La Indiferencia procede también de la Disipación. La Soberbia, la Frialdad y la Tibieza forman su atmósfera. La Indiferencia llega a helar hasta tal grado el corazón, que nada es capaz de volverlo a la vida de la Gracia. Este horrible vicio hace que la Infidelidad y la Inconstancia suban de punto. El sello de la Indiferencia es la Ingratitud.
Un alma pecadora tiene remedio, un alma indiferente no lo tiene. La Indiferencia es la reina de los vicios, es la que lleva al alma a la Impenitencia final y de ésta al infierno. Las almas pecadoras y aun las almas obstinadas llegan con un golpe de la divina gracia a convertirse, mas los indiferentes llevan a su ser la Sordera total, esa fatal insensibilidad para todo lo divino que les cierra por completo las fuentes del arrepentimiento y de la gracia.
Las almas llegan a esta total indiferencia, cúspide que corona a todos los vicios, por la misma escalera que los vicios le proporcionan. Satanás va conduciendo de la mano a estas desgraciadas almas hasta hacerles tocar la cumbre maldita de la Indiferencia, a la cual por la Soberbia e Impureza llegan con más prontitud que por otros vicios, porque estos de un modo especial hielan a las almas y las sumergen en esta emponzoñada fuente de la glacial Indiferencia.
La Indiferencia mata los sentimientos santos en el alma, le quita la vida de la gracia y la hunde en una atmósfera tan especial como venenosa, de la cual jamás la deja salir.
La indiferencia santa, la cual hace que el alma pura se entregue totalmente a la Voluntad divina, no es por cierto esta Indiferencia de que hablamos, porque ésta es maligna, nacida en un corazón infame, y que tiene como injertados todos los vicios. El pecado produce esta Indiferencia; el pecado la alimenta, la hace crecer y desarrollarse para dar con ella muerte eterna a la infeliz alma que la lleva consigo.
Nada de la vida espiritual conmueve a las almas indiferentes, porque ven los Santos Sacramentos y todo lo divino por los anteojos ahumados de la Indiferencia. Ni se atemorizan con las verdades eternas, si se conmueven y derriten con mis ternuras, ni con los sacrificios que he hecho por ellas mismas. La Soberbia las ha penetrado hasta tal punto, que se han sentado en su trono de tal manera que si Dios viniere a sus pies, el mismo Dios no las movería de su sitio. ¡Ah, cuán gran desorden existe dentro de esta glacial Indiferencia a la cual nada es capaz de derretir! ¡Con qué empeño debieran las almas librarse de ella!
La Indiferencia no toma, no, de un golpe posesión del alma, sino que va minándola poco a poco por los vicios que se llaman pequeños y no lo son. Va minándola por los Respetos humanos, por la Comodidad, Molicie y Delicadeza, por la Debilidad y Fragilidad; por la Inconstancia y la Cobardía, por la Vanidad y la Pretensión; por la Murmuración y Ocultamiento, por la Ociosidad y el Fastidio; por la Excusa y la Mentira, por el Cansancio y Susceptibilidad, por el Fingimiento, Hipocresía y Disipación, y por fin, por el completo Sensualismo y todos los demás vicios crecidos en malicia e intensidad.
Esta es la maldita escalera por la cual la desgraciada alma sube a la Indiferencia. ¡Y cuánta, cuánta existe en el mundo! La Indiferencia conduce a innumerables crímenes. El infierno se goza al ver cómo cunde en las almas el Indiferentismo religioso.
La Indiferencia no tiene remedio sino es por una total reforma interior de las almas. Cosa por cierto bien difícil, si un torrente de especiales gracias del cielo no viene a conmoverla. Mas, ¡alégrate humanidad!, que las almas entonen cánticos de alegría. Mi grande Misericordia se ha conmovido y del cielo ha llovido el precioso rocío que cura todas las llagas del corazón. Mi gran Misericordia ha enviado al mundo quien le presente una Cruz salvadora con un Corazón divino clavado en ella, a fin de atraer a las almas con el amor en que se abraza este Corazón, al Dolor, es decir, para hacer que las almas lleguen a mi Corazón por medio del Sacrificio amoroso. Ha llegado el tiempo feliz de recordar a los hombres el Amor que me deben y el Dolor que debe acompañar al Amor, a fin de que en unión del mío, sea acepto.
Regocíjense los corazones, porque por medio de Santa María, mi amada Madre, o debido a su intercesión poderosa, he enviado al mundo un tesoro de gracias por medio del conocimiento práctico de las Virtudes y de los Vicios, descubriendo a todos los ojos y muy al vivo, el camino que conduce al cielo y el que lleva al infierno y desenmascarando a Satanás con todas sus maquinaciones y traidoras astucias.
Que me den gracias, porque es muy grande el tesoro con que obsequia mi Bondad a las almas. Que las almas y los cuerpos se sacrifiquen en mi honor, y prorrumpa el mundo en alabanzas a mi gran Bondad y Misericordia.
Las almas que participen en tales gracias, me darán mucha gloria; mas, ¡ay de aquellas almas que las desperdician y no las aprovechan para su perfección! La cuenta que les pediré será rigurosísima.
Para mis Oasis y el Apostolado de la Cruz se han derramado especialmente estas gracias del cielo.
¡Ay, repito, de las almas que no saquen de ellas el fruto de la vida eterna para sí y para otros!
El mundo entero debe por este poderoso medio arder. La Cruz debe plantarse, destruidos los vicios en los corazones, en los cuales se han sembrado y fecundizado las virtudes; porque para que la Cruz eche raíces en el corazón, necesita una tierra limpia de vicios y el riego santo de las virtudes.
Si de esta manera no se planta la Cruz en los corazones, durará ésta más o menos tiempo plantada; mas el menor viento de las pasiones la echará abajo. Así pues, para que la Cruz esté firme y estable en las almas, necesita el profundo cimiento de las virtudes morales. El alma bajo su fecunda sombra crecerá y se robustecerá en la vida interior del espíritu, recibirá grandes favores, y más tarde el premio eterno de sus trabajos.
Las almas no saben lo que es la Cruz, lo que vale su benéfica influencia, y los grandes tesoros espirituales que encierra. Huyen de ella porque esconde su hermosura y no se deja conocer hasta que las almas la tienen con amor en sus brazos. Entonces la Cruz descubre su hermosura, sus riquezas, su dulzura, y suavidad divina. Nadie puede decir que conoce a la Cruz sino el alma feliz que amante y cariñosa la acaricia y la lleva consigo. No, no es conocido el Dolor, es decir, no son conocidas las grandezas del Dolor amoroso en la vida espiritual. En mi esplendidez para con el hombre he dispuesto hoy que el Dolor venga a deleitar a las almas y a destruir a la Sensualidad derrocándola de su trono. Va a reinar el Dolor. ¡Tiembla, infierno! Va a descubrirse ante el mundo superficial y vano el sólido campo del Sacrificio amoroso por medio de las Virtudes prácticas y de la destrucción de los Vicios.
¡Felices las almas a quienes con su sombra cobije la Cruz, y desgraciadas las que desprecien tan estupendas gracias!
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com