El Renunciamiento propio es también hijo de la Humildad y de la Obediencia, pero le da vida y fuerzas, es decir: lo alimenta y hace crecer el Amor divino. A esta grandiosa virtud está vinculado aquel "negarse a sí mismo".
Este Renunciamiento propio es el primer escalón, no digo paso, de la vida espiritual, porque quiero que se fijen bastante en que algunas virtudes andan, diré, o caminan; y otras suben o ascienden.
Esta virtud del Renunciamiento propio es de las que comienzan a subir, después que el alma ha andado mucho por el camino real de las virtudes ordinarias. Esta virtud es de las que empiezan a escalar el cielo. Es hermano del Desprecio propio y ajeno, del Dominio propio y de otras muchas virtudes, las cuales peleando esforzadamente contra el ser natural del hombre, elevan al mismo hombre y lo divinizan, es decir, lo suben a la Cruz y lo crucifican.