- Cómo podrán ayudarnos las cosas sensibles para la meditación de los misterios de la vida y pasión de Cristo nuestro Señor. -
Ya te he mostrado, hija mía, cómo podrás elevarte de la consideración de las cosas sensibles a la contemplación de las grandezas de Dios. Ahora quiero enseñarte el modo de servirte de estas mismas cosas para meditar y considerar los sagrados misterios de la vida y pasión de Jesucristo nuestro Redentor.
No hay cosa alguna en el Universo que no pueda servirte para este efecto.
Considera en todas las cosas a Dios, como única y primera causa que les ha dado el ser, la hermosura y la excelencia que tienen. Después admirarás su bondad infinita; pues siendo único principio y señor de todo lo creado, quiso humillar su dignidad y grandeza hasta hacerse hombre y vestirse de nuestras flaquezas, y sufrir una muerte afrentosa por nuestra salud, permitiendo que sus mismas criaturas lo crucificasen.
Muchas cosas podrán representarte particular y distintamente estos santos misterios, como armas, cuerdas, azotes, columnas, espinas, cañas, clavos, tenazas, martillos y otras cosas que fueron instrumentos de la sacratísima pasión.
Los pobres albergues nos traerán a la memoria el establo y pesebre en que quiso nacer el Señor.
Si llueve podremos acordarnos de aquella divina lluvia de sangre que en el huerto salió de su sacratísimo cuerpo y regó la tierra. Las piedras que miremos nos servirán de imágenes de las que se rompieron en su muerte. La tierra nos representará el movimiento que entonces hizo. El sol, las tinieblas que lo oscurecieron. Cuando viésemos el agua, podremos acordarnos de la que salió de su sacratísimo costado; y lo mismo digo de otras cosas semejantes.
Si bebieres vino u otro licor, acuérdate de la hiel y vinagre que a tu divino Salvador presentaron sus enemigos. Si te deleitare la suavidad y fragancia de los perfumes, figúrate en tu imaginación el hedor de los cuerpos muertos que sintió en el Calvario. Cuando te vistieres, considera que el Verbo eterno se vistió de nuestra carne para vestirnos de su divinidad. Cuando te desnudares, imagínate que lo ves desnudo entre las manos de los verdugos para ser azotado y morir en la cruz por nuestro amor. Cuando oyeres algunos rumores o gritos confusos, acuérdate de las voces abominables de los judíos cuando, amotinados contra el Señor, gritaban que fuese crucificado: "Tolle, tolle, crucifige, crucifige!".
Todas las veces que sonare el reloj para dar las horas, te representarás la congoja, palpitación y angustias mortales que sintió en su corazón Jesús en el huerto, cuando empezó a temer los crueles tormentos que se le preparaban; o te figurarás que oyes los duros golpes de los martillos que los soldados le dieron cuando lo clavaron en la cruz. En fin, en cualesquiera dolores y penas que padecieres o vieres padecer a otro, considerarás que son muy leves en comparación de las incomprensibles angustias que penetraron y afligieron el cuerpo y el alma de Jesucristo en el curso de su pasión.
Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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