La Presencia de Dios nace del Silencio interno y de la Modestia espiritual perfecta en sus dos grados. La Presencia de Dios sólo habita en las almas puras o purificadas, pues esta divina Presencia es tan limpia y delicada, que no admite cerca de sí la menor mancha en el alma.
Existen diversos grados de Presencia de Dios, los cuales da el Espíritu Santo cómo y a quien le place.
La Presencia de Dios es a veces tan intensa que raya en Oración altísima y elevada que casi llega a Unión.
Otras veces es menos vehemente, diré, y sólo experimenta el alma el indecible bienestar que le produce.