Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

5.9.18

De las virtudes y de los vicios: Tibieza, Frialdad, Desaliento



La Tibieza, la Frialdad y el Desaliento en el servicio divino y bien espiritual propio, nacen de la Ceguera, la cual como castigo oscurece y ofusca la Gracia en el alma que la lleva consigo. Con el alejamiento de la Gracia viene como consecuencia natural el pecado venial, y este venial es el que produce a estos terribles enemigos que tanto mal hacen en el camino del espíritu.

El pecado venial hiela los corazones y los entibia, sumergiéndolos en el desaliento más profundo; quita de los corazones la afición de las cosas de Dios e introduce en el alma manchada la falsa piedad. Empaña la imagen de Dios en el corazón por el polvo que va recogiendo sin inquietarse.




El alma fría por el pecado venial con nada se inmuta: ve con la mayor indiferencia y aun con fastidio todo lo santo y todo lo divino.

El alma tibia casi siempre lleva consigo a la Hipocresía en más o menos grados de finura, de la cual se vale con frecuencia, para manifestar lo que está lejos de sentir. A veces cruza por el alma tibia un rayo de remordimiento, pero la inercia que lleva consigo es tal, que vence a todo impulso de la gracia que venga a herirla.

La Tibieza es odiosa a mi Corazón aun más que la Frialdad. Esta llega a tener remedio, y un golpe de gracia puede totalmente torcerla, mas la Tibieza que se arraiga en el alma, que peca venialmente sin preocuparse de ello, de tal manera arraiga, que a no ser que venga mi Omnipotencia a arrancarla casi nunca deja al alma de la cual se apodera para siempre.

Esta Tibieza corre por el mundo de las almas como una moneda común, mas en las Religiones es una peste que en extremo las tiene dañadas.

- Pero, ¿existen, Jesús, los pecados veniales en las Religiones?

- ¡Oh, y cuántos!, y en cantidad asombrosa.

- ¿Es posible, Señor?

- Sí, y es por la Tibieza: una cosa arrastra a la otra; mas este encadenamiento de Tibieza y de pecado no concluye en algunas almas religiosas sino con la muerte.

Esta peste de la Tibieza aleja al Espíritu Santo del corazón que la lleva consigo, porque el Espíritu Santo es Fuego, es Amor, y Amor activo, enemigo de la Frialdad y de toda Tibieza culpable.

Esta tibieza, enemigo capital de las almas, hace en la vida del espíritu muchos estragos; porque las enerva para todo bien y las hace capaces de todo mal. Un alma que me quiere amar jamás deja acercarse a sus puertas a estos solapados y dañosos enemigos, capaces de arrastrarla insensiblemente a la eterna condenación.

Estos enemigos las inclinan a grandes males, los cuales al principio contemplan con horror; mas familiarizándose después con ellos, llegan a abandonarse en sus brazos.

No se hace caso de la Tibieza, siendo como es una de las armas más queridas de Satanás, con la cual asesta golpes certeros, y muchas veces mortales, a esta falange de almas que se llaman piadosas por la exterioridad de sus actos, y sin embargo pertenece la mayor parte al mismo Satanás. No digo que pertenezca a Satanás para llevárselas a todas al infierno, como él bien quisiera, sino digo que son suyas, porque forman un campo especial en el que él se recrea, entreteniéndolas y engañándolas.

Satanás es malicioso y astuto, y el punto de partida de sus operaciones en esta falange de almas es siempre la Tibieza. ¡Cuánto Purgatorio atesora la Tibieza para la otra vida que sufrirán las almas a quienes ha hecho su presa!

Y, ¿saben cuáles son los únicos remedios contra la Tibieza, la Frialdad y el Desaliento producido por el pecado venial? La Limpieza y el Sacrificio. La Cruz, la Cruz enciende en el alma el Amor activo, el cual es enemigo de toda Frialdad, Tibieza y Desaliento; esta Cruz bendita enciende en el alma una especie de vivo fuego que jamás se entibia, ni se enfría, ni decae.

¡Oh Dolor!, tú eres el enemigo mortal del Demonio; ¿cuándo te comprenderán las almas? ¿Cuándo poseyéndote no te querrán abandonar? ¿Quién conociéndote será capaz de rechazarte? Nadie. Nadie.

Toda alma que comprenda lo que es crucifixión, y la haya experimentado, jamás querrá volver a bajar de la Cruz; porque en ella ha encontrado tesoros riquísimos de gracias y de dones que ni el mundo, ni las almas tibias, vislumbran.

El Dolor, pues, es el remedio eficaz contra la Tibieza, Frialdad y Desaliento.

Este Desaliento que hace dormir al alma en la comodidad y en el placer, sin dejarle fuerzas para dar un paso en la vida espiritual, es muy dañoso y de funestas consecuencias. Él corta las comunicaciones de la gracia y las santas inspiraciones, pues no son correspondidas, y el Espíritu Santo es muy delicado, y se aleja con sus favores de las almas desalentadas e inútiles para todo bien.

En este Desaliento Satanás se complace hipócritamente, el cual llena al alma que lo posee con humildades fingidas, es decir, que tiene pocas fuerzas, que nada vale, que es inútil, etc., siendo la esencia de esto un amor propio muy refinado y una pereza muy profunda.

El Desaliento trae al alma grandes males, casi diré infinitos. El Desaliento las inutiliza para todo bien, y con el fingido pensamiento de sus pocas fuerzas pasan estas pobres almas la vida inútil y vacía, llegando a la eternidad con estas prendas dignas del fuego del Purgatorio.

Estas almas desalentadas sufren mil amarguras, profundas tristezas y hasta escrúpulos y remordimientos, pero todo es inútil; porque es tal el poder del enemigo que las tiene cautivas, que no son capaces de dar un solo paso para sacudir su sopor y levantarse de su mortal inercia. A estas desgraciadas almas les hace falta uno que comprenda su mal, las levante y las cure con el leño santo de la Cruz, atizando sus corazones y dándoles valor.

Miles de almas existen en esta postración letal del Desaliento, sin que encuentren en su camino un guía, el cual sacudiéndolas y animándolas, derrote al enemigo. Muchas de estas almas que debieran ser Mías, pasan la vida sufriendo inútilmente, sumergidas en su mal hasta la muerte. Satanás esgrime miles de armas a cual más poderosa contra las almas, pero aplica las armas más finas a las almas a quienes procura hacer caer y cruzar más o menos por los intrincados caminos del espíritu.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com