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La Unión es la madre de la Perfección, y nace de la Caridad, es decir, de Dios, porque Dios es Caridad.
Nunca llega a la Unión sino el alma purificada, crucificada y ejercitada en las virtudes.
A la Unión no llega sino el alma humilde y obediente.
A la Unión no llega sino el alma muerta a todo propio querer. El lazo que estrecha al alma a la Unión es la Voluntad divina. La Unión es la antesala del cielo. Todavía existe más allá de la Unión otra cosa más alta, como grado de la misma.
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La Unión se efectúa en la obscuridad y silencio de un alma pura. La Unión ya no tiene enemigos que la perturben. La Unión sube a un punto en donde ni las pasiones, ni los vicios ni el demonio alcanzan a penetrar.
El Espíritu Santo entra en la posesión de esta dichosa alma y en cierto modo la transforma en Sí mismo, en sus íntimas comunicaciones con ella; la cubre de sus gracias y de sus dones, la confirma en la Pureza, la llama su Esposa, y en ella forma su Nido, y sus delicias.
Las virtudes brotan de Mí y a Mí vuelven, aprisionando a las almas en mis divinas redes.
Las virtudes son hermosas, bellas, encantadoras, emanadas de mi misma virtud y perfección.
La Unión, la Santidad y la Perfección propiamente no son virtudes sino grados de Gracia, muy eminentes, por medio de los cuales el alma se eleva hasta perderse en su Dios, como principio y fin de ella; son grados de Gracia que contienen a todas las virtudes en una escala sobrenatural, atrayendo hacia sí al mismo Dios, foco en donde están todas las perfecciones en grado infinito.
Con la luz de la Unión, Santidad y Perfección se ve a Dios como crecido en hermosura, belleza, omnipotencia, bondad, ternura, sabiduría, y amor para con sus pobres criaturas.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com