Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.6.18

El combate espiritual: los defectos que ves en el prójimo son los tuyos


- Cuán poderosas son en nosotros nuestra mala inclinación, y la instigación del demonio, para inducirnos a juzgar temerariamente del prójimo y del modo de hacerles resistencia. -

La vanidad y propia estimación producen en nosotros un desorden más perjudicial que el juicio temerario, que nos hace concebir y fomentar una baja idea del prójimo. Como este vicio nace de nuestra soberbia, con ella también se sustenta y fomenta, a medida que crece y va aumentando en nosotros, nos hacemos presuntuosos y vanos, y susceptibles de las ilusiones y engaños del demonio; porque venimos a formar insensiblemente tanto más alta opinión de nosotros mismos cuanto es más baja la que concebimos de los otros, persuadiéndonos que nos hallamos libres de las imperfecciones que les atribuimos.

Cuando el enemigo de nuestra salud reconoce en nosotros esta maligna disposición, usa de todos sus artificios para hacernos vigilantes y atentos al cuidado de observar y examinar los defectos ajenos. No es creíble cuánto se esfuerza en ponernos y representarnos a cada instante, delante de los ojos, algunas ligeras imperfecciones de nuestros hermanos, cuando no puede hacer que observemos defectos graves y considerables.




Pues ya que es tan solícito de nuestra ruina este astuto enemigo, y tan aplicado a nuestra perdición, no seamos nosotros menos vigilantes y atentos para descubrir y evitar sus lazos. Apenas te representare algún vicio o defecto del prójimo, procura desechar este pensamiento; y si continuare en persuadirte y solicitarte a formar algún juicio injurioso, guárdate de escuchar sus gestiones malignas. Considera que tú no tienes la autoridad necesaria para juzgar; y que aun cuando la tuvieres, no eres capaz de formar juicio recto, hallándote cercada de infinitas pasiones, y muy inclinada a pensar mal de la vida y de las acciones de los otros sin justa causa.

Para remediar eficazmente un mal tan peligroso, te advierto que tengas un espíritu enteramente ocupado en tus propias miserias; porque hallarás tantas cosas que corregir y reformar dentro de ti misma, que no tendrás tiempo ni gusto para pensar en las de tu prójimo, o no pensarás en ellas sino movida de una santa y discreta caridad. Fuera de que si te ocupas en considerar tus propios defectos, curarás fácilmente los ojos interiores del alma de cierta especie de malignidad, que es la fuente y origen de todos los juicios temerarios; porque quien juzga sin razón que su hermano está sujeto a algún vicio, puede pensar de sí mismo con fundamento, que padece el mismo defecto: pues siempre juzga un hombre vicioso que los demás son como él.

Todas las veces, pues, que te sintieres pronta y dispuesta a condenar ligeramente las acciones de alguna persona, te debes vituperar interiormente a ti misma y darte esta justa reprensión: "¡Oh ciega y presuntuosa! ¿Cómo eres tú tan temeraria, que te atrevas a censurar las acciones de tu prójimo, cuando tienes los mismos y aún más graves defectos?". Así, volviendo contra ti misma tus propias armas, en lugar de herir y ofender a tus hermanos curarás tus propias llagas.

Pero si la falta que condenamos es verdadera y pública, excusemos por caridad al que la ha cometido: creamos que tiene algunas virtudes ocultas, que por ventura no hubiera podido conservar si Dios no hubiese permitido en él esta caída; creamos que un pequeño defecto que Dios le deje por algún tiempo, acabará de destruir en él la estimación y buen concepto en que se tiene a sí mismo; que siendo menospreciado se hará más humilde, y que por consiguiente su ganancia será mayor que su pérdida.

Mas si el pecado es, no solamente público, sino enorme, si el pecador es impenitente o está endurecido y obstinado, levantemos nuestro espíritu al cielo; entremos en los secretos juicios de Dios; consideremos que muchos hombres después de haber vivido largo tiempo en la iniquidad, han venido a ser grandes Santos y que otros, al contrario, habían llegado al grado más sublime de la perfección y han caído infelizmente en un abismo de desórdenes y miserias.

Con estas reflexiones comprenderás, hija mía, que no debes temerte menos a ti misma, que a los demás; y que si sientes en ti inclinación y facilidad a juzgar favorablemente del prójimo, el Espíritu Santo es quien te da esta feliz inclinación; y que al contrario, cualquier desprecio, aversión o juicio temerario contra el prójimo, nace únicamente de la propia malignidad, y de la sugestión del demonio. Si pues, alguna imperfección, o defecto ajeno hubiere hecho en ti alguna impresión, no descanses ni sosiegues hasta tanto que la hayas desterrado enteramente de tu corazón.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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