Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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13.2.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (150)



LA NOCHE OSCURA
(continuación de "Subida al monte carmelo")


Composición en forma de canciones o poemas, sobre el modo que tiene el alma en el camino espiritual para llegar a la perfecta unión de amor con Dios, en cuando sea posible en este plano material. Se muestran también las propiedades que tiene en sí la persona que ha llegado a la mencionada perfección.


PRÓLOGO
En este libro se ponen primero todos los versos que se han de explicar. A continuación se detiene en cada verso de por sí, poniendo cada uno de los versos antes de explicarlo, y luego se va declarando cada verso de cada estrofa de por sí, colocando dicho verso también al principio de cada explicación. En las dos primeras estrofas se declaran los efectos de las dos purgaciones espirituales: de la parte sensitiva de la persona, y de la espiritual. En las otras seis se muestras los diferentes y admirables efectos de la iluminación espiritual y unión de amor con Dios, como se puede ver en los distintos versos del poema.


CANCIONES DEL ALMA

1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

2. A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

3. En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

4. Ésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
hacia donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

5. ¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!

6. En mi pecho florido,
que entero para Él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

7. El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

8. Me quedé y me olvidé,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y me dejé,
perdiendo mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

F I N


A continuación se da inicio a la explicación de las canciones que tratan del modo y manera que tiene el alma en el camino de la unión del amor con Dios, por el padre fray Juan de la Cruz.



Antes que entremos en los pormenores de estas estrofas, conviene saber aquí que el alma las dice estando ya en la perfección, que es la unión de amor con Dios, habiendo ya pasado por los estrechos trabajos y aprietos, mediante el ejercicio espiritual del camino estrecho de la vida eterna que dice nuestro Salvador en el Evangelio (Mt. 7, 14), por ese camino ordinariamente pasa para llegar a esta alta y dichosa unión con Dios. El cual por ser tan estrecho este sendero y por ser tan pocos los que entran por él, como también dice el mismo Señor (Mt. 7, 14), tiene el alma por gran dicha y ventura haber pasado por él a la mencionada perfección de amor, como ella lo canta en esta primera estrofa, llamando "noche oscura" con gran razón a este camino estrecho, como se mostrará más adelante en los versos del poema. Dice, pues, el alma, gozosa de haber pasado por este angosto camino de donde tanto bien acabó por cosechar, en esta manera:


LIBRO PRIMERO
En esta parte del libro se abordará la noche del sentido.


Esfrofa primera:

1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.


11.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (y149)



CAPÍTULO 45.
Se explican el segundo género de bienes distintos en que se puede gozar vanamente la voluntad.


1. La segunda manera de bienes distintos sabrosos en que vanamente se puede gozar la voluntad, son los que provocan o persuaden a servir a Dios, que llamamos bienes provocativos. Estos son bienes que llegan mediante las predicaciones, de los cuales podríamos hablar de dos maneras, es a saber: cuanto a lo que toca a los mismos predicadores, y cuanto a los oyentes. Porque a los unos y a los otros no deben dejarse de advertir cómo han de dirigir hacia Dios el gozo de su voluntad, así los predicadores como los que los oyen, acerca de esta práctica de predicación.

2. Cuanto a lo primero, el predicador, para aprovechar al pueblo y no aprisionarse a sí mismo con vano gozo y presunción le conviene advertir que aquel ejercicio es más espiritual que vocal porque, aunque se ejercita con palabras hacia fuera, su fuerza y eficacia no la tiene sino del espíritu interior. Por lo tanto, por más alta que sea la doctrina que predica y por más esmerada la retórica y subido el estilo con que ella va vestida, no hace de suyo ordinariamente más provecho que el que tuviere de espíritu. Porque, aunque es verdad que la palabra de Dios de suyo es eficaz, según aquello de David (Sal. 67, 34) que dice "Cantad, que Él dará a su voz, voz de virtud", recordemos sin embargo que tambien el fuego tiene virtud de quemar, y no quemará cuando en el sujeto no hay disposición.

