11. Donde se ve claro que, cuanto más el alma se desnudare con la voluntad y afecto de las aprehensiones de las manchas de aquellas formas, imágenes y figuras en que vienen envueltas las comunicaciones espirituales que hemos dicho, no sólo no se priva de estas comunicaciones y de los bienes que ellas causan, sino que además se dispone mucho más para recibirlas con más abundancia, claridad y libertad de espíritu y sencillez, dejadas aparte todas aquellas aprehensiones, que son las cortinas y velos que encubren lo espiritual que allí hay, y esas cortinas ocupan el espíritu y sentido si en ellas se quisiese cebar, de manera que sencilla y libremente no se pueda comunicar el espíritu. Porque, estando ocupada con ese tipo de llamemos "corteza", está claro que no tiene libertad el entendimiento para recibir su sustancia de una manera más intensa. De donde, si el alma entonces las quiere admitir y hacer caso de ellas, sería prenderse y contentarse con lo menos que hay en ellas, que es todo lo que el alma puede retener y reconocer de ellas, lo cual es aquella forma e imagen y particular inteligencia, y no el fondo de las mismas. Porque lo principal de ellas, que es lo espiritual que se le infunde, no sabe ella aprehender ni entender, ni sabe cómo es, ni lo sabría decir, porque es puro espiritual. Solamente lo que de ellas sabe, como decimos, es lo menos que hay en ellas a su modo de entender, que son las formas por el sentido. Y por eso digo que pasivamente, sin que ella ponga su obra de entender y sin saberla poner ni se esfuerce, se le comunica de aquellas visiones lo que ella no supiera entender ni imaginar.
12. Por tanto, siempre se han de apartar los ojos del alma de todas estas aprehensiones que ella puede ver y entender distintamente (ya que ellas se comunican en sentido y no hacen fundamento ni seguro de fe), y ponerlos en lo que no ve ni pertenece al sentido, sino al espíritu, que no cae en figura de sentido, que es lo que la lleva a la unión en fe, la cual es el propio medio, como está dicho, es decir: sólo arrojarse a la fe, sin más. Y así le aprovecharán al alma estas visiones en sustancia para fe, cuando bien supiere negar lo sensible e inteligible de ellas y usara bien del fin que Dios tiene en darlas al alma, que no es sino desechándolas, dejándolas que surtan su efecto sin tratar de retenerlas. Porque, como dijimos de las corporales, no las da Dios para que el alma las quiera tomar y poner su asimiento en ellas.
13. Pero nace aquí una duda, y es: si es verdad que Dios da al alma las visiones sobrenaturales, no para que ella las quiera tomar, ni arrimarse a ellas, ni hacer caso de ellas, ¿para que se las da, pues en ellas puede el alma caer en muchos errores y peligros, o por lo menos en los inconvenientes que aquí se escriben para ir avanzando? Sobre todo si tenemos en cuenta que mayormente puede Dios dar al alma y comunicarle espiritualmente y en sustancia, lo que le comunica por el sentido mediante las mencionadas visiones en sus formas sensibles.
14. Responderemos a esta duda en el siguiente capítulo, y es de harta doctrina y bien necesaria, a mi modo de ver, así para los espirituales como para los que los instruyen, porque se enseña el estilo y fin que Dios en ellas lleva, el cual por no saberlo muchos da como resultado que ni se saben gobernar, ni encaminar a sí ni a otros en estas experiencias hacia la unión. Que piensan que, por el mismo caso que conocen ser verdaderas y de Dios es bueno admitirlas, y se aseguran en ellas, no mirando que tambien en estas hallará el alma su propiedad, y asimiento y prendimiento, como en las cosas del mundo, si no las sabe renunciar como a esas mismas del mundo. Y así les parece que es bueno admitir las unas y reprobar las otras, metiéndose a sí mismos y a las almas en gran trabajo y peligro acerca del discernir entre la verdad y falsedad de ellas. Que ni Dios les manda ponerse en ese trabajo, ni que a las almas sencillas y simples las metan en ese peligro y contienda, pues tienen doctrina sana y segura, que es la fe, con la cual han de progresar hacia adelante.
15. Esta fe no puede darse sin cerrar los ojos a todo lo que es de sentido e inteligencia clara y personal. Porque, aun con estar san Pedro tan cierto de la visión de gloria que vio en Cristo en la transfiguración, después de haberlo contado en su Epístola 2ª canónica (1, 1718), no quiso que lo tomasen por principal testimonio de firmeza sino, encaminándolos a la fe, dijo (1, 19): "Y tenemos más firme testimonio que esta visión del Tabor, que son los dichos y palabras de los profetas que dan testimonio de Cristo, a las cuales haceis bien de recurrir, como a la candela que da luz en el lugar oscuro". En esta comparación, si quisiesemos mirar, hallaremos la doctrina que vamos enseñando. Porque en decir que miremos a la fe que hablaron los profetas como "a candela que luce en lugar oscuro", es decir que nos quedemos a oscuras, cerrados los ojos a todas esas otras luces, y que en esta tiniebla sola la fe, que tambien es oscura, sea luz a la cual nos arrimemos. Porque si nos queremos arrimar a otras luces claras, distintas y de inteligencias varias, ya nos dejamos de arrimar a la oscura, que es la fe, y nos deja de dar la luz en el lugar oscuro que dice san Pedro, dicho lugar, que aquí significa el entendimiento que es el candelero donde se asienta esta candela de la fe, ha de estar oscuro "hasta que le amanezca" en la otra vida "el día" de la clara visión de Dios, y en esta vida el de la transformación y unión con la divinidad.
| Preparación: Oratorio Carmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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