Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

25.2.21

¿Qué es mejor, orar por los vivos o por los difuntos?



Interesante por todo extremo es el tema que encabeza el presente capítulo, y sólo sentimos que los Escolásticos no lo hayan tratado, que sepamos, de propósito, para poder resolverlo con aquella plenitud de argumentos que los mismos suelen emplear en sus sapientísimas disquisiciones.

Diremos, sin embargo, lo poco que se nos alcance, a fin de que sepamos a qué atenernos en un punto de tanta importancia, dejando para otras plumas mejor templadas la labor ingrata de suplir nuestra mucha deficiencia. Trátase de averiguar si es mejor o más ventajoso el orar por los vivos o por los muertos; dificultad que para su mayor esclarecimiento podemos formular del siguiente modo: Si la obra de convertir a un pecador da mayor gloria a Dios que la de sacar a un alma del Purgatorio, o viceversa.




Considerado el asunto bajo cierto aspecto, no puede menos de reconocerse que cotejado aquello que pone el hombre de su parte para la conversión del pecador con lo que da para librar a un alma del Purgatorio, monta más esto segundo que lo primero, porque para reducir al pecador a penitencia, el hombre no hace más que excitarlo extrínsecamente e implorar la divina misericordia a favor suyo; la verdadera moción ha de venir de lo interior por la infusión de la gracia y los divinos auxilios, sin lo cual todo cuanto nosotros podemos hacer es herir o vibrar el aire a manera de metal que suena o campana que retiñe, como, dice el Apóstol, y lo deñne el Concilio de Trento con estas palabras: "Si alguno dijere que el hombre sin que se le anticipe la inspiración del Espíritu Santo, y sin su auxilio, puede creer, esperar, amar o arrepentirse según conviene, para que se le confiera la gracia de la justificación, sea excomulgado". Por manera que el arrepentimiento y la conversión del pecador no es tanto obra del que persuade, aconseja ú ora, cuanto de la virtud de lo alto mediante los auxilios provenientes de la gracia, que lo dispone y conforta para que se haga digno de alcanzar lo que pide. Por eso dice el Doctor de las gentes: "Yo planté, Apolo regó; pero el incremento lo dio Dios. Y así, prosigue, ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento". Pero el que hace bien a las almas del Purgatorio, presupuesta la aceptación divina, es algo; poco hemos dicho, es causa formal de la liberación de aquéllas, y ofrece con el fruto de sus obras la satisfacción equivalente a la deuda por que están secuestradas.

Desde luego lo que hacemos por devoción a las almas entraña una ventaja, puesto que lo que se hace por la conversión de los pecadores, no tiene tan seguro efecto como lo que ofrecemos por aquéllas. Porque si el pecador abusando de su libre albedrío se obstina en el mal, hácese del todo indigno de la gracia y amistad de Dios, resultando que lo hecho por él de nada le aprovecha; fracaso que no debemos temer tratándose de los fieles del Purgatorio.

Atributo es también propio y peculiar de la devoción a las almas del Purgatorio, un rasgo de caridad que, francamente, sentiríamos dejar preterido.

Se reduce a que el devoto de las almas ejercita una limosna de muy alto precio, dando al necesitado a quien no ve, ni siquiera le pide, por cuyo motivo acrece mucho el valor de lo que con tan graciosa espontaneidad hace, según aquello de San Agustín: "Non enim est perfecta misericordia, quae precibus extorquetur" ("No es perfecta misericordia aquella que con ruegos se arrebata").

Otra razón milita a favor de los difuntos, la cual consiste en que los vivos que están en pecado mortal, permanecen en este miserable estado por su propia voluntad, que si de veras quisieran salir de él, la gracia de Dios necesaria para ello nunca les faltara; pero las almas no pueden salir por sí mismas de su aflicción, y bajo este supuesto es más de loar la misericordia que se usa con ellas. Así como vemos que dan todos de mejor gana la limosna a un pobre enfermo que no se puede mover ni hacer uso de sus miembros, que a otro lleno de salud y robustez, que si padece necesidad es por ser un vicioso y haragán, del mismo modo el pecador que está hecho un erial, pobre y estéril de virtudes por no querer trabajar en la viña de su alma, no merece por sí, ni se le da la limosna espiritual tan de buena gana como a las almas del Purgatorio.

La miseria del pecador es querida por él, es voluntaria, porque si quisiera salir de ella, bien a la mano tiene el Sacramento de la Penitencia, y en su defecto la contrición; por el contrario, la miseria de las almas es necesaria y providencial, y no depende de su voluntad el librarse de ella. Al pecador le dice el Sabio: "Te puso (Dios) delante el agua y el fuego; alarga tu mano a lo que quisieres. Ante el hombre la vida y la muerte, el bien y el mal; aquello que le pluguiere le será dado". Pues si el hombre es señor de sus apetitos, si goza del libre albedrío, y sin embargo no le place el pedir aquellos tesoros celestiales que ni el orín, ni la polilla consumen, ni los desentierran, ni roían los ladrones, ¿quién tendrá la culpa de su miseria? Clame cuanto quiera, como el hijo pródigo: "Hic fame pereo" ("Aquí perezco de hambre"). Lástima grande será, no hay duda; mas si no añade y ejecuta lo que sigue: "Surgam et ibo ad patrem meum"; "me levantaré e iré a mi padre", no extrañe que se le diga aquello del profeta Oseas: "Tu perdición viene de ti".

