Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

31.10.18

De las virtudes y de los vicios: Presencia



La Presencia de Dios nace del Silencio interno y de la Modestia espiritual perfecta en sus dos grados. La Presencia de Dios sólo habita en las almas puras o purificadas, pues esta divina Presencia es tan limpia y delicada, que no admite cerca de sí la menor mancha en el alma.

Existen diversos grados de Presencia de Dios, los cuales da el Espíritu Santo cómo y a quien le place.

La Presencia de Dios es a veces tan intensa que raya en Oración altísima y elevada que casi llega a Unión.

Otras veces es menos vehemente, diré, y sólo experimenta el alma el indecible bienestar que le produce.




Esta Presencia divina, en cualquier grado que sea, es una gracia y un favor que con nada se puede pagar ni tampoco agradecer.

Esta Presencia divina es un aliciente extraordinario con el cual vuela el alma a la Perfección, es un constante impulso divino que siempre la lleva al bien, alejándola siempre del mal, porque claro está, Dios es enemigo de todo mal y de todo desorden, y Dios el que produce y es, todo Bien y toda Perfección.

Es, pues, la Presencia de Dios antídoto eficacísimo contra todos los vicios y el apoyo de todas las virtudes; es la sombra santa debajo de la cual el alma descansa.

Esta divina Presencia ahuyenta a los demonios y forma alrededor del alma un cerco invulnerable para Satanás.

Mas esta Presencie divina presupone muchas y diferentes virtudes prácticas, es una gracia que no se da sino con estas condiciones.

El alma pura es la más dispuesta para recibirla, el alma purificada también la recibe, aunque en menos grados, el alma manchada o pecadora no la conoce.

En estas almas el Demonio la imita, pero como todo lo falso es ruin e inestable, a poco andar se le conoce por la Soberbia e Hipocresía que encierra. La Presencia divina que procede directamente de Dios, lleva en sí estas condiciones infalibles e infalsificables: un fondo de Humildad profundísima, una Modestia suma y verdadera, una Sencillez interior y exterior sin afectación, un grande Recogimiento interno que se trasluce al exterior por la serenidad y el reposo de que he hablado.

La Paz es inseparable de esta divina Presencia, porque Dios es Paz.

El Silencio de que ya hablé, y el Sacrificio, atrae al alma que lo posee a esta Presencia de Dios, y a medida que estas virtudes se encumbran, es más perceptible para el espíritu la divina Presencia.

Al Pudor del alma pura siempre acompaña esta Presencia divina, la cual es el centro, y la vida y la envoltura, diré, del Pudor del alma pura, porque en el Pudor todo es divino, y la naturaleza ahí no penetra.

El alma con su Dios, y Dios con el alma escogida, sin testigos, penetran dentro de aquellas regias cámaras en donde vive el Esposo aguardando al alma feliz que llamará suya.

Este santo Pudor del alma ruborizó a Santa María en la Anunciación. La Vergüenza de verse tan pura y descubierta a los ojos del Altísimo la turbó, y tuvo unos momentos de vacilación en que la vergüenza de lo divino campeaba.

Ella era llena de gracia, pero al escuchar los oídos de su alma más que los de su cuerpo purísimo, el saludo del Ángel, sufre al sentirse descubierta, ante su Dios y Señor.

Este Pudor santo sonrojó a Santa María más que a ninguna otra criatura porque su profundísima Humildad y Modestia, y sus virtudes, eran inmensamente mayores que las de cualquier otra criatura. Mas Yo, precisamente, buscaba este Pudor virginal para gozarme en él y formar ahí mi descanso.

Y, ¿qué respondió Santa María cuando se vio descubierta con la luz divina? Luego que María se vio descubierta en sus excelentes virtudes, se rindió al peso de las Bondades divinas, y hundida más y más en el vergonzoso Pudor de su Humildad incomparable, sólo superaba en Ella una cosa (porque sólo esta debe superar al santo Pudor del alma) superaba, digo, la Voluntad divina, que era para Ella, y debe ser para cualquier alma que ame, su Todo, y así confundida, respondió: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra".

En el Pudor, más que en ninguna otra virtud, la Presencia de Dios está en uno de sus grados más sublimes. Con este santo Pudor del alma, al verse el alma descubierta, sufre y Yo me gozo en la pena que experimenta el alma y que Yo voy provocando.

Yo me gozo y, ¡cuán pocas veces!, en la vergüenza de las almas puras. Yo me deleito en sus luchas y congojas, y las sigue y persigue mi purísima mirada hasta los ocultos senos en donde se esconden. ¡Si supieran cuánto amo Yo esos suplicios de las virtudes, esos despojamientos sublimes de lo Mío, esa Pobreza espiritual perfecta de estas almas que llegan al avergonzamiento pudoroso de mis gracias y de mis Dones!

La Presencia de Dios, la atención amorosa a Dios es el campo de los divinos amores; en ella está constituida, en gran parte, la comunicación íntima de las almas con su Dios y Señor, en ella crecen y se avivan los afectos purísimos del alma, para volar, sin impedimento ni dificultad, hasta el Amado.

Esta Presencia santa es la que guarda los secretos purísimos del Amado y de la amada.

Esta divina Presencia es para el alma una atmósfera celestial que la aparta de la tierra y de lo terreno.

Dentro de la Presencia divina se diviniza el alma pura; se eleva a una altura desde la cual comprende las vanidades y el oropel del engañado mundo, ve con claridad su propia pequeñez, y vileza, y miseria, y también comprende con luz divina algo de lo que Yo soy, y tengo y puedo.

Feliz el alma que vive y muere dentro de esta Presencia divina: ella ha alcanzado a disfrutar en la tierra de las riquezas del cielo.

Los enemigos de la Presencia divina son numerosísimos: el Mundo, el Demonio y la Carne la destruyen, muchos otros la debilitan.

La Soberbia es su total antagonista, mas en el corazón humilde hace su morada, vive y se desarrolla.

En la vida espiritual es de mucho provecho; en la vida extraordinaria es innata e inseparable.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com