3. Y para que la doctrina llegue con toda su fuerza, dos disposiciones ha de haber: una del que predica y otra del que escucha. Porque ordinariamente es el provecho tanto como hay la disposición de parte del que enseña. Que por eso se dice que, cual es el maestro, tal suele ser el discípulo.
Recordemos cuando en los Hechos de los Apóstoles aquellos siete hijos de aquel príncipe de los sacerdotes de los judíos que acostumbraban a conjurar los demonios con la misma forma que san Pablo, se embraveció el demonio contra ellos, diciendo: "A Jesús confieso yo y a Pablo conozco, pero vosotros ¿quien sois?" (19, 15) y, embistiendo contra ellos, los desnudó y llagó. Lo cual no fue sino porque ellos no tenían la disposición que convenía, y no porque Cristo no quisiese que en su nombre no lo hiciesen (ya que una vez hallaron los Apóstoles a uno que no era discípulo echando un demonio en nombre de Cristo, y se molestaron, y el Señor se lo reprendió diciendo: "No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es" (Mc. 9, 38). Pero tiene ojeriza con los que, enseñando ellos la ley de Dios, no la guardan, y predicando ellos buen espíritu, no lo tienen. Por eso mismo por san Pablo se nos dice (Rm. 2, 21): "Tú enseñas a otros, y no te enseñas a ti. Tú que predicas que no hurten, hurtas". Y por David (Sal. 49, 16­17) dice el Espíritu Santo: "Al pecador dijo Dios: ¿Por qué platicas tú mis justicias y tomas mi ley con tu boca, y tú has aborrecido la disciplina y echado mis palabras a las espaldas?". En lo cual se da a entender que a este tipo de gente tampoco les dará espíritu para que hagan fruto.

4. También comúnmente vemos que, en cuanto podemos juzgar, cuando el predicador es de mejor vida mayor es el fruto que hace, aún por bajo que sea su estilo y poca su retórica, e incluso siendo su doctrina común. Porque del espíritu vivo se pega el calor, pero el otro muy poco provecho hará, aunque más subido sea su estilo y doctrina. No debemos olvidar que aunque es verdad que el buen estilo y acciones y subida doctrina y buen lenguaje mueven y hacen efecto cuando va acompañado de buen espíritu, sin esa parte de fervor espiritual aunque dé sabor y gusto el sermón al sentido y al entendimiento, muy poco o nada de fruto llega a la voluntad, debido a que comúnmente se queda tan floja y remisa como antes para obrar, aunque se le hayan predicado maravillosas cosas y todas ellas maravillosamente dichas, que al final sólo sirven para deleitar el oído como una música concertada o sonido de campanas armonioso; mas el espíritu, como digo, no sale de sus quicios más que antes, no teniendo la voz virtud para resucitar al muerto de su sepultura.

5. Poco importa oír una música mejor que otra sonar si no me mueve esta más que aquella a hacer obras, porque aunque hayan dicho maravillas, luego se olvidan, debido a que no incendiaron su fuego en la voluntad. Y es que, aparte que de suyo no hace mucho fruto aquella asimilación que hace el sentido en el gusto de la tal doctrina, impide asimismo que no pase al espíritu, quedándose sólo en estimación del modo y accidentes con que va dicha la palabra y alabando al predicador en esto o aquello y simplemente siguiendole por las formas y los modos, más que por la enmienda que de ahí saca.
Esta doctrina da muy bien a entender san Pablo a los de Corinto (1 Cor. 2, 1­4), diciendo: "Yo, hermanos, cuando vine a vosotros, no vine predicando a Cristo con alteza de doctrina y sabiduría, y mis palabras y mi predicación no eran retórica de humana sabiduría, sino en manifestación del espíritu y de la verdad". Aunque obviamente la intención del Apóstol y la mía aquí no es condenar el buen estilo y retórica y el buen término, ya que antes hace mucho al caso al predicador como también a todos los negocios. Y es que la buena redacción, vocabulario y estilo aun las cosas caídas y aburridas las levanta y reedifica, así como los malos modos y dialéctica a las buenas las estropea y pierde.



11 de febrero de 2023, Sábado de Nuestra Señora del Monte Carmelo y festividad de Nuestra Señora de Lourdes. FIN DE LA OBRA.


