La Voluntad divina es el broche de oro que encierra y lleva en su seno a todas las virtudes ordinarias y a las espirituales perfectas.
Ellas las diviniza y hace que brillen con más esplendor ante la Presencia de Dios.
Ella hace aumentar el valor de cada una en las balanzas eternas. Ella baña las acciones del alma pura con un tinte en el cual se complace el Espíritu Santo.
La Sujeción total y perfecta a la Voluntad Santísima de su Dios y Señor es la más grande de las virtudes que un alma puede llevar consigo.
Esta sublime virtud supone la práctica completa de todas las otras virtudes.
Aquí concluye la escala de todas las virtudes morales, y al tocar este punto culminante de la vida espiritual, el alma llega a la Perfección.
Desde el primer instante de mi Encarnación no fue otra mi comida y bebida espiritual, sino esta Voluntad divina, por la cual y dentro de la cual ardía mi Corazón anhelando a todas horas su más perfecto cumplimiento.
Por ella vine al mundo, por ella subí a la Cruz, hasta concluir mi vida en el martirio más cruel.
Ella endulzaba mi agonía y fue el único consuelo de mi vida.
Mil muertes hubiera padecido por cumplirla.
El Amor activo y divino que en mi pecho ardía me impulsaba a cumplir con la Voluntad divina en favor del hombre.
La Redención no fue otra cosa sino el fiel cumplimiento de la Voluntad divina.
Su eco constantemente repercutía en el fondo de mi amantísimo Corazón, haciéndolo vibrar en favor de las almas y en la glorificación de mi Padre.
Hay en esta Voluntad divina un grado más alto, y consiste en el abandono completo dentro de esta misma voluntad de Dios.
Este abandono total llega a la cumbre más elevada de la perfección, él es el peldaño más alto de toda virtud.
El alma que llega a este feliz abandono dentro de la Voluntad divina ha alcanzado el cielo en la tierra.
Este abandono santo en los brazos de Dios lleva consigo una multitud de virtudes.
La Confianza tiene ahí su nido; la Caridad su asiento; la Unión su trono.
Este santo abandono exige la perfección práctica de todas las virtudes morales, la muerte de sí mismo sin volver a resucitar en la tierra de las propias pasiones y vicios.
Exige la muerte de la naturaleza corrompida y el reinado completo del espíritu, teniendo a la naturaleza a sus pies en un completo dominio.
Este Abandono santo exige una Pureza inmaculada, una Humildad y propio conocimiento profundísimo, una Pobreza espiritual perfecta en sumo grado, un renunciamiento a todo propio querer, sin límites ni medida.
La Obediencia, la Abnegación y el Sacrificio deben formar la atmósfera en donde el alma respire.
Sólo el Amor más puro y divino puede subir a semejantes alturas.
La Cruz y el Dolor son el camino más corto que conduce al Abandono de la Divina Voluntad.
¡Oh feliz abandono que diviniza a la criatura mortal, uniendo su memoria, entendimiento y voluntad a aquella Voluntad divina de infinitos bienes y perfecciones!
Cuando el alma dichosa toca esta cumbre de la Voluntad divina en su total abandono a la misma, entonces las pasiones se estrellan y el mundo se aleja, los vicios se adormecen, y reina la Paz del Espíritu Santo en la plenitud que puede existir en la tierra; entonces el alma comienza a ser verdaderamente feliz, porque nada le perturba ni la puede perturbar.
Toda ella con cuanto tiene y la rodea, y puede tener y rodear, está abandonada, viviendo en mi Corazón, en el eterno Abandono a la Voluntad divina.
Nada le preocupa porque descansa en el eterno Bien.
Si el Dolor en cualquier forma llega a su puerta, el alma lo recibe sonriendo, por ser ésta la Voluntad del Amado; si la felicidad la rodea, bendice a Dios; si el martirio hace de ella su presa, también bendice a Dios.
El Dominio propio ejerce su imperio en favor Mío, sofocando todo levantamiento natural del corazón e inclinándolo hacia mi Voluntad soberana y bendita.
Para el alma abandonada en mi Señor, igual o lo mismo es el frío que el calor, lo espiritual que lo temporal, la salud que la enfermedad, la vida que la muerte.
Su voluntad está fundida con la Mía y camina tranquila llevada por el soplo divino a feliz puerto.
Muy grande es la Voluntad divina puesta en práctica por el alma pura. Todavía es más grande el total Abandono a mi Voluntad divina, y la virtud más encumbrada en la tierra y en el mismo cielo.
Mis Ángeles y mis Santos no hacen otra cosa en el cielo, sino conformarse y gozarse perfectísimamente en la sublime Perfección de la Voluntad de Dios.
La Perfección de esta virtud divina en la tierra consiste no sólo en abrazarse con la Voluntad divina, no sólo en abandonarse simplemente a la voluntad divina, sino que imitando a los Bienaventurados, sube a gozarse en esta misma santísima, y adorabilisima, Voluntad divina.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com