El cuarto consuelo de las almas, es el hacérseles más tolerable su lastimosa situación con el vehementísimo deseo que tienen de agradar a Dios, cueste lo que cueste; porque el amor que le tienen excede con mucho a todo otro sentimiento. Oigamos de nuevo a Santa Catalina: "Si un alma, no estando todavía enteramente purificada, fuese admitida a gozar de Dios, se consideraría gravemente injuriada, y su tormento excedería al de diez Purgatorios, puesto caso que la sería imposible soportar aquella excesiva bondad y exquisita justicia del Rey de los cielos". He aquí la razón del por qué las almas del Purgatorio están tan resignadas en aquel lugar.
Y hablando del amor que las almas tienen a Dios, prosigue diciendo aquella Santa: "Este amor infunde en el alma tal contentamiento, que no hay lengua que lo pueda expresar; contentamiento que no disminuye un ápice de la pena que está sufriendo. ¿Qué digo?, precisamente la tardanza que experimenta el amor en la posesión del Objeto amado, es la que produce semejante sufrimiento, el cual es tanto más terrible, cuanto mayor es la perfección del amor de que Dios le ha hecho capaz. En su consecuencia, las almas en el Purgatorio sienten a la vez el más inefable contentamiento, y el dolor más insufrible, sin que uno y otro lleguen a oponerse entre sí en lo más mínimo".
De otros consuelos participan sin duda alguna las almas, aunque mezclados siempre con las angustias crueles que de continuo las devoran. Esto no obstante, como todo, absolutamente todo, lo subordinan a la voluntad de Dios, sabiendo que Dios lo dispone así, tan lejos están de quejarse de ello que mucho más que en sus penas, piensan en la dicha que les cabe de encontrar en ellas el saludable baño que las hermosea cada vez más, para poder presentarse un día ante el divino Sol de justicia.
Este divino Sol, esta hermosura increada, las inflama con un amor tan abrasado, y las atrae con tan irresistible violencia, que a no ser inmortales quedarían sin remedio aniquiladas. He aquí, pues, otro de sus consuelos, consistente en que olvidadas de sí mismas y absortas totalmente en Dios, no perciben con tanto rigor la pena de sentido, pero si en esto encuentran algún alivio, en cambio cuanto más purificadas, mejor conocen a Dios y le aman con intensidad mayor; y su ausencia o sea el efecto que produce en ellas la pena de daño, se multiplica en cada hora y en cada instante que pasa.
De poco les aprovecha el decir con el Salmista: "Mendigo soy, y pobre; mas el Señor tiene cuidado de mí".
"Yo soy pobre y enfermo, pero tu salud, Dios mío, me recibió".
"Desde el vientre estoy en Ti confirmado, desde el vientre de mi madre Tú eres mi protector".
Todo, todo cede ante la pena de daño que las tiene separadas de Dios, y que las hace exclamar a cada instante: "Nadie hay bueno, sino sólo Dios". "Sólo uno es bueno, que es Dios".
¡Con cuánta razón las afligidas almas del Purgatorio suspiran por la felicidad eterna! Conocen, Dios mío, que sin Ti toda amenidad y frescura se marchita, las fuentes se secan, la luna se eclipsa, el sol se oscurece, la serenidad y despejo del cielo se anubla, y todas las cosas se cubren de fealdad. Porque siendo Tú, ¡oh Rey serenísimo!, el Paraíso de los divinos deleites, la Fuente purísima de agua viva, el Sol esplendidísimo de la luz indeficiente, y la Claridad a quien no puede turbar tiniebla alguna, ninguna criatura puede poseer bienes verdaderos sin Ti. Así que, las almas del Purgatorio que sienten y conocen esto, viven muriendo hasta tanto que entran en el gozo de su Señor.
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