Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.9.18

De las virtudes y de los vicios: Cansancio



El Cansancio es hijo del Fastidio y una tentación que ha detenido en el camino del espíritu a multitud de almas.

Satanás lo maneja con mucha astucia y cuando logra que se apodere de alguna alma, ésta se puede contar por perdida si una gracia muy grande no viene a arrancarla de sus infernales garras.

El Cansancio espiritual, y aun a veces el corporal, es puramente tentación y artificio del demonio para desanimar a las almas y hacerlas perder méritos. ¡Cuántas carreras emprendidas por almas valientes y esforzadas, ha cortado esta terrible y dañina tentación del Cansancio!




Satanás abulta las luchas, pone insuperables obstáculos, agiganta las empinadas cuestas, multiplica imaginariamente las espinas para desalentar al alma y hacerla su presa, ponderándole sus pocas fuerzas y cansancio. ¡Ay del alma que dando oídos a la voz de esta engañadora serpiente se para a escucharla! Ella sin duda caerá envuelta en el magnético vaho de tentación tan traidora.

Luego que el alma sienta que se acerca la tentación del Cansancio y del Desaliento que siempre andan juntos, debe huír de ella y arrojarse a la profundidad de la Humildad y a la Confianza en Dios.

Este es el remedio del Desaliento y del Cansancio: humillarse, buscando en seguida el apoyo y la fortaleza divina, que nunca falta al humilde y puro de corazón.

El Desaliento es el veneno del espíritu y lo mismo él como su hermano el Cansancio participan de la Pereza. La misma sangre corre por sus venas y proceden de la misma familia y condición.

Jamás den entrada en su corazón al Desaliento y al Cansancio, apóyense en su Dios desconfiando de sus propias fuerzas y triunfarán. Nunca es larga una vida de sacrificio por mi amor: siempre es corta la pena para el corazón que ama.

Cuando el demonio les levante esas torres de imaginaciones, cuando el Cansancio y el Desaliento toquen a sus puertas, levanten su alma con nuevos bríos, y den en cara a la tentación con algún nuevo acto de sacrificio y fervor, sin pensar en el mañana, pues no pueden saber mis designios y tampoco pueden saber si está muy próximo su fin. ¿Para qué pensar en la tentación de años que tal vez no vendrán? Sacrifíquense hoy, que el mañana sólo a Mí me pertenece. ¡Siempre padecer!, sin pensar el cuando, ni el más ni el menos. Crucifíquense y serán felices.

Peste y muy grande en la vida espiritual es el Desaliento. Él enerva a los corazones, quitándome la gloria del sacrificio. ¡Feliz el alma que se libra de él!

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com