Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

30.5.18

El combate espiritual: Las asperezas engendran virtudes


- Que debernos abrazar con gusto todas las ocasiones que se nos ofrecieren de combatir, para adquirir las virtudes, y principalmente aquellas que fueren más difíciles y penosas. -

No me contento, hija mía, con que no huyas de las ocasiones que se te presentaren, de combatir, para adquirir las virtudes; quiero también que las busques y las abraces con alegría, y que las que te causaren mayor mortificación y pena, te sean más agradables como más provechosas. Nada te parecerá difícil con el socorro de la gracia, principalmente si procuras imprimir bien en tu corazón las consideraciones siguientes: la primera es que las ocasiones son los medios esenciales y propios para adquirir las virtudes.

De donde nace que cuando pedimos a Dios las virtudes, le pedimos juntamente los medios para obtenerlas; pues de otra manera nuestra oración sería inútil y de ningún fruto, porque vendríamos a contradecirnos manifiestamente a nosotros mismos, y a tentar a Dios, el cual no acostumbra dar la paciencia sin las tribulaciones, ni la humildad sin los oprobios.




Lo mismo sucede con las demás virtudes, las cuales son fruto de las adversidades que Dios nos envía. Estas adversidades deben sernos tanto más preciosas y amables, cuanto fueren más ásperas y penosas; porque los grandes esfuerzos que deben emplearse para sufrirlas, contribuyen y sirven maravillosamente para formar en nosotros los hábitos de las virtudes.

Son también muy estimables y preciosas las ocasiones de mortificar nuestra voluntad, aun en las cosas pequeñas y leves; porque aunque las victorias que conseguimos contra nosotros mismos en las grandes ocasiones sean más gloriosas, no obstante, las que alcanzamos en las pequeñas son incomparablemente más frecuentes.

La segunda consideración que ya hemos tocado, es que todas las cosas que suceden en este mundo, vienen de Dios para nuestro beneficio y provecho; porque, aunque no pueda decirse, hablando propiamente, que algunas de estas cosas, como nuestros pecados o los ajenos, vienen de Dios, que aborrece la iniquidad, es cierto no obstante que vienen de Dios, en cuanto las permite, y pudiendo absolutamente impedirlas, no las impide. Mas por lo que mira a las aflicciones que nos suceden o por culpa nuestra, o por la malicia de nuestros enemigos, no se puede negar que son de Dios, y que vienen de su mano, y que, aunque verdaderamente condene la causa, su voluntad es que las suframos con ánimo paciente, o porque son medios muy propios para santificarnos, o por otros justos motivos que nos son ocultos.

Estando, pues, persuadidos y ciertos de que, para cumplir perfectamente su divina voluntad debemos sufrir con gusto todos los males que nos causan nuestros enemigos, o que nosotros mismos nos causamos con nuestros pecados; el decir (como por excusar y encubrir su impaciencia, suelen muchos), que Dios, siendo infinitamente justo, no puede querer lo que procede de un mal principio, no es otra cosa que querer dorar con un vano pretexto la propia falta, y rehusar la cruz que su divina Majestad nos presenta, y no podemos negar que es voluntad suya que la llevemos con tolerancia.

Además de esto, hija mía, conviene que entiendas y sepas que Dios se deleita más de vernos sufrir constantemente las persecuciones injustas de los hombres, principalmente de aquellos que nos están obligados con nuestros favores y beneficios, que de vernos tolerar otros penosos accidentes; así porque la soberbia de nuestra naturaleza se reprime mejor con las injurias y malos tratamientos de nuestros enemigos, que con las penas y mortificaciones voluntarias, como porque, sufriéndolas con paciencia, hacemos verdaderamente lo que Dios pide y desea de nosotros, y es de su honor y gloria, pues conformamos nuestra voluntad con la suya en una cosa en que resplandecen igualmente su bondad y su poder, y de un fondo tan malo y tan detestable, como es el pecado, cogemos excelentes frutos de virtud y de santidad.

Sabe, pues, hija mía, que apenas nos ve el Señor resueltos y determinados a obrar de veras, y a emplear todos nuestros esfuerzos para adquirir las sólidas virtudes, nos prepara el cáliz de las más fuertes tentaciones y de los más ásperos trabajos; y así, conociendo el amor infinito que nos tiene, y la ardiente y misericordiosa solicitud con que desea nuestro bien espiritual debemos recibirlo con alegría y dando gracias cuando lo ofreciere, y beberlo hasta la última gota; porque la composición de la bebida está hecha de mano de quien no puede errar, y con ingredientes tanto más saludables para el alma, cuanto son más desagradables y amargos a nuestro paladar.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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