Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

19.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (66)



CAPÍTULO 17.
Se explica la finalidad y el estilo que Dios tiene para comunicar al alma los bienes espirituales por medio de los sentidos, en lo cual se responde a la duda que se ha mencionado anteriormente.


1. Mucho hay que decir acerca del fin y estilo que Dios tiene en dar estas visiones, para levantar a una alma de su bajeza a su divina unión, de lo cual todos los libros espirituales tratan, y en este nuestro tratado también el estilo que llevamos es darlo a entender. Y por eso, en este capítulo solamente diré lo suficiente para responder a la duda planteada, la cual era: que, pues en estas visiones sobrenaturales hay tanto peligro y riesgo para ir avanzando, como hemos dicho, ¿por qué Dios, que es sapientísimo y amigo de apartar de las almas tropiezos y lazos, se las ofrece y comunica?

2. Para responder a esto, conviene primero poner tres fundamentos.
El primero es de san Pablo en los Romanos (13, 1), donde dice: "Las obras que son hechas, de Dios son ordenadas".
El segundo es del Espíritu Santo en el libro de la Sabiduría (8, 1), diciendo: "La Sabiduría de Dios, aunque toca desde un fin hasta otro fin" -es a saber, desde un extremo hasta otro extremo- "dispone todas las cosas con suavidad".
El tercero es de los teólogos, que dicen que "omnia movet secundum modum eorum", esto es: Dios mueve todas las cosas al modo de ellas (o sea, de su naturaleza).

3. Según, pues, estos fundamentos, está claro que para mover Dios al alma y levantarla del fin y extremo de su bajeza al otro fin y extremo de su alteza en su divina unión, lo ha de hacer ordenadamente y suavemente y al modo de la misma alma. Pues, como quiera que el orden que tiene el alma de conocer es por las formas e imágenes de las cosas creadas, y el modo de su conocer y saber es por los sentidos, de aquí es que, para levantar Dios al alma al sumo conocimiento, para hacerlo suavemente ha de comenzar y tocar desde el bajo fin y extremo de los sentidos del alma, para así irla llevando al modo de ella hasta el otro fin de su sabiduría espiritual, que no cae en sentido material. Por lo cual, la lleva primero instruyendo por formas e imágenes y vías sensibles al modo de entender de esa alma, ahora naturales, ahora sobrenaturales, y por discursos, hasta llegar a ese sumo espíritu de Dios.

4. Y esta es la causa por la que Dios le da las visiones y formas, imágenes y las demás experiencias sensitivas e inteligibles espirituales, no porque no quisiera Dios darle luego en el primer acto la sabiduría del espíritu, si los dos extremos, cuales son humano y divino, sentido y espíritu, de vía ordinaria pudieran convenir y juntarse con un solo acto, sin que intervengan primero otros muchos actos de disposiciones que ordenada y suavemente convengan entre sí, siendo unas fundamento y disposición para las otras, así como en los agentes naturales unas cosas llevan a otras. Y así, las primeras sirven a las segundas, y las segundas a las terceras, y de ahí adelante, ni más ni menos. Y así va Dios perfeccionando a la persona al modo de la misma persona, por lo más bajo y exterior, hasta lo más alto e interior.
De donde primero le perfecciona el sentido corporal, moviendole a que use de buenos objetos naturales puros y edificantes exteriores, como oír sermones, misas, ver cosas santas, mortificar el gusto en la comida, macerar con penitencia y santo rigor el tacto...
Y cuando ya están estos sentidos algo dispuestos, los suele perfeccionar más, haciendoles algunos favores sobrenaturales y dándole algunas gracias para confirmarlos más en el bien, ofreciendoles algunas comunicaciones sobrenaturales, así como visiones de santos o cosas santas corporalmente, olores suavísimos y locuciones, y en el tacto grandísimo deleite con que se confirma mucho el sentido en la virtud y se enajena del apetito de los malos objetos.
Y luego de eso, los sentidos corporales interiores, de los que aquí vamos tratando, como son la imaginación y la fantasía, juntamente se los va perfeccionando y habituando al bien con consideraciones, meditaciones y discursos santos, y en todo esto instruyendo al espíritu.
Y ya todos estos sentidos dispuestos con este ejercicio natural, suele Dios ilustrarlos y espiritualizarlos más con algunas visiones sobrenaturales, que son las que aquí vamos llamando imaginarias, en las cuales juntamente y a la par, como hemos dicho, se aprovecha mucho el espíritu, el cual así en las unas como en las otras se va desenrudeciendo y reformando poco a poco. Y de esta manera va Dios llevando al alma de grado en grado hasta lo más interior. No porque sea siempre necesario guardar este orden de primero y postrero tan puntual como estricto, porque a veces hace Dios uno sin otro, y por lo más interior lo menos interior, y a veces todo junto, siempre todo ello como Dios ve que conviene al alma o como le quiere hacer las gracias. Pero la vía ordinaria y común es conforme a lo dicho.


