Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

13.4.18

El combate espiritual: combatiendo la impureza


- Del modo cómo se debe combatir contra el vicio deshonesto. -

Contra este vicio has de hacer la guerra de un modo particular, y con mayor resolución y esfuerzo que contra los demás vicios. Para combatirlo como conviene, es necesario que distingas tres tiempos:

- El primero, antes de la tentación;
- El segundo, cuando te hallares tentada;
- El tercero, después que se hubiere pasado la tentación.




1. Antes de la tentación, tu pelea ha de ser contra las causas y personas que suelen ocasionarla.
Primeramente has de pelear no buscando ni acometiendo a tu enemigo, sino huyendo cuanto te sea posible de cualquiera cosa o persona que te pueda ocasionar el mínimo peligro de caer en este vicio; y cuando la condición de la vida común, o la obligación del oficio particular, o la caridad con el prójimo te obligaren a la presencia y conversación de tales objetos, procurarás contenerte severamente dentro de aquellos límites que hace inculpable la necesidad, usando siempre de palabras modestas y graves, y mostrando un aire más serio y austero que familiar y afable.

No presumas de ti misma, aunque en todo el curso de tu vida no hayas sentido los penosos estímulos de la carne; porque el espíritu de la impureza suele hacer en una hora lo que no ha podido en muchos años. Muchas veces ordena y dispone ocultamente sus máquinas para herir con mayor ruina y estrago; y nunca es más de recelar y de temer que cuando más se disimula y da menos sospechas de sí.

La experiencia nos muestra cada día que nunca es mayor el peligro que cuando se contraen o se mantienen ciertas amistades en que no se descubre algún mal, por fundarse sobre razones y títulos especiosos, ya de parentesco, ya de gratitud, ya de algún otro motivo honesto, ya sobre el mérito y virtud de la persona que se ama; porque con las visitas frecuentes y largos razonamientos se mezcla insensiblemente en estas amistades el venenoso deleite del sentido; el cual, penetrando con un pronto y funesto progreso hasta la médula del alma, oscurece de tal suerte la razón, que vienen finalmente a tenerse por cosas muy leves el mirar inmodesto, las expresiones tiernas y amorosas; las palabras libres, los donaires y los equívocos, de donde nacen tentaciones y caídas muy graves.

Huye, pues, hija mía, hasta de la mínima sombra de este vicio, si quieres conservarte inocente y pura. No te fíes de tu virtud, ni de las resoluciones o propósitos que hubieres hecho de morir antes que ofender a Dios; porque si el amor sensual que se enciende en estas conversaciones dulces y frecuentes se apodera una vez de tu corazón, no tendrás respeto a parentesco, por contentar y satisfacer tu pasión; serán inútiles y vanas todas las exhortaciones de tus amigos; perderás absolutamente el temor de Dios; y el fuego mismo del infierno no será capaz de extinguir tus llamas impuras. Huye, huye, si no quieres ser sorprendida y presa, y lo que es más, perderte para siempre.

2. Huye de la ociosidad, procura vivir con cautela, y ocuparte en pensamientos y en obras convenientes a tu estado.

3. Obedece con alegría a tus superiores, y ejecuta con prontitud las cosas que te ordenaren, abrazando con mayor gusto las que te humillan y son más contrarias a tu voluntad y natural inclinación.

4. No hagas jamás juicio temerario del prójimo, principalmente en este vicio; y si por desgracia hubiere caído en algún desorden, y fuere manifiesta y pública su caída, no por eso lo menosprecies o lo insultes; mas compadeciéndote de su flaqueza, procura aprovecharte de su caída humillándote a los ojos de Dios, conociendo y confesando que no eres sino polvo y ceniza, implorando con humildad y fervor el socorro de su gracia, y huyendo desde entonces con mayor cuidado de todo comercio y comunicación en que pueda haber la menor sombra de peligro.

Advierte, hija mía, que si fueres fácil y pronta en juzgar mal de tus hermanos y en despreciarlos, Dios te corregirá a tu costa permitiendo que caigas en las mismas faltas que condenas, para que así vengas a conocer tu soberbia, y humillada, procures el remedio de uno y otro vicio.

Pero, aunque no caigas en alguna de estas faltas, sabe, hija mía, que si continúas en formar juicios temerarios contra el prójimo, estarás siempre en evidente peligro de perecer.

Últimamente, en las consolaciones y gustos sobrenaturales que recibieres del Señor, guárdate de admitir en tu espíritu algún sentimiento de complacencia o vanagloria, persuadiéndote de que has llegado ya al colmo de la perfección, y de que tus enemigos no se hallan ya en estado de hacerte guerra, porque te parece que los miras con menosprecio, aversión y horror; pues si en esto no fueres muy cauta y advertida, caerás con facilidad.

En cuanto al tiempo de la tentación, conviene considerar si la causa de donde procede es interior o exterior.

Por causa exterior entiendo la curiosidad de los ojos y de los oídos, la delicadeza y lujo de los vestidos, las amistades sospechosas, y los razonamientos que incitan a este vicio.

