La Avaricia es un mal espantoso al cual Yo odio y aborrezco. Es la Avaricia hija de la Soberbia y hermana gemela de la Envidia. Va directamente contra las leyes de la Caridad, pues Dios es Caridad, y la Avaricia pugna totalmente contra ella.
Este pecado toca muy vivamente a mi Corazón, en la persona del pobre, y un fuego especial tengo destinado para castigarlo. Los pobres y los desvalidos son mi imagen sobre la tierra, y el que lastima a ellos a Mí me lastima, y el que a ellos protege a Mí me protege. Cuando tocan al pobre tocan las niñas de mis ojos, y muy castigado será el que para sí atesora al patrimonio del pobre. Yo soy muy delicado sobre este particular, y Yo les prometo que mi Justicia caerá sobre los infelices que hayan extorsionado al débil.
El mundo rebosa de Avaricia, y los corazones de muchos ¡ay!, que se llaman Míos están podridos con este maldito vicio, atesorando no por cierto oro, que al menor soplo se desvanecerá, sino pecados, y castigos tras castigos que descargará sobre estas infelices almas, con todo rigor, mi Omnipotencia y Justicia.
Sobre toda ponderación miserable es el lamentable estado en que se ve envuelto el corazón que lleva consigo el horrible vicio de la Avaricia. Su infierno comienza en la vida, porque no vuelve a tener momento de tranquilidad y de paz. El placer y la felicidad huyen del corazón avaro, y su vida no es vida, porque la inquietud de perder lo poseído, y la ambición de atesorar lo de otros, convierten sus días en negras noches de obscuras imaginaciones y crueles remordimientos.
Tenebroso es el corazón del avaro, y en él reina el desorden más completo. La gracia se ve constantemente rechazada, la cual termina finalmente por alejarse para siempre de aquella alma obstinada en su pecado de Avaricia, del cual proceden otros muchos.
La Avaricia consiste en un deseo vehemente y desenfrenado de atesorar, insaciable, atizado por la Soberbia y la Envidia, la cual lleva multitud de pecados tras sí.
Es la Avaricia una desordenada sed que, lejos de apagarse, crece y crece, anhelando siempre los bienes terrenos y perecederos, por cuantos medios lícitos o prohibidos están a su alcance. Los robos, las estafas, mentiras, dobleces, falsedades, bajezas, crímenes y engaños prestan su ayuda a la espantosa Avaricia. El alma poseída de este horrible vicio no ve ni la detiene la conciencia, ni la justicia, ni la eternidad, ni el mismo infierno para obrar iniquidades: no ve sino lo que le reporta algún aumento en sus arcas y tesoros.
La Avaricia es el vicio que endurece más el corazón del hombre, y el que precipita a las obras más inicuas y rastreras. Muy difícil es que el alma poseída de este infernal vicio se salve, tal es el hielo que la enfría y la espesa nube que la ciega.
Si una gracia especialísima no viene a romper aquel corazón metalizado, como generalmente estas almas no corresponden a las inspiraciones divinas, mueren ciegas en su pecado.
¡Cuánto y cuánto se lastima mi Corazón! En vano llora sobre estos pechos de granito, absorbidos por la Avaricia.
Existen en el mundo miles de almas de esta clase, las cuales duermen el sueño de la muerte del espíritu, para despertar ¡ay!, en una infeliz eternidad. ¡Oh!, ¡a cuántos sepulcros blanqueados, aun en los que se llaman Míos, sostiene la tierra! Se espantarían si les enseñara una pequeñísima parte del lodazal en que se revuelcan miles de almas, miles que deberían pertenecerme.
Existe también Avaricia espiritual y Avaricia espiritual perfecta.
La Avaricia espiritual consiste en un deseo desordenado de bienes y gracias celestiales insaciable, que no deja al alma pensar en otra cosa, sino en verse poseedora de ellas, no dejándole tiempo para otros actos del corazón más sólidos y fructuosos.
Esta Avaricia espiritual, lejos de atraer sobre el alma los favores divinos, los aleja. Entonces Satanás se los presenta al alma que los desea de esta manera desordenada, falsificados y fingidos.
A esto se expone el alma avarienta, y la Envidia no tardará en acudir a su puerta. La Avaricia inficiona los actos de las almas religiosas. Digo la Avaricia espiritual (aunque de la primera que hemos hablado también saca sus presas de los claustros, pero no es lo común); porque con el anhelo de atesorar virtudes no las practican ni debidamente, ni con la pureza de intención que debieran.
Tal es así que en vez de alcanzar méritos con las virtudes, las desdoran y hasta nulifican. El egoísmo pronto llenará este corazón avariento, y de ahí se le seguirán un sinnúmero de males.
Muchos estragos, que Yo solo puedo medir, hace la Avaricia espiritual en las almas.
La Avaricia espiritual perfecta es aún más fina y solapada, y consiste en un intento y muy escondido anhelo de poseer más y más gracia, no puramente para bien y limpieza del alma, sino por gozar de un secreto e íntimo contentamiento propio, al verse así llena y rebosando favores celestiales. Esta alma convierte en ponzoña lo que debía ser solamente puro y santo, y lo sería si no diera cabida al maldito vicio de la Avaricia espiritual perfecta.
Es tan fino el demonio en estos casos, que a no ser por una gracia y luz especial del Espíritu Santo, no se le conoce.
Satanás se introduce con un acto suavísimo, mas con visos de sed de perfección y de hambre de santidad va desordenando los deseos, avivando inmoderadamente el ansia de subir y subir a grados más altos de perfección jamás imaginada y así, con el cebo de lo divino llena al alma poco a poco de soberbia, haciéndola sentirse muy encumbrada, y la va alejando de la conformidad y abandono con la voluntad divina.