18.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (65)



11. Donde se ve claro que, cuanto más el alma se desnudare con la voluntad y afecto de las aprehensiones de las manchas de aquellas formas, imágenes y figuras en que vienen envueltas las comunicaciones espirituales que hemos dicho, no sólo no se priva de estas comunicaciones y de los bienes que ellas causan, sino que además se dispone mucho más para recibirlas con más abundancia, claridad y libertad de espíritu y sencillez, dejadas aparte todas aquellas aprehensiones, que son las cortinas y velos que encubren lo espiritual que allí hay, y esas cortinas ocupan el espíritu y sentido si en ellas se quisiese cebar, de manera que sencilla y libremente no se pueda comunicar el espíritu. Porque, estando ocupada con ese tipo de llamemos "corteza", está claro que no tiene libertad el entendimiento para recibir su sustancia de una manera más intensa. De donde, si el alma entonces las quiere admitir y hacer caso de ellas, sería prenderse y contentarse con lo menos que hay en ellas, que es todo lo que el alma puede retener y reconocer de ellas, lo cual es aquella forma e imagen y particular inteligencia, y no el fondo de las mismas. Porque lo principal de ellas, que es lo espiritual que se le infunde, no sabe ella aprehender ni entender, ni sabe cómo es, ni lo sabría decir, porque es puro espiritual. Solamente lo que de ellas sabe, como decimos, es lo menos que hay en ellas a su modo de entender, que son las formas por el sentido. Y por eso digo que pasivamente, sin que ella ponga su obra de entender y sin saberla poner ni se esfuerce, se le comunica de aquellas visiones lo que ella no supiera entender ni imaginar.

12. Por tanto, siempre se han de apartar los ojos del alma de todas estas aprehensiones que ella puede ver y entender distintamente (ya que ellas se comunican en sentido y no hacen fundamento ni seguro de fe), y ponerlos en lo que no ve ni pertenece al sentido, sino al espíritu, que no cae en figura de sentido, que es lo que la lleva a la unión en fe, la cual es el propio medio, como está dicho, es decir: sólo arrojarse a la fe, sin más. Y así le aprovecharán al alma estas visiones en sustancia para fe, cuando bien supiere negar lo sensible e inteligible de ellas y usara bien del fin que Dios tiene en darlas al alma, que no es sino desechándolas, dejándolas que surtan su efecto sin tratar de retenerlas. Porque, como dijimos de las corporales, no las da Dios para que el alma las quiera tomar y poner su asimiento en ellas.

13. Pero nace aquí una duda, y es: si es verdad que Dios da al alma las visiones sobrenaturales, no para que ella las quiera tomar, ni arrimarse a ellas, ni hacer caso de ellas, ¿para que se las da, pues en ellas puede el alma caer en muchos errores y peligros, o por lo menos en los inconvenientes que aquí se escriben para ir avanzando? Sobre todo si tenemos en cuenta que mayormente puede Dios dar al alma y comunicarle espiritualmente y en sustancia, lo que le comunica por el sentido mediante las mencionadas visiones en sus formas sensibles.

