La Duda es hija de la Soberbia y hermana de la Inquietud y de la Ceguera. Es un desorden que existe en el entendimiento del hombre del cual pasa a la voluntad, alimentado con el Orgullo.
Las Dudas voluntarias y consentidas en materia de fe, son pecados de los más graves que existen sobre la tierra, a los cuales Yo más rechazo, porque van amasados con el amor propio del hombre.
Las Dudas hacen horribles estragos en el hombre; pero no hacen su nido sino en los corazones soberbios e impuros. Hablo de las Dudas contra mi Iglesia y mi Religión. Si alguna vez estas dudas atacan a las almas humildes, son simplemente como tentaciones pasajeras, en tal o cual punto o misterio las cuales nada implican, porque luego son rechazadas, y Yo muchas veces las permito para cimentar la firmeza de la Fe en los corazones puros.
Existe en el mundo un vastísimo campo de perniciosas Dudas que dañan y corrompen los tiernos corazones de la juventud. ¡Ay del que las provoque! ¡Mi Justicia herirá muy hondamente sobre la desdichada alma que tal haga! Satanás hace terribles estragos, que no quedarán por cierto, sin su justo castigo.
Quiero dirigir las siguientes preguntas a mis Sacerdotes, más culpables aún que las almas que andan envueltas en las precipitadas corrientes de un mundo infame, y ciegas recorren su camino.
Mas ¿qué hacen los que se llaman míos? ¿En dónde y cuándo se sacrifican y dan la vida por darme a conocer? ¡Cuán pocos y cuán contados son! ¿En dónde están las almas que debieran ser mías? Les preguntaré Yo en el Día del Juicio: ¿en dónde la Pureza, el Amor y el Sacrificio? Ellos duermen ¡ay!, y ¡cuántos!, y Satanás vela y no descansa (dice el Señor apenado).
Existen otras dudas en los espirituales que llevan en sí al Propio Juicio, el cual las capitanea. Estas Dudas son muy perjudiciales y con frecuencia hacen caer a las almas en faltas hasta graves de Desobediencia.
Las almas soberbias son aquéllas que juzgan, y piensan y dan mil vueltas a los consejos y pareceres de los Directores y Superiores, e internándose Satanás en este su campo favorito, se goza con los muchos triunfos que saca de esto. El único remedio contra tan pernicioso mal consiste en la Obediencia ciega, en la Docilidad, y en la Humildad.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com