Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

24.4.18

El combate espiritual: otras prácticas cotidianas para ejercitarnos en la virtud


- De otros modos de gobernar nuestros sentidos según las ocasiones que se ofrecieren. -

Después de haberte mostrado cómo podemos levantar nuestros espíritus de las cosas sensibles a las cosas de Dios, y a los misterios de la vida de Jesucristo, quiero también enseñarte otros modos de que podemos servirnos para diversos manjares con que puedan satisfacer a su devoción. Esta variedad será de gran utilidad y provecho, no solamente para las personas sencillas, sino también para las espirituales, porque no todas van por un mismo camino a la perfección, ni tienen el espíritu igualmente pronto y dispuesto para las más altas especulaciones.

No temas que tu espíritu se embarace y confunda con esta diversidad de cosas, si te gobiernas con la regla de la discreción y con el consejo de quien te guiare en la vida espiritual, cuya dirección deberás seguir siempre, así en éstas como en todas las demás advertencias que te haré.




Siempre que mirares tantas cosas hermosas y agradables a la vista, y que el mundo tiene en gran aprecio y estimación, considera que todas son vilísimas y como de barro en comparación de las riquezas y bienes celestiales, a que solamente (despreciando el mundo) debes aspirar de todo corazón.

Cuando miras el sol, imagina y piensa que tu alma, si se halla adornada de la gracia, es más hermosa y resplandeciente que el sol y que todos los astros del firmamento; pero que sin el adorno y hermosura de la gracia, es más oscura y abominable que las mismas tinieblas del infierno.

Alzando los ojos corporales al cielo material, pasa adelante, con los del entendimiento, hasta el empíreo, y considera que es lugar prevenido para tu feliz morada por una eternidad, si en este mundo vivieres cristianamente.

Cuando oyeres cantar los pájaros, acuérdate del paraíso, donde se cantan incesantemente a Dios himnos y cánticos de alabanza (Apoc. XIX); y pide al mismo tiempo al Señor que te haga digna de alabarle eternamente en compañía de los espíritus celestiales.

Cuando advirtieres que te deleita y hechiza la belleza de las criaturas, imagina que debajo de aquella hermosa apariencia se oculta la serpiente infernal, pronta a morderte para inficionarte con su veneno, y quitarte la vida de la gracia; y con santa indignación le dirás: "Huye, maldita serpiente, en vano te ocultas para devorarme". Después, volviéndote a Dios, le dirás: "Bendito seáis, Señor, que os habéis dignado descubrirme mi enemigo y salvarme de sus asechanzas". Y luego retírate a las llagas de tu Redentor como a un asilo seguro, y ocupa tu espíritu con los dolores incomprensibles que padeció en su sacratísima carne para librarte del pecado, y hacerte odiosos los deleites sensuales.

Otro medio quiero enseñarte para defenderte de los atractivos de las hermosuras creadas, y es que pienses y consideres qué vendrán a ser, después de la muerte, estos objetos que te parecen ahora tan hermosos.

Cuando caminares, acuérdate de que a cada paso que das te acercas a la muerte.

El vuelo de un pájaro, el curso de un río impetuoso, te advierten que tu vida corre y vuela con mayor velocidad a su fin.

En las tempestad de vientos, relámpagos y truenos, acuérdate del tremendo día del juicio; y postrándote profundamente en la presencia de Dios, lo adorarás pidiéndole con humildad que te conceda gracia y tiempo para disponerte y prepararte, de suerte que puedas comparecer entonces con seguridad delante de su altísima Majestad.

En la variedad de accidentes a que está sujeta la vida humana te ejercitarás de esta manera: si, por ejemplo, te hallares oprimida de algún dolor o tristeza, si padecieres calor o frío o alguna otra incomodidad, levanta tu espíritu al Señor, y adora el orden inmutable de su providencia, que por tu bien ha dispuesto que en aquel tiempo padezcas aquella pena o trabajo; y reconociendo con alegría el amor tierno y paternal que te muestra, y la ocasión que te da de servirle en lo que más le agrada, dirás dentro de tu corazón: "ahora se cumple verdaderamente en mí la voluntad de Dios, que tan benigna y amorosamente dispuso en su eternidad que yo padeciese esta mortificación. Sea para siempre bendito y alabado".

Cuando se despertare en tu alma algún buen pensamiento, vuélvete luego a Dios, y reconociendo que debes a su bondad y misericordia este favor, le darás con humildad las gracias.