14. Responderemos a esta duda en el siguiente capítulo, y es de harta doctrina y bien necesaria, a mi modo de ver, así para los espirituales como para los que los instruyen, porque se enseña el estilo y fin que Dios en ellas lleva, el cual por no saberlo muchos da como resultado que ni se saben gobernar, ni encaminar a sí ni a otros en estas experiencias hacia la unión. Que piensan que, por el mismo caso que conocen ser verdaderas y de Dios es bueno admitirlas, y se aseguran en ellas, no mirando que tambien en estas hallará el alma su propiedad, y asimiento y prendimiento, como en las cosas del mundo, si no las sabe renunciar como a esas mismas del mundo. Y así les parece que es bueno admitir las unas y reprobar las otras, metiéndose a sí mismos y a las almas en gran trabajo y peligro acerca del discernir entre la verdad y falsedad de ellas. Que ni Dios les manda ponerse en ese trabajo, ni que a las almas sencillas y simples las metan en ese peligro y contienda, pues tienen doctrina sana y segura, que es la fe, con la cual han de progresar hacia adelante.

15. Esta fe no puede darse sin cerrar los ojos a todo lo que es de sentido e inteligencia clara y personal. Porque, aun con estar san Pedro tan cierto de la visión de gloria que vio en Cristo en la transfiguración, después de haberlo contado en su Epístola 2ª canónica (1, 17­18), no quiso que lo tomasen por principal testimonio de firmeza sino, encaminándolos a la fe, dijo (1, 19): "Y tenemos más firme testimonio que esta visión del Tabor, que son los dichos y palabras de los profetas que dan testimonio de Cristo, a las cuales haceis bien de recurrir, como a la candela que da luz en el lugar oscuro". En esta comparación, si quisiesemos mirar, hallaremos la doctrina que vamos enseñando. Porque en decir que miremos a la fe que hablaron los profetas como "a candela que luce en lugar oscuro", es decir que nos quedemos a oscuras, cerrados los ojos a todas esas otras luces, y que en esta tiniebla sola la fe, que tambien es oscura, sea luz a la cual nos arrimemos. Porque si nos queremos arrimar a otras luces claras, distintas y de inteligencias varias, ya nos dejamos de arrimar a la oscura, que es la fe, y nos deja de dar la luz en el lugar oscuro que dice san Pedro, dicho lugar, que aquí significa el entendimiento que es el candelero donde se asienta esta candela de la fe, ha de estar oscuro "hasta que le amanezca" en la otra vida "el día" de la clara visión de Dios, y en esta vida el de la transformación y unión con la divinidad.


17.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (64)



5. No hay razón para que nos detengamos aquí en dar doctrina ni indicios para que se conozcan cuáles visiones son de Dios y cuáles no, y cuáles se nos muestran de determinada manera o de otra, pues mi intento en este punto no es ese, sino sólo instruir para que entendamos sobre ellas con el fin de que no nos embrollemos y se impida el llegar a la unión con la divina Sabiduría con las buenas, ni uno se engañe con las falsas.

6. Por tanto digo que, de todas estas aprehensiones y visiones imaginarias y otras cualesquiera formas o especies, como ellas se ofrezcan debajo de forma o imagen o alguna inteligencia particular, ahora sean falsas de parte del demonio, ahora se conozcan ser verdaderas de parte de Dios, el entendimiento no se ha de prendar ni cebar en ellas, ni las ha el alma de querer admitir ni tener, con el fin de que así pueda estar desasida, desnuda, pura y sencilla, libre por tanto de todo modo y manera, como se requiere para la unión.

7. La razón de esto es porque todas estas formas ya dichas siempre en su aprehensión se representan, según hemos dicho, debajo de algunas maneras y modos limitados, y la Sabiduría de Dios, en que se ha de unir el entendimiento, ningún modo ni manera tiene, ni cae debajo de algún límite ni inteligencia distinta y particularmente, porque es totalmente pura y sencilla. Y como quiera que, para juntarse dos extremos, cual es el alma y la divina Sabiduría, será necesario que vengan a convenir en cierto medio de semejanza entre sí, de aquí es que también el alma ha de estar pura y sencilla, no limitada ni atenida a alguna inteligencia particular, ni modificada con algún límite de forma, especie e imagen. Que, pues Dios no puede caber debajo de imagen ni forma, ni cabe debajo de inteligencia particular, tampoco el alma, para recalar en Dios, ha de caer debajo de forma e inteligencia distinta.

