- De que modo se podrá conocer el amor propio. -
Para que conozcas cuánto en ti se dilata y extiende el reino del amor propio, acude a menudo a ver y examinar con cuál de las pasiones del alma se halla más frecuentemente ocupada tu voluntad, puesto que nunca la hallarás sola.
Y en reconociendo que ama, o desea, o se alegra, o entristece, considera luego si la cosa amada o deseada es alguna de las virtudes, o cosa que Dios manda amar o desear; y asimismo en la alegría o tristeza considerar si es de aquellas cosas de que Dios quiere que nos alegremos o entristezcamos, o si por ventura todo esto nace del mundo o del apego a las criaturas, por tratar y conversar con ellas, no por necesidad ni cuanto conviene, ni como Dios quiere. Y si hallas algo de esto, es claro que reina en ti el amor propio, y que es el que mueve tu voluntad.
Mas si los negocios y ocupaciones de la voluntad son en orden a las virtudes, y en las cosas que Dios quiere, debes considerar bien si a estos negocios y ocupaciones se mueve por voluntad de Dios, y por deseo de agradarle, o por alguna propia complacencia y capricho; porque muchas veces sucede que movido uno puramente de complacencia o capricho, se da a diversas obras buenas, como a la oración, a los ayunos, a la sagrada comunión, y a otras cosas santas.
La prueba para discernir esto es de dos maneras: la una es si tu voluntad no se da indiferentemente, en todas las ocasiones que se ofrecen, a todas las obras que son buenas; la otra es si ofreciéndose algún justo impedimento, se lamenta, se inquieta y se turba; o si sucediendo como quiere, se deleita y se complace de sí misma.
Si fuere movida por Dios, se ha de considerar también a dónde, y a qué fin endereza sus operaciones; y aunque va bien si el fin es solamente el divino agrado, sin embargo no debe asegurarse, porque es tan sutil y tan astuto el amor propio que muy disimuladamente se suele introducir y mezclar aun en las mismas obras buenas.
Cuando conozcas manifiestamente que esta crudelísima bestia se ha introducido, debes perseguirla con todo el odio y aborrecimiento, y desterrarla de ti, no sólo al practicar cosas grandes sino también las más pequeñas.
De lo que está oculto y tú no puedes discernir, debes, oh alma, estar siempre sospechosa; y así en todas las buenas obras que hicieres, humíllate a los ojos de Dios, y ruégale que te perdone, y te guarde del amor a ti misma.
Será bien que por la mañana, luego de despertar, te vuelvas a Dios, y le ruegues que tu intención y pensamiento sea el de no ofenderlo jamás, y de hacer siempre, y particularmente en aquel día y en todas las cosas, su santísima voluntad, sólo por agradarle, y preferir siempre morir antes de ofenderle; y le rogarás que te socorra siempre, y que te proteja con su divina mano, para que conozcas y hagas cuanto a su divina Majestad le agrada, y en la forma en que le agrada.
Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com