Si leyeres algún libro espiritual y devoto, imagínate que el Señor te habla en aquel libro para tu instrucción, y recibe sus palabras como si saliesen de su divina boca.

Cuando miras la cruz, considérala como el estandarte de Jesucristo, tu Capitán; y entiende que si te apartas de este sagrado estandarte, caerás en las manos de tus más crueles enemigos; pero si lo sigues constantemente, te harás digna de entrar algún día en triunfo en el cielo, cargada de gloriosos despojos.

Cuando vieres alguna imagen de María Santísima, ofrece tu corazón a esta Madre de misericordia, muéstrale el gozo y alegría que sientes de que haya cumplido siempre con tanta diligencia y fidelidad la voluntad divina; de que haya dado al mundo a tu Redentor, y lo haya sustentado de su purísima leche; y en fin, dale muchas bendiciones y gracias por la asistencia y socorro que da a todos los que la invocan en este espiritual combate contra el demonio.

Las imágenes de los Santos te representarán a la memoria aquellos dignos y generosos soldados de Jesucristo, que combatiendo valerosamente hasta la muerte, te han abierto el camino que debes seguir para llegar a la gloria.

Cuando vieres alguna iglesia, entre otras devotas consideraciones, pensarás que tu alma es templo vivo de Dios (I Cor. II id. IV), y que como estancia y morada suya, debes conservarla pura y limpia.

En cualquier tiempo que se tocare la campana para la Salutación angélica, podrás hacer alguna nueva reflexión sobre las palabras que preceden a cada Ave María.

En el primer toque o señal darás gracias a Dios por aquella célebre embajada que envió a María Santísima, y fue el principio de nuestra salud. En el segundo, te congratularás con esta purísima Señora de la alta dignidad a que la sublimó Dios en recompensa de su profundísima humildad. En el tercero, adorarás al Verbo encarnado, y al mismo tiempo darás a tu bienaventurada Madre y al arcángel San Gabriel el honor y culto que merecen. En cada uno de estos toques será bien que se incline un poco la cabeza en señal de reverencia, y particularmente en el último.

A más de estas breves meditaciones, que podrás practicar igualmente en todos tiempos, quiero, hija mía, enseñarte otras de que podrás servirte por la tarde, por la mañana y al mediodía, y pertenecen al misterio de la pasión de nuestro Señor; porque todos estamos obligados a pensar frecuentemente en el cruel martirio que entonces padeció nuestra Señora, y sería en nosotros monstruosa ingratitud el no hacerlo.

Por la tarde pensarás en el dolor y pena de esta purísima Señora, por el sudor de sangre, prisión en el huerto, y angustias interiores de su santísimo Hijo en aquella triste noche.

Por la mañana, compadécete de la aflicción que tuvo cuando con tanta ignominia presentaron a su Hijo ante Pilato y Herodes, y cuando lo condenaron a muerte, y obligaron a llevar la cruz sobre sus espaldas para ir al lugar del suplicio.

Al mediodía considera aquella espada de dolor que penetró el alma de esta Madre afligida por la crucifixión y muerte del Señor, y por la cruel lanzada que recibió, ya difunto, en su sacratísimo costado.

Estas piadosas reflexiones sobre los dolores y penas de nuestra Señora, las podrás hacer desde la tarde del jueves hasta el mediodía del sábado; las otras, en los otros días. Pero en éstos seguirás siempre tu devoción particular, según te sintieres movida de los objetos exteriores.

Finalmente, para explicarte en pocas palabras el modo como debes usar de los sentidos, sea para ti regla inviolable el no dar entrada en tu corazón al amor o a la aversión natural de las cosas que se te presentaren, reglando de tal suerte todas tus inclinaciones con la voluntad divina, que no te determines a aborrecer o amar sino lo que Dios quiere que aborrezcas o ames.

Pero advierte, hija mía, que aunque te doy todas estas reglas para el buen uso y gobierno de tus sentidos, no obstante, tu principal ocupación ha de ser siempre estar recogida dentro de ti misma en el Señor, el cual quiere que te ejercites interiormente en combatir tus viciosas inclinaciones, y en producir actos frecuentes de virtudes contrarias. Solamente te las enseño y propongo para que sepas gobernarte en las ocasiones en que tuvieres necesidad; porque has de saber que no es medio seguro para aprovechar en la virtud el sujetarnos a muchos ejercicios exteriores, que aunque de sí son loables y buenos, no obstante muchas veces no sirven sino para embarazar el espíritu, fomentar el amor propio, entretener nuestra inconstancia, y dar lugar a las tentaciones del enemigo.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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