Portémonos como huéspedes y peregrinos en la tierra, buscando el Cielo en todo momento, teniendo siempre presente a Nuestro Señor, tomando el camino que transita por la virtud. Y cuando el maligno enemigo nos lo pintare muy dificultoso, nos encontremos afligidos, y fatigados de nuestros continuos trabajos y ejercicios de penitencia, con los cuales nosotros mismos nos vamos labrando, o Dios, con enfermedades, nos labra y esculpe para el edificio del Cielo, o nuestros más allegados con persecuciones y calumnias, pasemos entre todo ello con la memoria de estas dos palabras:
Momento, y Eternidad.
Así: Momento, ¡oh, qué poco!, y Eternidad, ¡oh, qué mucho! Diciendo en nuestro interior:
¡Oh, qué poco han de durar estas penalidades!
¡Oh, qué presto se acabarán estas tristezas!
¡Oh, qué mucho durarán nuestras alegrías!
¡Oh, qué mucho durarán los deleites de la Vida Eterna!
¡Oh, qué poco durarán los males!
¡Oh, qué mucho durarán los bienes!
¡Oh, qué presto pasarán las molestias, las enfermedades, persecuciones y tribulaciones de esta vida tan breve!
¡Oh, qué mucho durará después el consuelo, el gozo y la alegría, y el regocijo de nuestras almas en la vida y en la bienaventuranza eterna!
Estas son las palabras que repiten los solitarios y ermitaños del Carmelo, y los que viven despegados de la vida temporal y aplicados a la eterna.
Animémonos, pues, a vista de lo poco que dura lo de aquí abajo, y no temeremos en tiempo breves penas, que no se pueden llamar grandes, acabándose todas con la muerte liberadora.
"Dadme, Señor -aunque no lo merezco, ciertamente-, dadme, Señor, una chispa al menos de vuestro amor, para que pueda arrancarme de la tierra, y plantarme totalmente en desear verte en la Patria Celestial, mi Patria verdadera, como hicieron tantos santos carmelitas, los cuales me confunden viéndome a mí tan descuidado en lo que tanto debo de dolerme". ¿Hasta cuándo has de dormir, alma perezosa mía? ¿Hasta cuándo te vas a tardar de levantar de este letargo?
¿Quieres, dormido, salvarte, o despertar en el infierno dormido? Mira que solo a los vigilante y valientes se les es prometido el Cielo. ¡Oh, dulcísima Patria! ¡Oh tierra de los vivientes! Dios te salve, puerto seguro de las almas que trabajan, paraiso de deleites, Casa de bendiciones, Palacio del Rey Soberano, premio de todos los justos, centro y fin de todos nuestros deseos. Dios te salve, Madre nuestra, esperanza nuestra, bienaventuranza nuestra, por la cual suspiramos, clamamos, y batallamos.
"Tú, Dios mío, eres mi centro; no puedo desear nada sino a ti, por ti suspiro y a ti aspiro. ¿Cómo puedo yo tener gusto, estando desterrado en este valle de lágrimas y sin gozar de ti? Sed tengo, y hambre de ti, bien mío. Nada me puede hartar sino Tú. A ti deseo, y a ti busco únicamente. ¡Oh, cómo deseo verte, bienhechor mío! ¡Cómo deseo conocer el rostro de quien tan buenas obras me ha hecho, y hace a todos!".
Pues, hermanos, no nos dilatemos más en darnos plazos para resolver dejar lo vano, pues no debe buscarse, ni amarse en esta vida caduca, más que para merecer la que no se acaba, así nos lo enseña Santa Teresa de Jesús, y no se puede entrar en el Cielo, sin entrar primero en tu interior, considerando los días antiguos, y como dice el santo profeta, teniendo presentes los años eternos: sin estas circunstancias no se da el Cielo. Mira, pues, lo que te conviene hacer sin dilación.
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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