Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.5.18

El combate espiritual: el autoengaño en que caemos para no seguir la senda de la salvación


- De las invenciones de que se sirve el demonio para impedir la entera conversión de los que hallándose convencidos del mal estado de su conciencia, desean corregir y reformar su vida; y de dónde nace que los buenos deseos y resoluciones muchas veces no tengan efecto. -

Los que conocen el mal estado de su conciencia, y desean mudar de vida, se dejan ordinariamente engañar del demonio con estos artificios: "después, después, mañana, mañana; quiero primeramente desembarazarme de este negocio, y después me daré con mayor quietud al espíritu".

Este es un lazo en que han caído y caen continuamente innumerables almas; pero no se debe atribuir la causa de esta infelicidad sino a suma negligencia y descuido, pues en un negocio en que se interesa su eterna salud, y el honor y gloria de Dios, no recurren con prontitud a aquella arma tan poderosa: Ahora, ahora, ¿y para qué después? Hoy, hoy, ¿y por qué mañana?, diciéndose a sí mismo: "¿Quién sabe si yo veré el día de mañana? Mas aun cuando yo tuviere de esto una in dubitable certeza, ¿es querer salvarme, el diferir mi penitencia? ¿Es querer alcanzar la victoria, el hacer nuevas heridas?".

Para evitar, pues, esta ilusión funesta, y la que he tocado en el capítulo precedente, es necesario que el alma obedezca con prontitud a las inspiraciones del cielo, porque los propósitos solos muchas veces son ineficaces y estériles; y así, infinitas almas quedan engañadas con buenas resoluciones por diversos motivos.




El primero, de que tratamos arriba, es porque nuestros propósitos no se fundan en la desconfianza propia, y en la confianza de Dios; y nuestra gran soberbia no permite que conozcamos de dónde procede este engaño y ceguedad. La luz para alcanzar este conocimiento, y el remedio para curar este mal, vienen de la bondad de Dios, el cual permite que caigamos a fin de que, instruidos y adoctrinados con nuestras propias caídas, pasemos de la confianza que ponemos en nuestras fuerzas a la que debemos poner únicamente en su gracia; y de un orgullo, casi imperceptible, a un humilde conocimiento de nosotros mismos; y así, si quieres que tus buenas resoluciones y propósitos sean eficaces, es necesario que sean constantes y firmes; y no pueden serlo si no tienen por fundamento la desconfianza de nosotros mismos, y la confianza de Dios.

El segundo, porque cuando nos movemos a formar estos buenos deseos y resoluciones nos proponemos únicamente la hermosura y la excelencia de la virtud, que por sí misma atrae poderosamente las voluntades más flacas, y no consideramos los trabajos que cuesta el adquirirla; de donde nace que, a la menor dificultad, un alma tímida y pusilánime se acobarda y se retira de la empresa.

Por esta causa, hija mía, conviene que te enamores más de las dificultades con que se adquieren las virtudes, que de las virtudes mismas, y que alimentes tu voluntad de estas dificultades, preparándote a vencerlas según las ocasiones; y has de saber que cuanto más generosamente las abrazares tanto más fácil y libremente te vencerás a ti misma, triunfarás de tus enemigos, y adquirirás las virtudes.

El tercero, porque nuestros propósitos muchas veces no miran a la virtud y a la voluntad divina, sino al interés propio, el cual se aviva en las resoluciones que se forman cuando abundan consolaciones y gustos espirituales, pero principalmente en las que se forman en el tiempo de las adversidades y tribulaciones. Porque no hallando entonces algún alivio a nuestros males, hacemos propósitos de darnos enteramente a Dios, y de no aplicarnos sino a los ejercicios de la virtud.

Para no caer en este inconveniente, procura en el tiempo de las delicias y gustos espirituales ser muy circunspecta y humilde en los propósitos y resoluciones, y particularmente en las promesas y votos; mas cuando te hallares atribulada, todos tus propósitos se han de dirigir únicamente a llevar con paciencia la cruz que el Señor te envía, y a exaltarla, rehusando todos los consuelos y alivios de la tierra, y aun del cielo. No has de pedir ni desear otra cosa sino que la mano poderosa de Dios te sostenga en tus males, para que puedas tolerarlos sin algún menoscabo de la virtud de la paciencia, y sin desagrado de Dios.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario