Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

19.4.18

Diario de Santa Gemma Galgani [6]


Lunes, 23 de julio de 1900
Jesús me ha demostrado hoy nuevamente que sigue queriéndome, no al modo de antes, uniéndome con él o recogiéndome, sino de otra forma. Me fui a la cama, me dormí bien y después de un cuarto de hora o así (mis sueños son siempre breves), vi a los pies de la cama, en el suelo, al acostumbrado hombrecillo muy negro y pequeño, pequeño. Comprendí quién era y pronto lo sentí; le dije:

- Pero, ¿qué vienes ahora con esta historia de no dejarme ni siquiera dormir?

- ¡Cómo! ¿Dormir? - replicó - ¿Por qué no rezas?

- Ya rezaré más tarde -le dije - ahora voy a dormir.




- Hace dos días que no puedes recogerte; bien, déjame pensarlo. - Comenzó a propinarme algunos golpes; tomé entonces el Crucifijo en la mano, pero todo fue inútil. Estaba a punto de arrojarse sobre mí y azotarme a mansalva. No sé qué sucedió; le vi montar en cólera y revolcarse por el suelo. Yo me reía: hoy me parecía no tener miedo, me dijo:

- Hoy no te puedo hacer nada, pero otro día me las pagarás.

Le pregunté:

- Pero ¿por qué no puedes? Si otras veces has podido, también podrás hoy, yo soy la misma, sólo que llevo a Jesús ([Jesús en el cuello, es decir, el Crucifijo o la reliquia de la Santa Cruz.]) en el cuello.

Entonces me dijo:

- Esa..., la que está en esta habitación, ¿qué te ha hecho? Quítate de encima esa cosa, y luego verás ([Debía estar presente la señora Cecilia, quien le había puesto el cinturón de San Gabriel, como dice poco después la misma Santa, la cual, escribiendo al P. Germán, le decía que esa reliquia la libraba de las tentaciones del demonio y por eso deseaba conservarla (carta 72).]).

Insistía en que no tenía nada, porque dormía ([Estaba en éxtasis.]), pero entendía muy bien a qué se refería. Después de estos dichos quedé tranquila en la cama y me reía, viendo los revolcones que daba y la rabia que le devoraba.

Me decía que, como siga rezando, me las va a hacer pasar peores.

- No me importa -decía yo-. Sufriré por Jesús ([Este razonar con el demonio, por ser peligroso, le fue prohibido por el P. Germán (véase el éxtasis 44, nota 5)]).

En fin, que hoy me he divertido mucho: lo veía tan rabioso... Pero me dijo que ya se las pagaré todas juntas.

Esperó a esta tarde, pero gracias a Dios no ha durado tanto como era de temer: me ha dado tres buenas tundas, que casi me impidieron ir a la cama; me costó trabajo.

Hay veces que echa a correr y va largo, con tanto espanto que no sé que tiene. Quedé que apenas podía moverme.

¡Cuánto invoqué a Jesús! Pero inútil, no se presentó; rogué al Ángel de mi Guarda que me llevase a Jesús, pero también resultó inútil. Se entretuvo un poco conmigo y me dijo:

-Esta tarde Jesús no vendrá ni siquiera a bendecirte, y yo tampoco te bendigo.

Me asusté al oírlo, porque si Jesús no me bendecía no podría hacer nada, pues no tenía hueso sano. Notó que estaba a punto de echarme a llorar y dijo:

- Calla, que ya te enviará alguien Jesús. Y si supieras quién es el que vendrá a visitarte esta tarde, ¡qué contenta te pondrías!

Mi imaginación voló en seguida al Cohermano Gabriel. Se lo pregunté, pero no quiso responderme, me hizo pasar unos momentos de sobresalto y curiosidad. Al fin me dijo:

- Si Jesús mandase de verdad al Cohermano Gabriel para bendecirte, ¿tú qué harías? No le hables, que si no desobedeces al Confesor.

- No, no le hablaré -, le respondí impaciente - pero ¿cómo puede bendecirme el Cohermano Gabriel?

- Es Jesús quien lo manda, y ya lo ha mandado otras veces a bendecirte. ¿Lograrás estar callada y obedecer?

- Sí, sí, obedeceré, dile que venga.

Pasados unos minutos vino. ¡Qué manía me tomó entonces!, hubiera querido..., pero fui buena y me contuve. Me bendijo con ciertas palabras latinas, que se me han quedado bien grabadas en la mente, y se dispuso para marchar en seguida.

Entonces no pude por menos de decir:

- Cohermano Gabriel, ruega a nuestra Mamá que te mande conmigo el sábado, y te deje estar mucho tiempo.

Se volvió y me dijo riendo:

- Sé buena - y al decirlo se quitó de la cintura un cinto y me dijo - ¿Lo quieres? - Entonces fue quererlo de verdad:

- Me hace mucho bien, dámelo ahora -. Me dio a entender que no, que el sábado me lo daría, y me dejó. Me dijo que ese cinto era el que la noche antes me había librado del diablo.

Santa Gemma Galgani | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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