Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

1.5.18

El combate espiritual: levantarnos tras las heridas


- De lo que debernos hacer cuando hemos recibido alguna herida en el combate espiritual. -

Cuando te sintieres herida, esto es, cuando conocieres que has cometido alguna falta, o por pura fragilidad o con reflexión y malicia, no por esto te desanimes o te inquietes; mas volviéndote luego a Dios, le dirás con humilde confianza: "ahora, Dios mío, acabo de mostrar lo que soy; porque ¿qué podía esperarse de una criatura flaca y ciega como yo, sino caídas y pecados?". Gasta, después un breve rato en la consideración de tu propia vileza y, sin confundirte, enójate contra tus pasiones viciosas, y principalmente contra aquella que fue causa de tu caída, y proseguirás diciendo: "No me hubiera detenido yo aquí, sino que hubiera seguido ofendiéndoos mucho más, Dios mío, si por vuestra bondad infinita Vos no me hubierais socorrido".

Aquí le darás al Señor muchas gracias, y amándole más fervorosamente admirarás su infinita clemencia; pues siendo ofendido de ti, te da su poderosa mano para que no caigas de nuevo.




En fin, llena de confianza en su misericordia, le dirás: "Obrad Vos, Señor, como quien sois; perdonadme las ofensas que os he hecho, no permitáis que yo viva un solo instante apartada de Vos, y fortificadme de tal suerte con vuestra gracia que yo no os ofenda jamás".

Hecho esto, no te detengas en pensar si Dios te ha perdonado o no; porque esto no es otra cosa que soberbia, inquietud de espíritu, pérdida de tiempo o engaño del demonio, que con pretextos especiosos procura causarte inquietud y pena. Ponte libremente en las piadosas manos de tu Creador, y continúa tus ejercicios con la misma tranquilidad que si no hubieras cometido alguna falta; y aunque hayas caído muchas veces en un mismo día, no te desalientes ni pierdas jamás tu confianza en Dios; practica lo que te he dicho, en la segunda, en la tercera y en la última vez, como en la primera. Concibe un gran menosprecio de ti misma, y un santo horror del pecado, y esfuérzate a vivir en adelante con mayor cuidado y cautela.

Este modo de combatir contra el demonio agrada mucho al Señor; y reconociendo este astuto enemigo que no hay arma tan poderosa para quebrantar su orgullo y desarmar los ocultos lazos que siembra en el camino del espíritu, como este santo ejercicio, no hay artificio de que no se valga para obligamos a que lo dejemos, y muchas veces logra su intento por nuestra inadvertencia y descuido en velar sobre nosotros mismos.

Por esta causa, hija mía, cuanto mayor fuere la repugnancia y dificultad que sintieres en el uso de un ejercicio tan importante, tanto mayores han de ser tus esfuerzos para violentarte y vencerte a ti misma.

Y no te contentes con practicarlo una sola vez, mas repítelo muchas veces, aunque no hayas cometido sino una sola falta; y si después de tu caída te sintieres inquieta, confusa y desconfiada, la primera cosa que has de hacer es recobrar la paz del corazón y la confianza; después levantarás tu espíritu al Señor, persuadiéndote de que la inquietud que sigue a la culpa no tiene por objeto su ofensa sino el daño propio.

El modo de recobrar esta paz es que por entonces te olvides enteramente de tu caída, y consideres únicamente la inefable bondad de Dios, que está siempre pronto y dispuesto a perdonarnos las más enormes faltas, y no se olvida de nosotros ni omite medio alguno para llamarnos, atraernos y unirnos a sí, a fin de sacrificarnos en esta vida y hacernos eternamente bienaventurados en la otra. Después que con estas o semejantes consideraciones hubieres calmado tu espíritu, podrás pensar en tu caída, y harás lo que te he dicho.

En fin, en el sacramento de la Penitencia, que te aconsejo frecuentes muy a menudo, reconoce y examina todas tus faltas, y con nuevo dolor de la ofensa a Dios, y propósito de no ofenderle más, las declararás sinceramente a tu padre espiritual.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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