8. Y que en Dios no haya forma ni semejanza bien lo da a entender el Espíritu Santo en el Deuteronomio (4, 12), diciendo: "Oísteis la voz de sus palabras, y totalmente no visteis en Dios alguna forma". Pero dice que había allí tinieblas, y nube, y oscuridad, que es la experiencia confusa y oscura que de la que hemos hablado en que se une el alma con Dios. Y luego más adelante (4, 15) dice: "No visteis vosotros semejanza alguna en Dios en el día que os habló en medio del fuego, en el monte Horeb".

9. Y que el alma no pueda llegar a la altura de Dios, por lo menos todo lo que en esta vida se puede, por medio de algunas formas y figuras, también lo dice el mismo Espíritu Santo en los Números (12, 6­8) donde, reprendiendo Dios a Aarón y María, hermanos de Moises, porque murmuraban contra él, queriendo darles a entender el alto estado en que le había puesto de unión y amistad consigo, dijo: "Si entre vosotros hubiere algún profeta del Señor, se le apareceré en alguna visión o forma o hablaré con él entre sueños. Pero no hay tal como mi siervo Moises, que en toda mi casa es fidelísimo y hablo con él boca a boca, y no ve a Dios por comparaciones, semejanzas y figuras". En lo cual se da claramente a entender que en este alto estado de unión del que estamos hablando no se comunica Dios al alma mediante algún disfraz de visión imaginaria, o semejanza, o figura, ni la ha de haber, sino que boca a boca, esto es, esencia pura y desnuda de Dios, que es la boca de Dios en amor, con esencia pura y desnuda del alma, que es la boca del alma en amor de Dios.

10. Por tanto, para venir a esta unión esencial de amor de Dios ha de tener cuidado el alma de no irse arrimando a visiones imaginarias, ni formas, ni figuras, ni particulares inteligencias, pues no le pueden servir de medio proporcionado y próximo para tal efecto, sino que antes le harían estorbo, y por eso las ha de renunciar y procurar el no tenerlas. Porque, si por algún caso se hubiesen de admitir y apreciar, era por el provecho que las verdaderas hacen en el alma y su buen efecto. Pero para esto no es necesario admitirlas, antes conviene, para mejoría del efecto de dichos medios, siempre negarlas. Porque estas visiones imaginarias, el bien que pueden hacer al alma, así como las corporales exteriores que hemos dicho, es comunicarle inteligencia, o amor, o suavidad, pero para que causen este efecto en ella no es menester que el alma las quiera admitir porque, como también queda dicho arriba, en ese mismo punto que en la imaginación hacen presencia y se muestran, hacen su efecto en el alma e infunden sus operaciones a la inteligencia con amor, o con suavidad, o con lo que Dios quiere que causen.
Y no sólo juntamente, pero principalmente, aunque no en el mismo tiempo, hacen en el alma su efecto pasivamente, sin ser ella parte para poderlo impedir aunque quisiese, como tampoco lo fue para poderlo adquirir, aunque sí lo haya sido antes para disponerse a recibirlo. Porque, así como la vidriera no es parte para impedir el rayo del sol que da en ella, sino que pasivamente, estando ella dispuesta con limpieza, la esclarece sin su diligencia y ser, así tambien el alma, aunque ella quiera, no puede dejar de recibir en sí las influencias y comunicaciones de aquellas figuras, aunque más las quisiere resistir, porque a las infusiones sobrenaturales no las puede resistir la voluntad negativa con resignación humilde y amorosa, sino sola la impureza e imperfecciones del alma, como tambien en la vidriera impiden el paso de la claridad las manchas en la misma.


16.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (63)



CAPÍTULO 16.
Se explica cómo las aprehensiones imaginarias que sobrenaturalmente se representan en la fantasía no pueden servir al alma de medio para aproximarse a la unión con Dios.


1. Ya que hemos tratado de las aprehensiones que naturalmente pueden en sí recibir y en ellas obrar con su discurrir la fantasía e imaginación, conviene aquí tratar de las sobrenaturales, que se llaman visiones imaginarias, que también, por estar ellas debajo de imagen y forma y figura, pertenecen a este sentido, tal como lo son las naturales.

