Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

22.8.18

De las virtudes y de los vicios: Dominio


El Dominio propio es hijo del Vencimiento y una virtud muy necesaria e indispensable en la vida del espíritu. Consiste esta virtud en una perpetua lucha. La santidad no está en no tener pasiones, ya que el hombre es un compuesto de pasiones, y lleva en su mismo ser la guerra contra el espíritu.

La santidad pues, consiste en dominar a la rebelde naturaleza, sujetarla al espíritu.

La santidad crece a medida de la gracia y del trabajo del alma, venciéndose.




Cuando el alma ha vencido y triunfado de todos los enemigos, y los ha puesto a raya, y los tiene casi muertos a sus pies, entonces sube a la perfección, y hasta llega a la unión con Dios. Esta carrera de la vida del espíritu es a primera vista empinada, espinosa y trabajosa. Por lo mismo se necesita un corazón valiente y decidido para emprenderla, en el cual de día y de noche, debe estar en vela el Dominio propio. Mas mi yugo es suave y mi carga es ligera, y el alma que me ama, emprende este camino para seguirme, se coge de mi Cruz y pone sus pies en mis huellas aunque estén ensangrentadas. ¡Feliz el alma que no se detiene en las muchas estaciones que se hallan a cada paso, y feliz la que con el Dominio propio, se hace guerra a sí misma, y no descansa, ni se para, ni se entretiene hasta llegar a la Perfección!

Este Dominio propio es el arma que se debe usar en la vida espiritual desde el principio hasta el fin, el cual es toda la vida de cada criatura racional. El hombre siempre tendrá más o menos que luchar para adquirir méritos, mas el alma que me ama, repito, no se cansa, porque su descanso es no descansar.

¡Feliz el alma que toma la Cruz, en ella se crucifica, y no la abandona en las mil penas que sufre!

Esta alma encontrará en el fondo de su corazón un tesoro y este Tesoro soy Yo mismo con mis gracias y mis dones, con que la enriqueceré si me es fiel, y a la medida que lo sea. Yo llevaré esta alma a un campo desconocido de preciosas flores o virtudes con las cuales la adornaré para poder llamarla mía. ¡Oh, cuántas almas hay que no saben lo que pierden, ni conocen lo que las puede hacer felices! El dominio propio no es otra cosa sino la Cruz; el alma que se eleva en él triunfará y será mía. Mas como todos huyen de la Cruz, todos huyen por tanto de este Dominio propio, que lleva en sí la crucifixión de la propia voluntad; pero no hay otro camino para encontrar la Paz y llegar a Mí sino el del Dolor. ¡Oh!, no puedo tocar el punto del Dolor sin detenerme a destacarlo. El Dolor es la salvación del mundo. El mundo se pierde porque rechaza la Cruz. El único refugio del hombre es mi Corazón, el cual está clavado en el centro de la Cruz; y nadie, repito, puede llegar a mi Corazón sino el que sube por la Cruz, por el Dolor, por el Dominio propio de todo querer desordenado. El que renuncia a sí mismo, a sus gustos y comodidades, y a la medida que se renuncia me encontrará, y a medida que sube por la Cruz se acercará a mi Corazón.

¡Bienaventurados los que lloran, los que sufren, los que padecen, los que se abrazan con el Dolor por mi causa; porque ellos serán consolados! No serán consolados los que sufren por el mundo o por un fin puramente natural, o los que pecando sufren las consecuencia del pecado, sin arrepentirse, o los que desesperan en sus dolores y desconfían. Pero sí serán consolados los que carguen mi Cruz con amor, los que con gozo, se abracen del Dolor, los que deseen el Dolor, lo busquen, lo sigan, y en el Dolor se martiricen sólo porque me aman. Estos sí serán consolados; mas ¿con qué consuelo? Con el Gozo Espiritual del Espíritu Santo, que está sobre todo gozo. Y no sólo en la otra vida, sino aún frecuentemente en esta misma vida, y con la generosidad que me caracteriza. ¡Oh, si las almas gustaran un poco de este consuelo divino producido por el Dolor! ¿Y saben quien trae este consuelo santo, este gozo espiritual! El Dominio propio. ¡Cuán grande es esta virtud esencial para la vida de cristiano! Su campo es vastísimo, tan vasto cuanto se extiende la vida del hombre sobre la tierra; su apoyo es la Humildad, sus victorias se alcanzan con el Sacrificio; su fin es la Santidad, su estrella y único blanco de sus conquistas es Cristo. Sus enemigos son muchos, multiplicados y constantes. La Confianza en Dios y el propio desprecio los debilita.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com