Nota del corrector:
Esta es considerada la primera parte de la Subida al Monte Carmelo, y como se puede ver, queda inconclusa. San Juan de la Cruz la continuará en la llamada "Noche oscura". Y es que hasta aquí el Tratado ha afrontado la denominada "noche activa", y en el siguiente afrontará la llamada "noche pasiva". Podríamos decir que este tratado es de purgación o limpieza, necesario para avanzar hacia la noche oscura en donde nos sustenta la fe en completo abandono de uno mismo.

10.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (148)



CAPÍTULO 44.
Se explica cómo se debe dirigir a Dios el gozo y la fuerza de la voluntad por este tipo de devociones.


1. Sepan pues estos, que cuanta más fiducia hacen de estas cosas y ceremonias, tanta menor confianza tienen en Dios, y no alcanzarán de Dios lo que desean. Hay algunos que más oran por su pretensión que por la honra de Dios. Incluso aunque ellos suponen que, si Dios se ha de servir y si el Señor lo desea se realice lo que piden, y si no, no, todavía por la propiedad y vano gozo que en ello llevan multiplican demasiados ruegos por tratar de conseguir su parecer, y esos esfuerzos les estaría mejor mudarlos en cosas de más importancia para ellos, como es el limpiar de veras sus conciencias y entender de hecho en los aspectos que conciernen a su salvación, posponiendo muy atrás todas esas otras peticiones suyas que no estén en torno a esto. Y de esta manera, alcanzando esto que más les importa, alcanzarían también todo lo que del resto que piden les viniera a bien, aunque no insistiesen, y de una forma mucho mejor y más pronto que si toda la fuerza pusiesen en sus propios ruegos de interés.

2. Porque así lo tiene prometido el Señor por el evangelista (Mt. 6, 33), diciendo: "Pretended primero y principalmente el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os añadirán", porque esta es la pretensión y petición que es más a gusto del Señor. Y para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más a gusto de Dios, ya que entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que Él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos, según lo da claramente a entender David en uno de sus salmos (144, 18), diciendo: "Tú abres tu mano y sacias ( ... ) Cerca está el Señor de los que te invocan ( ... ) Oirá tu clamor ( ... ) Guarda a todos los que le aman", que le piden las cosas que son de veras más sublimes, como son las de la salvación, porque de este tipo de personas dice luego (Sal. 144, 19): "La voluntad de los que le temen cumplirá, y sus ruegos oirá, y los ha de salvar". Porque es Dios el guarda de los que bien le quieren. Y así, este estar tan cerca que aquí dice David no es otra cosa que estar Dios pronto a satisfacerlos y concederles aun lo que no les pasa por el pensamiento pedir. Porque así leemos (2 Crónicas 1:7-12) que, porque Salomón acertó a pedir a Dios una cosa que le dio gusto, que era sabiduría para acertar a regir justamente a su pueblo, le respondió Dios diciendo: "Porque te agradó más que otra cosa alguna la sabiduría, y ni pediste la victoria con muerte de tus enemigos, ni riqueza, ni larga vida, yo te doy no sólo la sabiduría que pides para regir justamente a mi pueblo, mas aun lo que no me has pedido te daré, que es riquezas, y sustancia, y gloria, de manera que ni antes ni despues de ti haya rey semejante a ti". Y así lo hizo, pacificándole también sus enemigos de manera que, pagándole tributo todos en derredor, no le perturbasen. Lo mismo leemos en el Génesis (21, 13) donde, prometiendo Dios a Abraham el multiplicar la generación del hijo legítimo como las estrellas del cielo, según él se lo había pedido, le dijo: "También multiplicaré al hijo de la esclava, porque es tu hijo".

3. De esta manera, pues, se han de dirigir a Dios las fuerzas de la voluntad y el gozo de ella en las peticiones, no dejándose caer en las invenciones de ceremonias que no usa ni tiene aprobadas la Iglesia católica, dejando el modo y manera de decir la misa al sacerdote, que allí la Iglesia tiene en su lugar, puesto que él tiene orden de esa misma Iglesia sobre cómo lo ha de hacer. Y no quieran ellos usar nuevos modos, como si supiesen más que el Espíritu Santo y su Iglesia. Que si por esa sencillez no los oyere Dios, crean que no los oirá por más invenciones que hagan. Porque Dios es de manera que, si le llevan por bien y a su condición, harán de Él cuanto quisieren; mas si se dirigien al Señor por puro interés, no hay forma agradable de hablarle.