2. Y es de saber que, debajo de este nombre de visiones imaginarias, queremos entender todas las cosas en torno a una imagen, forma, y figura y toda especie de elemento sobrenatural que se puede representar a la imaginación. Porque todas las aprehensiones y especies que de todos los cinco sentidos corporales se representan en la imaginación y en ella hacen asiento por vía natural, pueden por vía sobrenatural tener lugar en esa misma imaginación y representársele sin ministerio alguno de los sentidos exteriores. Porque este sentido de la fantasía, junto con la memoria, es como un archivo y receptáculo del entendimiento, en que se reciben todas las formas e imágenes inteligibles y así, como si fuese un espejo, las tiene en sí archivadas, habiendolas recibido por vía de los cinco sentidos o, como decimos, sobrenaturalmente; y así las representa al entendimiento, y allí el entendimiento las considera y juzga de ellas. Y no sólo puede eso, mas aún puede componer e imaginar otras a la semejanza de aquellas que allí conoce.

3. Se debe pues saber, que así como los cinco sentidos exteriores representan las imágenes y especies de sus objetos a estos interiores, así sobrenaturalmente, como decimos, sin los sentidos exteriores puede Dios y el demonio representar las mismas imágenes y especies, y mucho más hermosas y refinadas. Por ello, debajo de estas imágenes muchas veces representa Dios al alma muchas cosas, y la enseña mucha sabiduría, como a cada paso se ve en la sagrada Escritura, como vio Isaías a Dios en su gloria debajo del humo que cubría el templo y de los serafines que cubrían con las alas el rostro y los pies (6, 2­4); Jeremías la vara que velaba (1, 11), Daniel multitud de visiones (7, 10), etc.
Y también el demonio procura con las suyas, aparentemente buenas, engañar al alma, como es de ver en el libro de los Reyes (3 Re. 22, 11), cuando engañó a todos los profetas de Acab, representándoles en la imaginación los cuernos con que dijo había de destruir a los asirios, y fue mentira. Y las visiones que tuvo la mujer de Pilatos (Mt. 27, 19) sobre que no condenase a Cristo, y otros muchos lugares. Donde se ve cómo, en este espejo de la fantasía e imaginativa, estas visiones imaginarias surgen a los iniciados más frecuentemente que las corporales exteriores. Estas, como decimos, no se diferencian de las que entran por los sentidos exteriores corporales en cuanto imágenes y especies pero, en cuanto al efecto que hacen y perfección de ellas, hay mucha diferencia, puesto que son más sutiles y hacen más efecto en el alma, por cuanto son sobrenaturales y más interiores que las sobrenaturales exteriores. Aunque eso no implica el que algunas visiones corporales de estas exteriores hagan más efecto puesto que, en fin, es como Dios quiere que sea la comunicación. Pero hablamos en cuanto es de parte de ellas, por cuanto son más espirituales.

4. Este sentido de la imaginación y fantasía es donde ordinariamente acude el demonio con sus ardides, ahora naturales, ahora sobrenaturales; porque esta es la puerta y entrada para el alma, y como hemos dicho, aquí viene el entendimiento a tomar y dejar, como a puerta o plaza de su provisión. Y por eso siempre Dios y también el demonio acuden aquí con sus joyas de imágenes y formas sobrenaturales para ofrecerlas al entendimiento, puesto que Dios no sólo se aprovecha de este medio para instruir al alma, pues mora sustancialmente en ella y puede operar por sí y por otros medios.


15.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (62)



CAPÍTULO 15.
Se explica cómo a los recurrentes que comienzan a entrar en esta experiencia general de contemplación les conviene a veces aprovecharse del discurrir natural y obra de las potencias naturales.


