Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

12.7.18

El combate espiritual: el Reino de los Cielos solo se arrebata con violencia


- De la resistencia y violencia, y del modo de gobernarse con ellas. -

La resistencia y violencia son verdaderamente armas pesadas y penosas, pero necesarias para alcanzar la victoria. Estas armas se manejan en la forma siguiente: cuando te hallares combatida por tu corrompida voluntad y de tus malos hábitos, que te persuaden y tiran para que no hagas ni cumplas la voluntad de Dios, has de resistirlos diciendo: "Sí, sí, yo quiero hacer la voluntad de Dios".

De la misma resistencia te has de revestir cuando de esta misma voluntad corrompida y malos hábitos, fueres llamada y persuadida a hacer algo contra la voluntad de Dios, diciendo luego al punto: "No, no; la voluntad de Dios es la que quiero yo hacer siempre con su ayuda. Ea, Dios mío, socorredme presto para que esta voluntad, que en mí se halla por vuestra gracia, de hacer siempre la vuestra, no sea, en esta ocasión, vencida de mi voluntad antigua y depravada".




Y si sintieres flaqueza y mucha pena en resistir, te has de hacer toda suerte de violencia, acordándote que el reino de los cielos lo alcanzan los esforzados (Matth. XI, 12) que luchan contra sí mismos y sus propias pasiones.

Y si la pena o violencia fuere tan grande que te angustie el corazón, vete luego con el pensamiento al huerto de Getsemaní, y acompañando tus congojas y angustias con las de tu divino Redentor, pídele que en virtud de las suyas te dé la victoria de ti misma para que de todo corazón puedas decir a tu Padre celestial: "Non sicut ego eolo, sed sicut tu..., fiat voluntas tua" (Matth. XXVI, 39, 42) ("no se haga, Señor, lo que yo quiero, sino tu santa voluntad"); y procurarás una y otra vez unir y conformar tu voluntad con la de Dios, queriendo lo que Él quiere.

Pondrás todo tu cuidado en hacer cualquier acto con tanta plenitud y pureza de voluntad, como si en eso sólo consistiese toda la perfección y todo el agrado y honra de Dios; y de este modo podrás hacer el segundo acto, el tercero, el cuarto y otros muchos.

Y si te acordares de que has quebrantado algún precepto de Dios, duélete mucho de la transgresión, y toma mayor vigor y fortaleza de ánimo para obedecer a Dios en aquel mismo precepto, o en otro cualquiera que te ofreciere la ocasión.

Y para que no dejes pasar ocasión alguna, por pequeña que sea, de obedecerle, advierte que si eres obediente a su divina Majestad en las cosas mínimas, te dará nueva gracia para que con facilidad le obedezcas en las mayores.

Además de esto, debes acostumbrarte a que cuando te viniere al pensamiento cualquier precepto divino, lo primero adores a Dios; y luego le ruegues que te socorra para que le obedezcas.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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