El Renunciamiento propio es también hijo de la Humildad y de la Obediencia, pero le da vida y fuerzas, es decir: lo alimenta y hace crecer el Amor divino. A esta grandiosa virtud está vinculado aquel "negarse a sí mismo".
Este Renunciamiento propio es el primer escalón, no digo paso, de la vida espiritual, porque quiero que se fijen bastante en que algunas virtudes andan, diré, o caminan; y otras suben o ascienden.
Esta virtud del Renunciamiento propio es de las que comienzan a subir, después que el alma ha andado mucho por el camino real de las virtudes ordinarias. Esta virtud es de las que empiezan a escalar el cielo. Es hermano del Desprecio propio y ajeno, del Dominio propio y de otras muchas virtudes, las cuales peleando esforzadamente contra el ser natural del hombre, elevan al mismo hombre y lo divinizan, es decir, lo suben a la Cruz y lo crucifican.
El Renunciamiento propio mata el ser natural de la criatura y hace que comience a vivir en la tierra una vida sobrenatural y de grandes merecimientos para el cielo. El despega al alma de la tierra, y en la vida que emprende de constantes sacrificios le da a gustar las delicias de una felicidad desconocida y pura, de una Paz, de una suavidad indecible, y comienza a descorrer ante el alma dichosa que se ha abrazado de él un velo que le descubre infinitos tesoros que jamás, en su libertad mundana, ni siquiera había imaginado.
El que se renuncia a sí, emprende el camino del Calvario; pone sus pies sobre mis huellas ensangrentadas; mas si llega al fin sin desmayar ni cansarse, Yo le prometo que llegará a mi Corazón en donde encontrará el verdadero descanso de los santos. Este Renunciamiento propio que no es otra cosa sino la muerte de sí mismo en Jesucristo, es de mucha importancia para la vida del espíritu. En él está el primer escalón, repito, de la Santidad, de la Perfección y de la Unión. El alma que llega a dar en realidad de verdad este primer paso, continúa ascendiendo, sin volver jamás a descender, porque en esta escala misteriosa un paso empuja hacia el otro y así sucesivamente, con una suavidad e impulso admirable de la gracia, prosigue el alma hasta llegar al fin y, ¡qué fin tiene esta escala santa! ¿Saben cuál es? Es (continuó muy emocionado el Señor), es el tálamo de los divinos amores, allá, en lo más encumbrado de esta escala se encuentra el Esposo esperando al alma que ha de ser suya. ¿Ven a dónde va a parar el Renunciamiento propio? ¡Oh, si las almas lo entendieran! ¡Oh, si los que se llaman míos, y lo son sólo de nombre, penetraran en estas santas enseñanzas y pusieran verdaderamente los pies en esta escala misteriosa que he pintado y cuyo secreto está en este primer paso del total Renunciamiento propio! ¡Ah!, y cómo correrían en pos de tal tesoro que está al alcance de sus corazones!
Mas no: (continuó el Señor emocionado), pocas son las almas que comprenden esta empinada subida; pocas las que se renuncian y mueren a sí para encontrarse y resucitar en Mí. El mundo, el demonio y la carne, son los principales enemigos que hacen guerra a muerte a este Renunciamiento propio; muchas almas, al experimentar su corteza vuelven atrás y son aún más culpables que las que jamás han comenzado a practicarlo. Muy pocas son las almas, muy pocas, las que valerosamente emprenden esta ascensión, mas a estas pocas Yo les prometo lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, un premio cuyo precio infinito soy Yo mismo.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com