1. Podría acerca de lo dicho haber una duda, y es si los aprovechantes, que es a los que Dios comienza a poner en esta experiencia sobrenatural de contemplación de la que hemos hablado, por el mismo caso que la comienzan a tener, no hayan ya para siempre de aprovecharse de la primera vía de meditación consistente en discurrir y en las formas naturales.
A lo cual se responde que no se entiende que los que comienzan a tener esta noticia amorosa en general de contemplación, nunca hayan ya de procurar el tener meditación, porque a los principiantes que ya están avanzando, en los cuales no está tan perfecto el hábito de ella de modo que, en el momento que ellos quieran, se puedan poner en el acto de esta contemplación ni, por lo semejante, están tan remotos de la meditación, que no puedan meditar y discurrir algunas veces naturalmente como solían, por las formas y pasos que solían, hallando allí aún algún provecho nuevo. Antes a estos principiantes, cuando por los indicios ya dichos echan de ver que no está el alma empleada en aquel sosiego y noticia, habrán menester aprovecharse del discurso, hasta que vengan en ella a adquirir el hábito que hemos dicho en alguna manera perfecto, que será cuando todas las veces que quieren meditar se quedan sin más en esta noticia y paz sin poder hacer ni tener gana de hacerlo, como hemos dicho. Porque, hasta llegar a este tiempo, que es ya de aprovechados en esto, ya hay de lo uno, ya de lo otro, en diferentes tiempos.

2. De manera que muchas veces se hallará el alma en esta amorosa y pacífica asistencia sin obrar nada con las potencias, esto es, acerca de actos particulares, no obrando activamente, sino sólo recibiendo; y muchas habrá menester ayudarse blanda y moderadamente del discurrir para ponerse en ese estado. Pero, puesta el alma en ese estado, ya hemos dicho que el alma no obra nada con las potencias, y que entonces antes es verdad decir que se obra en ella y que está obrada la inteligencia y sabor, en lugar de estar en una actitud activa, sino solamente tener advertencia el alma con amar a Dios, sin querer sentir ni ver nada. En lo cual pasivamente se le comunica Dios, así como al que tiene los ojos abiertos, que pasivamente sin hacer ningún otro esfuerzo más que tenerlos abiertos, se le comunica la luz. Y este recibir la luz que sobrenaturalmente se le infunde, es entender pasivamente, pero se dice que no obra, no porque no entienda, sino porque entiende en realidad que no le cuesta su industria, sino sólo recibir lo que le dan, como acaece en las iluminaciones e ilustraciones o inspiraciones de Dios.

3. Aunque aquí libremente recibe la voluntad esta noticia general y confusa de Dios, solamente es necesario, para recibir más sencilla y abundantemente esta luz divina, que no se procure el entreponer otras luces más palpables recurriendo a otras luces o formas o noticias o figuras de discurso alguno, porque nada que pueda conseguir es semejante a aquella serena y limpia luz. De donde, si quisiere entonces entender y considerar cosas particulares, aunque más espirituales fuesen, impediría la luz limpia y sencilla general del espíritu, y colocaría una especie de nubes en medio, así como al que delante de los ojos se le pusiese alguna venda en la cual, cegado la vista, se le impidiese la luz y se quedaría sin ver lo que tiene adelante.

4. De donde se sigue de forma clara que, en cuanto el alma se acabe de purificar y vaciar de todas las formas e imágenes aprehensibles, se quedará en esta pura y sencilla luz, transformándose en ella en estado de perfección, porque esta luz nunca falta en el alma pero, por las formas y velos de criatura con que el alma está velada y enlodada, no se le infunde. De manera que si quitase estos impedimentos y velos del todo, como después se dirá, quedándose en la pura desnudez y pobreza de espíritu, esta alma, ya sencilla y pura, se transformará en la sencilla y pura sabiduría, que es el Hijo de Dios; porque faltando lo natural al alma enamorada, luego se infunde de lo divino, natural y sobrenaturalmente, porque en la naturaleza de las cosas no se da el vacío.

5. Aprenda el espiritual a estarse por tanto con advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando no puede meditar, aunque le parezca que no hace nada. Porque así, poco a poco y muy presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y paz con admirables y elevadas experiencias de Dios, envueltas en divino amor. Y no se entremeta en formas, meditaciones e imaginaciones, o algún discurso, con el fin de crear desasosiego al alma y así terminar por sacarla de su contento y paz, porque solo recibirá entonces desabrimiento y repugnancia. Y si, como hemos dicho, le hiciere escrúpulo el pensar que no logra hacer nada, advierta que no hace poco en pacificar el alma y ponerla en sosiego y paz, sin obra alguna ni apetito, que es lo que Nuestro Señor nos pide por David (Sal. 45, 11), diciendo: "Aprended a estaros vacíos de todas las cosas" -es a saber, interior y exteriormente-, "y vereis cómo yo soy Dios".