El que hace bien a las almas del Purgatorio, dice Martín de Roa, citado por Mansi con otros ejemplos, tomo IV, pág. 644, grande usura logra para sí, porque no puede colocar mejor sus buenas obras, y asegurarlas de todo peligro, que aplicándolas por las benditas almas. El que da sus satisfacciones a los vivos, es semejante a aquel que fía sus riquezas a uno que se embarca para las Indias, pues podrá suceder muy bien que por sobrevenir alguna tempestad se sumerjan todas en el mar, así como por la culpa se pierde todo lo que se había lucrado.

Mas el que da sus buenas obras a las almas del Purgatorio, es semejante a aquel que las diera a censo, erogadas sobre bienes raíces, las cuales nunca se pierden, porque estando las almas en el cielo, seguramente intercederán por nosotros, y mientras estén en el Purgatorio rogarán también, y aun es de creer que nos obtendrán beneficios inefables.

No hay ningún condenado sin que sepa que lo está, siendo ésta una gran parte de la pena del infierno, porque no hay precito sin desesperación y sin aprehensión de las penas que perpetuamente ha de sufrir. "Pasan en bienes sus días, y en un punto descienden a los infiernos" (Job, XXI, 13). Esta es la vida muerte para los impíos, que pasan en un instante de las delicias de este mundo a las penalidades del infierno.

Las almas del Purgatorio, por el contrario, conocen que no están condenadas perpetuamente, porque no se desesperan ni tienen enemistad con Dios.

A esto se añaden otras conjeturas, porque los que mueren en pecado mortal, así como son llevados al infierno conocen el lugar a donde van, y además oyen las blasfemias contra Dios que allí se usan, las que van al Purgatorio nada de esto experimentan, pues allí Dios es honrado y no blasfemado.

Las almas del Purgatorio no sólo saben que su pena es temporal, sino, al parecer, saben también cuánto tiempo ha de durar, como afirma San Gregorio el Grande (Dialog. lib. IV, cap. 40); Suárez (sección I I I , disput. XLVII, De Purgator. n.° 8), y otros.

Dicen algunos que Santo Tomás de Aquino niega a las almas del Purgatorio la facultad de poder orar: no hay tal. Santo Tomás, dice el eximio Suárez, no enseña absolutamente que no puedan orar, sino comparativamente, esto es, que están más bien en estado de que se ore por ellas, que no que ellas oren por los demás, lo cual es muy diferente. Y tratando el dicho Suárez del cardenal Pascasio, de quien asegura San Gregorio el Grande que obraba milagros estando en el Purgatorio, concluye: "Si esto pudo suceder, lo cual no podemos negar, y si no es impedimento el estado de penalidad en que se hallaba aquella alma para hacer milagros, no hay nada que impida que las del Purgatorio puedan orar por nosotros e impetrarnos beneficios, máxime porque aquellas almas son santas y queridas de Dios, nos aman con caridad y conocen, a lo menos generalmente, los peligros en que nos vemos y cuánta necesidad tenemos del divino auxilio. ¿Por qué, pues, no orarán, aunque por otra parte paguen con penas lo que deben? 'Cur ergo non orabunt, etiamsi suis paenis solvant quod debent?'" (De Purgator. disput. XLVII, sect. 2.a , n. 9). Y Belarmino escribe: "No es increíble que las almas del Purgatorio oren por nosotros y nos impetren beneficios, como quiera que las almas de Pascasio y San Severino obraban milagros estando en el Purgatorio, como lo vemos por San Gregorio el Grande (Diálogos, cap. 40), y San Pedro Damiano en la Epístola de los milagros de su tiempo". (De Purgat. Suffr. Eccles. defunctis prodesse).

Pero demos (lo que es increíble) que las almas del Purgatorio no quieran favorecernos después de haber recibido favores nuestros: ¿dejará por esto la infalible misericordia de Dios de premiar la caridad con que las hayamos asistido? No, jamás.

Entonces podremos esperar con seguridad que se nos diga: "Haga el Señor misericordia con vosotros, como vosotros la hicisteis con los difuntos" (Ruth, 1,8). Y este grito será escuchado por el Salvador, quien nos ha dicho: "Bienaventurados los misericordiosos, porque allos alcanzarán misericordia".