Muy venenosa es la Avaricia espiritual perfecta, y existen muchas almas engañadas que no se dan cuenta que la llevan consigo.
¡Oh miserable Satanás, engañador y falsificador de todo lo santo, maldito seas! ¡Yo te quitaré el antifaz y haré que el mundo espiritual comprenda tus embustes e hipocresías! ¡La Cruz va a brillar y a confundirte, espíritu de tinieblas; ella te arrojará al averno y abrirá un campo claro y lleno de luz para las almas! La Cruz viene a salvar al mundo: a iluminar el camino para el cielo y triunfar de Satanás y de sus abominables engaños, disfraces y maquinaciones.
El remedio contra la Avaricia ordinaria es la Generosidad, es decir, un desprendimiento constante del corazón en lo que toca a las riquezas, pisando los deseos desordenados de la Ambición. Mas para quitar de raíz el vicio y subiendo a un grado más alto, se necesita desprenderse no sólo de lo superfluo, sino aun de lo necesario en bien de otros. Este es el remedio radical contra la Avaricia pero, ¿quién se lo aplicará? Esto supone un gran Dominio propio, pero ¡cuán pocos son los corazones que lo tienen!
El remedio contra la Avaricia espiritual consiste en moderar todo deseo que traspase los límites del orden tocante a la santidad y perfección, conformándose con lo que el Espíritu Santo da a cada alma, considerándose indigna aún de lo que tiene, pues todo lo que Dios da es grande y digno de agradecimiento.
El remedio de la Avaricia espiritual perfecta se concreta en aquel recibir y devolver abandonándose el alma además totalmente a la divina voluntad, sin querer, ni pedir ni aun desear nada, absolutamente nada que no sea manifestado por la divina y santísima voluntad de Dios.
Que no se confunda, sin embargo, el deseo santo y aun el anhelo ordenado y purísimo de la limpieza de corazón, y aquella hambre y sed que el Espíritu Santo pone en el alma pura de santidad y perfección, con ese remedio contra la Avaricia espiritual perfecta; entiéndase que éste tiende a curar un mal. Una cosa es el anhelo desordenado de recibir y desear, y otra cosa es el hambre y la sed ordenada y pura, aunque vehemente, que el Espíritu Santo pone como gracia especial en las almas para hacerlas crecer en virtudes y grados de gracia, con el solo fin de agradarme a Mí y no a sí mismas.
Los fines de estos deseos son muy distintos: los unos son santísimos, rectos y ordenados; los otros son falsificados por Satanás y sus secuaces.
La vida espiritual es muy fina y delicada: para conocerla se necesita luz divina, y para recorrerla y no tropezar y caer en los mil escollos que contiene, además de la luz, se necesita un guía santo que acompañe al alma en tan intrincados laberintos.
¡Es muy fácil engañarse en las veredas estrechas de camino tan espinoso! Pero existe un faro divino, que es el Espíritu Santo mismo a quien, pues, Él conduce o mete por estos caminos le da luz, le da fuerza, y la constancia si le es fiel y se deja además llevar del compañero que le haya asignado. Sin embargo, entiendan que no a todas las almas conduce el Espíritu Santo por los delicados caminos extraordinarios, y sobre este punto existen muchos errores; ¡ay de los que sin ser llamados quieren cruzar por estas sendas! Se estrellarán en grandes obscuridades y serán víctimas de miles de engaños, e ilusiones.
- ¡Oh!, Señor, ¿quién ha de querer entrar en esa vida de tantos peligros, y dificultades y engaños?
- Innumerables son las almas que desean singularizarse por estas vías extraordinarias. En las Religiones casi todas las Religiosas: muchos de los Religiosos se creen o ya internados en estos caminos, o con derecho a lo menos para internare en ellos. A casi todas las almas soberbias se les figura que portar un hábito y entrar por estos caminos todo es uno, sin fijarse que la única puerta que conduce a estos caminos de la vida extraordinaria es la práctica sólida, generosa y constante de todas las virtudes morales, y el abajamiento y humillación.
Sepan además que existen muchos Santos los cuales, a pesar de haber recorrido llenos de merecimientos el espinoso campo de todas las virtudes, nunca fue mi voluntad el meterlos por los caminos extraordinarios del espíritu. Sobre este punto existen miles de engaños: hay almas que sólo comprenden que la santidad está en las visiones, éxtasis y revelaciones, mas se equivocan. La Santidad consiste en la Pureza y en el Sacrificio generoso y constante de una alma abandonada totalmente a la VOLUNTAD DIVINA. Muchos santos, repito, han cruzado la vida por la vía ordinaria, aunque ordenada, mas en cambio, otros han caído de grandes alturas de la vida extraordinaria, precipitándose por la Soberbia y otros muchos vicios. Sin embargo, no crean por esto que no sea un encumbrado favor el que el Espíritu Santo introduzca a ciertas alturas y primores de la vida extraordinaria. Esta es una gracia especialísima, y generalmente la da Dios con algún fin, no sólo para la santificación de una alma, sino para la de otras muchas.
El Espíritu Santo da la verdadera vida extraordinaria para recibir gloria, aunque en el profundo ocultamiento de una alma pura.
La vida extraordinaria casi siempre está en donde los hombres menos se lo suponen, es decir, en lo más escondido de la humildad y del sacrificio del alma obscura.
El Espíritu Santo busca la obscuridad para hacerla resplandecer.
¿Saben en dónde se encuentra y hace su morada? En el alma pudorosa que se esconde, se ruboriza y se avergüenza con los favores divinos.
La Avaricia lleva consigo un ejército de compañeros inseparables, de su misma familia.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com