- Cómo quitando la primera pasión, que es el amor de las criaturas y de nosotros mismos, y ordenando este amor a Dios, todas las demás pasiones quedan corregidas y ordenadas. -
Para que más breve y ordenadamente liberes tu voluntad del cautiverio de las pasiones desordenadas, conviene que te apliques continuamente a vencer y ordenar la primera pasión, que es el amor propio; pues ordenada ésta, que es como la cabeza, todas las demás pasiones la seguirán, como miembros suyos, porque nacen de ella, y en ella tienen su raíz y vida, como se reconoce claramente con el discurso, pues lo que más se desea es lo que más se ama; y lo que más se ama es en lo que más se deleita el que ama; y solamente se aborrece, se huye y contrista, lo que impide y ofende al objeto amado; ni otra cosa se espera sino la que se ama. Y al contrario, de ésta misma desesperamos cuando la dificultad de alcanzarla nos parece insuperable; y ninguno teme, abomina o aborrece sino lo que impide y puede ofender a la cosa amada.
El modo de vencer y ordenar esta pasión primera, es considerar la cosa que amas, sus cualidades, y qué es lo que deseas o pretendes con este amor; y en reconociendo que tiene las cualidades de bondad y de belleza y que lo que pretendes es utilidad y deleite, podrás decirte a ti misma muchas veces: "¿Qué mayor belleza y qué mayor bondad que la de Dios, que es la única fuente y manantial de todos los bienes y de toda la perfección?". Y si en lo que amas pretendes utilidad y provecho, ¿qué cosa se puede imaginar que iguale al que consigo trae el amor de Dios? (1) Porque amándole se transforma el hombre en el mismo Dios, deleitándose y gozándose sólo en Él.
Además de esto, el corazón del hombre pertenece a Dios, porque lo ha creado y redimido, y cada día con nuevos beneficios amorosamente nos lo pide diciendo: "Proebe, fui mi, cor tuum mihi" ("Dame, hijo mío, tu corazón") (Prov. XXIII, 26).
Perteneciendo, pues, a Dios el corazón humano, y siendo tan pequeño para satisfacer las obligaciones que debemos a su infinita Bondad, te hallas obligada a ser celosísima de no amar sino solamente a Dios y las cosas que le agradan, y esto con la moderación, orden y modo que Dios quiere.
Este mismo celo y cuidado debes tener también (porque estas dos cosas son el fundamento de la fábrica de la perfección) acerca de la pasión del odio, para no aborrecer sino solamente el pecado, y lo que puede inducir a pecado.
1: Pues, ¿qué hay más útil que Dios? Nada. Santa Teresa de Jesús decía: "Si a Dios tienes, ¿qué te falta? Si te falta Dios, ¿qué tienes?". -Nota del corrector-.
Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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