Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

3.5.21

Jesús enamorado de las almas



Fulcite me floribus, stipate me malis; quia amore tangueo. (Cant. II, 5).

Sostenadme con flores, cercadme de manzanas; porque desfallezco de amor.



¿De nuevo, Jesús mío, habéis querido hospedaros en el pobre y humilde pesebre de Belén? ¿De nuevo habéis querido bajar al Calvario, lugar de muertos y malhechores? Porque, ¿qué otra cosa, Señor, es mi corazón, sino un pesebre de bestias, un Calvario poblado de ladrones y asesinos, que os robarán dándoos muerte inhumana, cuantas veces llevado de vuestro amor vendréis a visitarlo? ¡Oh Salvador dulcísimo de mi alma! Perdonadme tantas ofensas como he cometido contra vuestra Majestad.

"Quid retribuam Domino, pro omnibus quae retribuit mihi?" (Ps. CXV, 12) ("¿Que retornaré al Señor, por todas las cosas que me ha dado?"). ¿Qué le he de retornar? Amor, mucho amor; gratitud, mucha gratitud; pues no hay nada en la tierra que se pueda comparar con los dones que he recibido de su liberalísima mano.

2.5.21

Vanidad de vanidades



Vidi cuncta quae fiunt sub fole, et ecce universa vanitas, et afflictio spiritus. (Eccles. I, 14).

Vi todo lo que se hace debajo del sol, y he aquí que todo es vanidad y aflicción de espíritu.



Vanos son, caducos y pasajeros todos los gustos de la tierra. Vanos los deseos, los cuidados, los pensamientos de los hombres. Vanidad de vanidades todo. Desdichado de aquel que, confiando en las vanas promesas de este mundo, vive entre tanto separado de Dios. Nada hay tan frágil y voluble como las cosas de la tierra. ¿Quién pensara que se habían de acabar tan presto aquellos grandes imperios de la antigüedad? ¿El de un Nabucodonosor, tan colosal a los ojos humanos, que parecía que el tiempo no había de tener jurisdicción sobre él? Y sin embargo, aquel Rey que presumía ser un dios, y que queriendo hacerse adorar como tal, mandó que lo representaran en una estatua de forma colosal, cuya cabeza era de oro, pero tenía una parte de los pies de hierro y la otra de barro, y con una piedrecita, que simbolizaba a Jesucristo, desprendida de lo alto de un monte, dio en tierra con la estatua, la cual quedó enteramente desmenuzada.

Poco tiempo después de lo dicho, Nabucodonosor perdida la razón se retiró a un monte solitario, donde por espacio de siete años estuvo comiendo heno, como un buey, mientras que su cuerpo era bañado con el rocío de lo alto, hasta que alzó los ojos al cielo, y bendiciendo al Altísimo le fue restituido el juicio y con él el trono.

1.5.21

Las almas del Purgatorio ruegan por nosotros



No he venido o llamar a los justos a penitencia, sino a los pecadores.
(Luc. v, 32).


Si quieres ir al cielo, menester es que pases el embravecido mar de este mundo con un bastimento bien pertrechado, y créeme que no hay bastimento más seguro que la cruz de Jesucristo, su humildad y mortificación. Las palabras del Concilio Arausicano, bien consideradas, debieran aterrarnos.

Dice, pues, que de nuestra parte no somos más que mentira y pecado. Verdad es: somos mentira, porque lo que es mentira, no es; y de nosotros sólo tenemos el no ser. Quita de ti lo que has recibido, y verás que no te queda más que la nada; eso eres de ti mismo, nada. Y todo lo que sobre eso ha puesto tu Creador a El se lo debes, suyo es, y así no debes usarlo por tu antojo, sino por su gusto. Somos en segundo lugar pecado, pues no hay mal alguno que no venga del pecado, que voluntariamente cometemos.

30.4.21

Fanfarronada



Sed quia patiens Domonus est, in hoc ipso poeniteamus, et indulgentiam ejus fusis lacrymis postulemus.
(Judith, VIII, 14).

Mas por cuanto el Señor es sufrido, arrepintámonos de esto mismo, y bañados en lágrimas imploremos su indulgencia.



¡Buen Dios! ¡Qué cosas tan horribles y espantosas se ven en el mundo! Muchos de los antiguos pueblos, gente incivilizada, bárbara y cruel, tenían la costumbre de arrojar los muertos a las fieras para que los despedazaran, si hemos de creer a Agahias y otros. Esta misma costumbre era observada por los partos, cuyas sepulturas eran los vientres de las aves o de los perros, y de aquellos que consumían, o mejor, devoraban los difuntos entre los parientes, sin tener más sentimiento que verlos oprimidos con el peso de una larga enfermedad, por estar las carnes de estos enfermos peores que las de los que estaban poco tiempo malos.

Y según asegura Tertuliano, los habitantes del Ponto Euxino se comían los cadáveres de sus padres, y tenían por maldita la muerte de aquellos que morían de forma que no pudieran contentar su voracidad. Modestino nos dice que hubo quien dejara a uno por heredero, con tal que arrojase su cuerpo al mar. Y es conocida la barbaridad de aquel, que estando próximo a la muerte, después de haber hecho testamento, dijo que todos los que tenían legados, los habían de percibir con la condición de dividir su cuerpo en partes, y comérselo en presencia de todo el pueblo.

29.4.21

Dios es amor



Deus charitas est, et qui manet in charitate, in Deo manet, et Deus in eo. (I Joan, IV, 16).

Dios es caridad, y quien permanece en caridad, en Dios permanece, y Dios en él.



Cierta alma al tiempo de comulgar veía a nuestro Señor en diferentes pasos para que ninguno excusase, pues había allí materia abundante para contemplar toda la vida, y mucho más que durase.

Lo veía niño llorando, para el devoto; derribado a los pies de Judas, para el humilde; glorioso y con majestad, para el altivo y presuntuoso; manso, para el airado; amoroso, para el poco devoto; azotado y menospreciado, para el duro de corazón; y puesto en una cruz, esperando y convidando a que todos llegasen a participar de aquellos inefables bienes y dulzuras regaladas. ¡Oh caridad sempiterna! ¡Oh divino Enamorado! ¡Oh Jesús, vida de mi alma!