El Perdón es una virtud que nace del Sacrificio y de la Generosidad.
Esta virtud sublime tomó en la Cruz el ser divino: ahí, clavado Yo en la Cruz se lo di, y al mismo tiempo le di la Fortaleza y la Energía para que se sostuviera.
El Perdón es una producción de amor divino que obliga al alma a olvidar los agravios recibidos, y aún más: a no manifestarse ofendida.
El perdón espiritual perfecto sube más alto, y llega no tan sólo a olvidar y callar, sino a hacer el bien, en todas las formas posibles, al que la ha ofendido.
Esta virtud del Perdón es tan alta por el esfuerzo que a la naturaleza cuesta, que es de las más agradables a Dios, y la que escuchó el mundo asombrado en la primera palabra que hablé sobre la Cruz.
De mil maneras se puede perdonar, esto es, no sólo con la boca o de palabra a la cual si no va unida la voluntad de nada sirve. Se perdona disimulando las ofensas y arrancando del fondo del corazón toda acritud o aspereza; se perdona orando por el enemigo que ofendió; y esto es muy agradable a Dios y uno de los puntos más elevados del Perdón espiritual perfecto, porque el bien que este Perdón espiritual perfecto debe hacer al ofensor no basta que sea material, sino además de este y muy principalmente tiene que ser espiritual, pidiendo a Dios que derrame sus bendiciones sobre aquella alma.
Todavía pasa más allá esta virtud del Perdón, que no es otra cosa más que la Caridad del prójimo perfecta, y consiste este otro escalón en que las gracias que pudiera esta alma recibir las dona espontáneamente, y ruega que pasen al enemigo. Aquí sí que sube a su punto culminante esta virtud sublime del Perdón espiritual perfecto. Pocas almas suben a este último peldaño del Perdón, pero ellas serán felices porque Dios olvidará sus pecados y miserias, perdonando al que perdona.
Esta virtud sobrenatural presupone en el alma que la practica una crecida práctica de virtudes morales.
Esta virtud es sobrenatural, pero necesita la cooperación del hombre para ejecutarse. Entre una multitud de frutos que reporta al alma feliz que la practica, tiene el de la Paz que el Espíritu derrama abundantemente sobre ella.
Esta virtud guerrera, por la lucha interna que traba con el corazón y la naturaleza, lleva siempre consigo al Vencimiento, al Dominio propio y aun al Desprecio de sí mismo, porque la virtud que entonces más despliega en su fondo, es la de una profundísima Humildad. Cuando el alma perdona y olvida, tiene la Fortaleza de vencer aún a la Justicia y ponerla debajo de la Humildad. Entonces se ponen en juego en aquella dichosa alma un conjunto de virtudes heroicas, es a saber: la Firmeza, la Energía, la Entereza, la Paciencia, la Serenidad y la Constancia. Todas ellas se dan la mano, reprimiendo a las pasiones levantadas, sosteniendo a la pobre alma en su generosidad y ayudándole todas a conseguir su fin, que es el Perdón y la Caridad del prójimo.
El Demonio alborota las pasiones, ofusca la razón, abulta las ofensas, levantando tempestades terribles en el corazón y en el entendimiento.
Satanás no tiene límite cuando se trata del Perdón: pone en juego todas sus maquinaciones, y viene la Soberbia y el Amor propio a veces descubierto y otras cubiertos con la virtud a impedir con mil fingidas excusas la práctica de esta gran virtud.
Grandes estragos hace en el mundo la falta de esta virtud bendita, pues es el pan cotidiano de las riñas, los rencores y las venganzas.
Hay muchos demonios encargados del espíritu de división y venganza, arrollando al Perdón en su vertiginosa carrera. ¡Qué poco Perdón hay en el mundo (dice el Señor entristecido), y mucho menos hay Perdón espiritual perfecto!
De aquí proceden infinitos males en todas las escalas sociales, y aun lo que es peor, existe también en las Religiones mismas este corrosivo veneno. Ahí también hay secretas venganzas. ¿Es posible? Sí, es más que posible, es una realidad lamentable que mucho hace sufrir a mi Corazón manso y humilde. He fulminado esta sentencia de que no perdono al que no perdona; he vinculado a la Oración el Perdón al enemigo, sin el cual Yo no escucho, no, al alma que ora, y sin embargo, el mundo y los que se llaman míos, muy poco caso hacen de mis palabras. Casi todos los pecados del mundo llevan el sello espantoso de la venganza, casi en todos se mete este maldito vicio que detesto, porque la Venganza es hija de la Soberbia, y no hay vicio que más aborrezca que a esta Soberbia que todo lo llena, y aún en el mundo espiritual tiene su asiento.
Perdonen, perdonen, y nunca se cansen de perdonar, olvidando y haciendo el bien. El alma que esto haga recibirá en el cielo una corona inmortal.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com