La Sujeción es una virtud muy rica en frutos espirituales. Es hija de la Obediencia y de la Humildad. Ella trae siempre consigo a su inseparable compañera la Paz. En la Sujeción reina la Tranquilidad porque el que obedece nada teme. Mas existen dos clases de Sujeción: una forzada y otra voluntaria. En la primera está el infierno, en la segunda la Paz del Espíritu Santo. Esta virtud de la Sujeción atrae al alma que la posee la virtud de inmenso valor, esto es, la Libertad del espíritu.
La Sujeción arrastra al alma a la santa Libertad. El alma que totalmente se encadena a la voluntad ajena es libre, y desde la tierra goza ya de un premio con sólo el cual galardono a los que se renuncian a sí para poseerme a Mí. El propio renunciamiento abre las puertas de las divinas Misericordias sobre el alma. ¡Oh, feliz sujeción la del hombre que le da la paz y la seguridad en sus actos!
Pero en esta santa voluntaria sujeción existe una Sujeción más perfecta que consiste no en la materialidad, diré, de una Obediencia exterior, sino en la total sujeción del entendimiento, sacrificando en aras del Amor divino al libre albedrío. Esta interna sujeción de las tres potencias del alma desata las manos de la Omnipotencia y las hace derramarse en gracias y favores sobre el alma. Esa virtud es difícil, y mucho, para el hombre; pero el alma que con esta perfección se abraza de ellas es feliz. El amor propio y la Soberbia son sus capitales y furiosos enemigos, mas su apoyo es la Constancia, su escudo la Gracia, su fin la Perfección.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com