Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

14.7.18

De las virtudes y de los vicios: Consejo


El Consejo es hijo del Celo y de la Caridad del prójimo, derivada o producida en el alma por el amor de Dios. Cuando el amor de Dios posee a una alma, produce en ella la Caridad del prójimo, y dentro de esta Caridad produce muchas virtudes en favor de las almas. El Celo entonces es como el Padre y esta Caridad la Madre. De este Matrimonio santo proceden todas las Obras de Misericordia corporales y espirituales, descollando en hermosura y valor unas más que otras, aunque todas son dignas de mi aprecio y merecimientos o premios.

El Consejo, pues, es una Obra de Misericordia, además de ser virtud, lo mismo que el Perdón, en todas sus fases.




Los buenos Consejos son perlas divinas que se regalan al prójimo para su bien. Pero los Consejos espirituales no tienen precio si brotan de un corazón puro y prudente. Necesitan salir para que tengan valor y fructifiquen, repito, de un corazón puro, es decir, lleno de Amor y lleno de virtudes sólidas: todo lo cual trae la Pureza en un alma limpia. Necesitan también salir de un corazón prudente, es decir, que no se incline a nada que no sea recto y ordenado; y esto con aquel peso de gravedad que trae consigo la hermosa virtud de la Prudencia. Estos son los dos ejes sobre los cuales deben girar los buenos consejos para bien de la almas y gloria de Dios.

De estos Consejos santos debieran estar llenos los Confesonarios y las conversaciones espirituales; es decir, debieran ser consejos salidos del alma pura, con prudencia y sin fatuidad ni de envoltura, dichos con santa moderación y humildad sencilla y franca, buscando sólo el bien de los otros.

Los ministros Míos debieran llevar en su seno esta santa y fecunda semilla. Ellos más que nadie tienen obligación, y muy sagrada ante Mí, de esparcirla, en los corazones de los fieles, en todo tiempo y ocasión, de día y de noche, oportuna e inoportunamente, aunque con la inseparable virtud de la Prudencia y Pureza de alma, de cuerpo y de intención. ¡Oh, si así con estas condiciones que Yo pongo se practicara esta virtud y Obra de Misericordia espiritual perfecta! ¡Cuántos males, infinitos casi, se evitarían! ¡Y cuántos bienes también casi infinitos se derramarían en este mundo de almas hundidas por la desesperación, por la lucha, por sus vicios, y pecados y miserias y circunstancias especiales y terribles, por las que muchas veces atraviesan! ¡Ay!, (continúa el Señor conmovido y apenado), ¡cuántas y cuántas almas se pierden por la falta de un buen Consejo! Y mis Ministros duermen, dejando el campo de mis cosechas a Satanás. Es indecible e incomprensible lo que sobre este punto lamentable pasa en cada momento y a todas horas en el mundo. Yo sé cómo el infierno se llena de almas desgraciadas que no tuvieron entre los cristianos mismos quien les diera un buen consejo que quizá las hubiera detenido en el camino de la perdición.

El buen Consejo tiene un enemigo antagonista, que es el mal Consejo. Y así como el bueno y que procede del Espíritu Santo, hace tanto bien, así los estragos que el malo en su escala hace a las almas, son espantosos.

El mal Consejo descubierto y atrevido, el cual hace mucho daño, es un enemigo formidable: pero existe otro mucho más nocivo, el cual cubierto con la capa de la Hipocresía, se traga a las almas incautas y vanas. Los enemigos del alma que combate el Buen Consejo son: la Presunción, la Fatuidad, el Amor propio y la Soberbia. Su apoyo único y salvación es la propia desconfianza, o sea la profunda Humildad. El fin único que debe guiarlo es el bien de las almas, por puro Amor de Dios.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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