4. Y en las demás ceremonias acerca del rezar y otras devociones, no quieran llevar la voluntad a otro tipo de ceremoniales y modos de oraciones de las que nos enseñó Cristo (Mt. 6, 9­13; Lc. 11, 1­2). Porque claro está que, cuando sus discípulos le rogaron que los enseñase a orar, les comunicó todo lo que hace al caso para que nos oyese el Padre Eterno, puesto que Cristo tan bien conocía su condición y la forma de tratar con su Padre, y así es que sólo les enseñó aquellas siete peticiones del Padrenuestro en que se incluyen todas nuestras necesidades espirituales y temporales, y no les dijo otras muchas maneras de palabras y ceremonias. Más aún, antes, en otra parte, les dijo que cuando orasen no quisiesen hablar mucho, porque bien sabía nuestro Padre celestial lo que nos convenía (Mt. 6, 7­8). Sólo encargó, con muchos encarecimientos, que perseverásemos en oración, es a saber, en la del Padrenuestro, diciendo en otro lugar de los evangelios que conviene siempre orar y nunca faltar (Lc. 18, 1). Mas no enseñó variedades de peticiones ni fórmulas rebuscadas, sino que éstas simples oraciones se repitiesen muchas veces y con fervor y con cuidado porque, como digo, en estas se encierra todo lo que es voluntad de Dios y todo lo que nos conviene. Que, por eso, cuando Su Majestad acudió tres veces al Padre Eterno, todas las tres veces oró con la misma palabra del Padrenuestro (el "hágase tu voluntad"), como nos dicen los Evangelistas, orando: "Padre, si no puede ser sino que tenga que beber este cáliz, hágase tu voluntad" (Mt. 26, 39).
Y las ceremonias con que Él nos enseñó a orar sólo es una de dos: o que sea en el escondrijo y lo recóndito de nuestro aposento, donde sin bullicio y sin dar cuenta a nadie lo podemos hacer con más entero y puro corazón, según Él dijo: "Cuando tú ores, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora" (Mt. 6, 6) o, si no, a los desiertos solitarios, como Él mismo lo hacía, y en el mejor y más quieto, solitario y silencioso tiempo de la noche (Lc. 6, 12). Y así, no hay para qué señalar determinado tiempo ni días limitados, ni señalar estos más que aquellos para nuestras devociones, ni hay para qué llevar a cabo otros modos ni retóricas o algarabías de palabras ni de oraciones, sino sólo las que usa la Iglesia y como ella las usa, porque todas se reducen a las que hemos dicho del Padrenuestro.

5. Y no condeno por eso, sino antes apruebo, algunos días que algunas personas a veces proponen para hacer devociones, como en ayunar y otras semejantes, sino el sentido que llevan en sus limitados modos y ceremonias con que las hacen. Como dijo Judit (8, 11­12) a los de Betulia, que los reprendió porque habían limitado a Dios el tiempo que esperaban del Señor misericordias, diciendo: "¿Vosotros ponéis a Dios tiempo de sus misericordias? No es" - dice -"esta forma de obrar para mover a Dios a clemencia, sino para despertar su ira".


9.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (147)



CAPÍTULO 43.
Se explica la necesidad de poner atención sobre los erróneos motivos de orar que usan muchas personas, utilizando en ellos una gran variedad de ceremonias.


1. Los gozos inútiles y la propiedad imperfecta que acerca de las cosas que hemos dicho muchas personas tienen, puede que en ocasiones sean algo tolerables por ir esos devotos en este tipo de prácticas de forma un tanto inocentemente. Asimismo, el gran apego que algunos tienen a muchas maneras de ceremonias introducidas por gente poco ilustrada y falta en la sencillez de la fe, es insufrible.
Dejemos ahora aquellas que en sí llevan envueltos algunos nombres extraordinarios o términos que no significan nada, y otras cosas no sacras, que gente necia y de alma ruda y sospechosa suele interponer en sus oraciones que, por ser claramente malas e incluso en que hay pecado y hasta en muchas de ellas pacto oculto con el demonio (con las cuales provocan a Dios a ira y no a misericordia), las dejo aquí de tratar.

