Es la gratitud un sentimiento por el cual nos consideramos obligados a corresponder al beneficio o favor que recibimos de otro. Importa tanto en el arancel de la misericordia divina la piedad que usamos con los necesitados, que por un triste vaso de agua que alarguemos a un sediento en nombre de Jesucristo, este benignísimo Señor nos ofrece un galardón del todo excesivo. Y si tal recompensa promete a lo que se hace por los vivos, ¿qué premio no dará al bien que se obra por los difuntos, mayormente si se atiende a que la sed o la necesidad de éstos es millares de veces mayor que la que podemos experimentar en este mundo?
Regla de justicia es que el agradecimiento debe guardar proporción con el beneficio recibido, y juntamente con la mayor o menor necesidad de quien lo recibe; y como quiera que el beneficio que a las pobrecitas almas se hace, implica un bien en cierto modo infinito, en razón a que con él las llevamos o aproximamos a Dios, y como la necesidad de las mismas ya no puede ser mayor, su reconocimiento a aquellos que les dispensan algún bien necesariamente ha de ser grande.