitiendo el Señor que el enemigo se interne ahí para despedazar a tan dichosa alma.

La Perfección común tiene en contra los mismos enemigos, y vicios y pasiones que la Bondad y la Santidad.

La Perfección extraordinaria además de tener estos enemigos y vicios y pasiones que la Bondad y la Santidad, lucha con el mismo Satanás, y por decirlo así, en otro sentido, con el mismo Dios.

Se purifica en el terrible crisol de las desolaciones, desamparos, arideces, sequedades, crueles amarguras..., y a veces la purificación pasa a tal grado, que llega el alma a experimentar dentro de sí como al mismo infierno, por la intensidad del sufrimiento desgarrador que la penetra, oprime y rodea.

El mismo demonio es a veces el instrumento de que Dios se vale para la purgación del alma.

La única arma para estas espantosas luchas, para este crisol de fuego en el que el alma se purifica y limpia, es la Paciencia; su único apoyo, la Voluntad divina, que da a comunicar al alma la Fortaleza que la sostiene.

Las luchas en este paso de la Perfección llegan al grado casi de locura y desesperación de tal manera que si el Señor no ayudara a aquella pobre alma, sucumbiría.

Esa alma está ciega por la tenebrosa obscuridad que tiene en su entendimiento; se asfixia, se ahoga con el recuerdo o memoria confusa de sus miserias y de las gracias recibidas, viéndolo todo al revés de lo que es, figurándose abultadamente todo lo que no es, y todo lo que puede martirizarla.

La voluntad se oprime, y acongoja y desfallece, y sufre un horrible infierno con el peso enorme del abandono que la sumerge en una peligrosísima pena casi desesperante.

El cuerpo se enferma, la vida cansa, lo espiritual fastidia, y llega a ser el blanco a donde van a parar los tiros de las potencias y sentidos y sentimientos exaltados del corazón.

Cruelísimo sobre toda ponderación es este paso de la Perfección, pero admirable en sus frutos, dejando al alma pura y limpia para la Unión.

Aquí tienen el campo de las virtudes que ofrecí abrir ante sus ojos, con sus colores verdaderos y reales. Que el mundo las practique, y todas las almas por su influencia divina se salven y me den gloria.

Estas virtudes son muy especialmente para los Oasis y para las Obras de la Cruz.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com