No sin razón exclama nuestro San Bernardino de Sena, "que una buena obra hecha en sufragio de las ánimas, y la misma hecha en beneficio de un viador, es de un mérito diez veces mayor en el primer caso que en el segundo, aunque el viador por quien se aplique se halle en una cárcel, o bien enfermo, desnudo o hambriento, porque el beneficio recibe su valor de la necesidad del beneficiado, y la necesidad de un alma del Purgatorio es, como todos sabemos, extrema, porque no puede en manera alguna auxiliarse a sí misma".

Uno de los más santos ejercicios, escribe San Agustín (L. L, Homil. XVI), y uno de los más piadosos cuidados en que el hombre se puede ejercitar en esta vida, es ofrecer sacrificios, limosnas y oraciones por los difuntos que están en el Purgatorio y son nuestros hermanos. Y Gersón ha dicho, y antes que él lo dijo San Buenaventura, que procurar la gloria de las almas fieles que están detenidas en el Purgatorio es un empleo en algún modo más excelente que la conversión de los infieles; porque las almas del Purgatorio estando ya libres de los riesgos de la culpa, y confirmadas en gracia, están más seguras de dar gloria a Dios que las almas de los paganos convertidos. (Diccionario de Montargón, tom. VII, pág. 275).

Un Profeta dice: "Señor, omnipotente, Dios de Israel, oye ahora la oración de los muertos" (Baruch, III, 4).

Si Dios, decimos nosotros, no se mostrara solícito con los difuntos, era inútil el decir que los oyera; mas, pues el Profeta recurre al Señor por ellos, prueba que sabe cuánto le interesan. Finalmente San Ambrosio ha dicho: Todo lo que hacemos por los difuntos se conmuta en mérito nuestro, y después de la muerte lo hallamos cien veces doblado ("Et illud post mortem in centuplum inveniemus duplicatum" (Libr. de Offlciis)).

Después de lo dicho no es, pues, de extrañar que muchos de los autores místicos se inclinen a dar la preferencia a la devoción de las benditas almas sobre la que tiene por objeto la conversión de los pecadores. Véase lo que acerca de este punto dejó escrito la venerable Madre sor María de la Antigua, monja clarisa: "Asimismo conocí, que es más candad rogar a Dios por las almas del Purgatorio, que no por los que están en pecado mortal, con ser tan alta esta obra; porque éstos tienen libertad para salir de tan miserable estado, y el libre albedrío suelto, mas las benditas almas no se pueden socorrer, sino sólo penar. El que está en pecado mortal, si él quiere, puede con la ayuda de Dios hacer obras, no sólo para no ir al infierno, mas también para no entrar en el Purgatorio, la cual ayuda del Señor no falta jamás a su criatura, si ella se la pide y de ella quiere aprovecharse. Y fundada en esta verdad conocí que por faltarles a estas almas todos los socorros, es más caridad rogar por ellas, y así determiné emplear en ellas de mi propio caudal. Yo no hice caso de ello para escribirlo, mas mi Señor es servido de que se escriba".

Y si los párrocos, los misioneros, los predicadores y sacerdotes todos, y los mismos seglares que se dedican a la enseñanza catequística o a la moral y religiosa, quieren cosechar abundantes frutos de las doctrinas sanas que siembren en el corazón de los fieles, créannos, sean muy devotos de las almas del Purgatorio. En los novenarios, sermones, rogativas, lecciones y demás, hagan por las almas alguna oración; ofrézcanles sacrificios, indulgencias o lo que la devoción les dictare, y exhorten a todos a que se asocien a estos santos designios, y han de obtener beneficiosos resultados en la conversión de los pecadores.

Pruébenlo por amor de Dios, que no aconsejamos esto sin grave fundamento, decírnoslo porque lo hemos aprendido de varones muy piadosos, los cuales lo aprendieron a su vez en el gran libro de la experiencia.

En los concursos extraordinarios del culto divino, no nos parece, en efecto, difícil, que orando en común por las ánimas benditas, alguna de ellas salga en el acto del Purgatorio, la cual al entrar en el cielo dignificada en orden a que oiga Dios sus peticiones, ¿qué no hará por los que le ayudaron a salir de sus penas? ¿Qué cosa podrá haber que deje de hacer por ellos? Por conclusión tengamos por muy cierto que la misma oración con que pedimos a Dios misericordia por las almas, facilita grandemente la conversión de los pecadores, con tal que la dirijamos a este fin, humillando nuestras súplicas ante el trono del Excelso.

Señor, dadme aborrecimiento de mí mismo, y amor, mucho amor vuestro. Haced que trate al cuerpo como a enemigo y esclavo traidor, en el comer, beber, dormir, en el vestido, en la cama y en todo lo demás, acordándome de lo que dice el Espíritu Santo: "Quien desde la niñez cría a su siervo con regalo, después lo experimentará contumaz" (Prov. XXIX, 21). En fin, que no se olvide mi alma de sí misma, y sean las benditas almas del Purgatorio objeto constante de mis vigilias.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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