"Dichosos los que han lavado sus vestidos con la sangre del Cordero, para tener derecho al Árbol de la vida y entrar en la ciudad por las puertas" (Apoc. XXII, 14).
El amor divino nunca dice: ¡Basta!. Por lo tanto, después de consolar al Corazón de Jesús con nuestro amor y celo, podemos también consolarle con nuestras inmolaciones.