En el "Itinerario historial" del P. Andrade, de la Compañía de Jesús, pág. 472, leemos: "En la provincia de San Pablo de los frailes Descalzos del glorioso patriarca San Francisco, vivió un Religioso de muchas y buenas prendas, así de observancia y santidad, como de letras y prudencia, por las cuales le empleó su Religión en gobernar muchos años. Murió siendo Guardián, y pocos días después estando todos los Religiosos recogidos por la noche, entre ellos uno con quien había profesado estrecha amistad, vino al convento y tocó a su celda. A los golpes despertó el amigo que dormía, y el difunto le llamó por su nombre con voz baja y suave, diciendo: 'Hermano, no temas, que soy Fr. Martín tu amigo y Guardián difunto; vente a la iglesia a donde te quiero hablar y decir algunas cosas que a ti y a mí nos importan'".
"No dejó de pasar su sobresalto el buen amigo oyendo la voz de su Prelado difunto; temió como hombre y confortóse como buen Religioso, conociendo que era la voz de su amigo, y que sin la voluntad de Dios no podía hacerle daño alguno. Salió de su celda santiguándose y rezando el Credo; llegó al coro y tomó agua bendita, y el difunto le habló desde la iglesia con voz amigable y dijo: 'Entra, no temas, que yo también diré eso que vas rezando. No soy espíritu malo, sino tu Guardián a quien tanto quisiste'. Con estas palabras amorosas, y conociendo claramente su voz, y lo que más importa, animado del Señor, cobró ánimo y entró con aliento en la iglesia, en donde vio a su buen padre muy desaliñado y afectado, el rostro tiznado y con semblante sobremanera triste y melancólico".