La medicina en estos casos es el pudor y la modestia que tienen cerrados los ojos y los oídos a todos los objetos que son capaces de alborotar la imaginación; pero el principal remedio es la fuga, como dije.

La interior procede, o de la vivacidad y lozanía del cuerpo, o de los pensamientos de la mente que nos vienen de nuestros malos hábitos, o de las sugestiones del demonio.

La vivacidad y lozanía del cuerpo se ha de mortificar con los ayunos, con las disciplinas, con los cilicios, con las vigilias y con otras austeridades semejantes; mas sin exceder los límites de la discreción y de la obediencia.

Por lo que mira a los pensamientos, sea cual fuere la causa o principio de donde nacieren, los remedios y preservativos son éstos: la ocupación en los ejercicios que son propios de tu estado, la oración y la meditación.

La oración se ha de hacer en esta forma: apenas te vinieren semejantes pensamientos, y empezares a sentir su impresión, procura luego recogerte dentro de ti misma, y poniendo los ojos en Jesucristo, le dirás: "¡Oh mi dulce Jesús, acudid prontamente a mi socorro para que yo no caiga en las manos de mis enemigos!". Otras veces, abrazando la cruz de donde pende tu Señor, besarás repetidas veces las sacratísimas llagas de sus pies, diciendo con fervor y confianza: "¡Oh llagas adorables! ¡Oh llagas infinitamente santas!, imprimid vuestra figura en este impuro y miserable corazón, preservándome de vuestra ofensa".

La meditación, hija mía, yo no quisiera que en el tiempo en que abundan las tentaciones de los deleites carnales, fuese sobre ciertos puntos que algunos libros espirituales proponen como remedios de semejantes tentaciones. Así, por ejemplo, el considerar la vileza de este vicio, su insaciabilidad, los disgustos y amarguras que lo acompañan, y las ruinas que ocasiona en la hacienda, en el honor, en la salud y en la vida; porque no siempre éste es medio seguro para vencer la tentación, antes bien puede acrecentarla más; pues si el entendimiento por una parte arroja y desecha estos pensamientos, y los excita y llama por otra, pone a la voluntad en peligro de deleitarse con ellos y de consentir en el deleite.

Por esta causa el medio más seguro para librarte y defenderte de tales pensamientos, es apartar la imaginación, no solamente de los objetos impuros, sino también de los que les son contrarios; porque esforzándote a repelerlos por los que les son contrarios, pensarás en ellos aunque no quieras, y conservarás sus imágenes. Conténtate, pues, en éstos, con meditar sobre la pasión de Jesucristo; y si mientras te ocupas en este santo ejercicio volvieren a molestarte y afligirte con más vehemencia los mismos pensamientos, no por esto pierdas el ánimo ni dejes la meditación, ni para resistirlos te vuelvas contra ellos; antes bien menospreciándolos enteramente como si no fuesen tuyos, sino del demonio, perseverarás constante en meditar con toda la atención que te fuere posible sobre la muerte de Jesucristo. Porque no hay medio más poderoso para arrojar de nosotros el espíritu inmundo, aun cuando estuviere resuelto y determinado a hacernos perpetuamente la guerra.

Concluirás después tu meditación con esta súplica o con otra semejante: "¡Oh Creador y Redentor mío! Libradme de mis enemigos por vuestra infinita bondad, y por los méritos de vuestra sacratísima pasión". Pero guárdate, mientras dijeres esto, de pensar en el vicio de que deseas defenderte, porque la menor idea será peligrosa.

Sobre todo no pierdas el tiempo en disputar contigo misma para saber si consentiste o no consentiste en la tentación; porque este género de ensayo es una invención del demonio, que con pretexto de un bien aparente o de una obligación quimérica, pretende inquietarte y hacerte tímida y desconfiada, o precipitarte en algún deleite sexual con estas imaginaciones impuras en que ocupa tu espíritu.

Todas las veces, pues, que en estas tentaciones no fuere claro el consentimiento, bastará que descubras brevemente a tu padre espiritual lo que supieres, quedando después quieta y sosegada con su parecer, sin pensar más en semejante cosa. Pero no dejes de descubrirle con fidelidad todo el fondo de tu corazón, sin ocultarle jamás alguna cosa, o por vergüenza, o por cualquiera otro respeto; por que si para vencer generalmente a todos nuestros enemigos es necesaria la humildad, ¿cuánta necesidad tendremos de esta virtud para librarnos y defendernos de un vicio que es casi siempre pena y castigo de nuestro orgullo? Pasado el tiempo de la tentación, la regla que deberás guardar es ésta: aunque goces de una profunda calma y de un perfecto sosiego, y te parezca que te hallas libre y segura de semejantes tentaciones, procura, no obstante, tener lejos de tu pensamiento los objetos que te las causaron, y no permitas que vuelvan a entrar en tu espíritu con algún color o pretexto de virtud, o de otro bien imaginado; porque semejantes pretextos son engaños de nuestra naturaleza corrompida, y lazos del demonio que se transforma en ángel de luz (II Cor. XI, 14) para inducirnos a las tinieblas exteriores, que son las del infierno.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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