El Desprecio propio es hijo de la Humildad y antagonista del Amor propio y de la Soberanía. Es una virtud muy alta, elevada y poco común. Es hermano de todas las virtudes guerreras. Su campo es toda la vida del hombre, su apoyo es la Generosidad, su gozo la Penitencia, su alimento y vida las burlas del inundo, las ingratitudes y befas.
El Desprecio propio no es medroso, sino que por sus venas corre, diré, la sangre de la Firmeza, de la Energía, de la Abnegación y de la Esperanza. Por lo mismo sale al encuentro de todo lo que puede humillarlo y avergonzarlo.
El Desprecio propio es más alto que el Dominio propio y recorre una escala más encumbrada aún que éste. Los Ángeles lo contemplan con admiración, porque esta virtud es virtud de Santos. El Desprecio propio va totalmente contra la naturaleza, y la práctica de esta virtud exige la familiaridad y posesión de muchas heroicas virtudes. El Desprecio propio crece con el Amor divino, el cual acerca la criatura al Creador, es decir, crece el Desprecio propio por la luz que el Creador despide, por la cual luz desciende el alma al propio conocimiento de su nada y corrupción, y la hace subir también al conocimiento de la hermosura, de la grandeza y de la infinita bondad de su Dios y Señor; porque a la medida que la criatura se conoce a sí misma se desprecia, odia y aborrece, y a la medida que conoce a Dios, le ama, le adora, le sirve, y vive tan sólo por Él, por Él respira, y por Él se sacrifica.
El Desprecio propio trae en la vida espiritual muchos e indecibles bienes al alma. Es el mejor antídoto contra la Soberbia, contra la Vanidad y el Amor propio. Muchos vicios se estrellan ante esta virtud admirable.
El Desprecio propio lleva en su mano, diré, el pendón de la conquista más difícil que se alcanza en la naturaleza humana. El hace descender en asombrosa abundancia las gracias sobre el alma feliz que lo lleva consigo. El es el cimiento sólido sobre el cual se puede fabricar sin temor el grandioso edificio de la vida espiritual. ¡Ya ven si es grande esta virtud! Yo la amo tanto que no la puedo ver sin inclinarme a ella. Pocas almas en la tierra alcanzan la perfección de esta virtud, porque va en contraposición del ser natural del hombre, y para llegar al grado de dominio total de la naturaleza viciada y corrompida, debe el espíritu estar muy alto. Sólo un hombre espiritual llega a obtener esta victoria sobre sí mismo.
El Desprecio propio está en el corazón o centro, diré de la más profunda Humildad. En este Desprecio, existe todavía un escalón más alto que el Desprecio propio, y es el llevar no solamente con paciencia, sino con crecido gozo, el desprecio de los demás. Aquí así llega esta virtud al punto culminante de su perfección. Entonces la criatura puede afirmar con verdad que ha muerto para sí, y resucitado en Mí y para Mí. El desear ser despreciado de los otros, el pedírmelo, el buscarlo y el encontrarse con él, abrazarlo y amarlo, son escalones muy empinados, pero que directamente conducen al cielo.
¡Oh virtud nunca bastante bien ponderada por las inapreciables riquezas que encierra! ¡Oh virtud sobrenatural que divinizas al hombre en la tierra! Hasta este exceso amoroso llegó mi Corazón en mi paso por la tierra. Mi Corazón se gozó en los oprobios, humillaciones, desprecios, burlas, befas y maldiciones hasta rayar en locura. Y, ¿saben con qué fin? Uno de los fines que me llevaron a tal extremo fue el de curar la soberbia del hombre y comunicar, a las humillaciones que los míos habrían más tarde de sufrir por mi causa, virtud y fortaleza. Amen los desprecios como las más preciosas perlas. Con esto entenderán el grado hasta el cual quiero encarecer esta virtud poco entendida del mundo y menos que ninguna otra practicada.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com