2. Pero de aquellas otras maneras de ceremonias o costumbres sólo quiero decir que, por no tener en sí esas formas sospechosas entrepuestas con las cuales quedaría patente su ineficacia o/y su error, muchas personas el día de hoy con devoción indiscreta las usan, poniendo tanta eficacia y fe en aquellos modos y maneras con que quieren cumplir sus devociones y oraciones que entienden que si en un punto faltan y salen de aquellos límites no aprovecha ni la oirá Dios, poniendo más fiducia en aquellos modos y maneras que en lo vivo de la oración, no sin gran desagrado y agravio de Dios. Así por ejemplo, cosas como que sea la misa con tantas candelas y no más ni menos, y que la diga sacerdote de tal o tal suerte, y que sea a tal hora y no antes ni después, y que sea después de tal día según su parecer y no otro, y que las oraciones y estaciones sean tantas y tales y a tales tiempos, y con tales y tales ceremonias, y no antes ni después ni de otra manera, y que la persona que las hiciere tenga tales partes y tales propiedades. Y piensan que, si falta algo de lo que ellos llevan propuesto, no se hace nada. Y de este tipo y semejantes hay muchas costumbres de otras mil cosas y maneras que se ofrecen y usan.

3. Y lo que es peor (e intolerable) es que algunos quieren sentir algún efecto en sí, o cumplirse lo que piden, o saber que se cumple al tal fin por el que hacen aquellas sus oraciones ceremoniáticas. Con todo ello resulta que lo único que logran no es menos que tentar a Dios y enojarle gravemente. Tanto es así que algunas veces el Señor da licencia al demonio para que los engañe, haciendolos sentir y entender cosas harto ajenas del provecho de su alma, mereciendolo ellos por la propiedad e intenciones vanales y estéticas que llevan en sus oraciones, no deseando más que se haga antes lo que ellos pretenden, y no lo que Dios quiere. Y así, porque no ponen toda su confianza en Dios, nada les sucede bien.


8.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (146)



CAPÍTULO 42.
Las tres diferencias de lugares devotos y cómo debe disponerse en ellos la voluntad.


1. Tres maneras de lugares hallo por medio de los cuales suele Dios mover la voluntad a devoción.
La primera es algunas disposiciones de tierras y sitios, que con la agradable apariencia de sus diferencias, ahora en disposición de tierra, ahora de árboles, ahora de solitaria quietud, despiertan la devoción de manera natural. Y de esto es cosa provechosa usar, para luego dirigir a Dios la voluntad en olvido de los dichos lugares, así como para ir al fin conviene no detenerse en el medio y en lo accidental más de lo que es suficiente y necesario. Porque, si procuran recrear el apetito y sacar fruto sensitivo de esos lugares, antes hallarán sequedad de espíritu y distracción espiritual, ya que la satisfacción y néctar espiritual no se halla sino en el recogimiento interior.

2. Por tanto, estando en ese tal lugar, olvidados del sitio en particular han de procurar estar en su interior con Dios, como si no estuviesen en el tal lugar. Porque si se andan al sabor y gusto del lugar, de aquí para allí, más es buscar recreación sensitiva e inestabilidad de ánimo que sosiego espiritual.
Así lo hacían los anacoretas y otros santos ermitaños, que en los anchísimos y graciosísimos desiertos escogían el mínimo lugar que les podía bastar, edificando estrechísimas celdas y cuevas y encerrándose allí. En sitios así estuvo san Benito tres años, y otro, que fue san Simón, se ató con una cuerda para no alcanzar más ni andar más que lo que la extensión de la cuerda le diese, y de esta manera muchos otros ermitaños y devotos, que nunca acabaríamos de contar. Porque entendían muy bien aquellos santos que si no apagaban el apetito y codicia de buscar hallar el gusto y el simple sabor espiritual, no podían llegar a ser espirituales.

3. La segunda manera es más personal, porque es de algunos lugares -da lo mismo esos desiertos que acabamos de mencionar, que otros cualesquiera-, donde Dios suele hacer algunas gracias espirituales muy sabrosas a algunas personas en especial, de manera que ordinariamente queda inclinado el corazón de aquella persona, que recibió allí aquel tocamiento o merced, a aquel lugar donde la recibió, y a veces le vienen también algunos grandes deseos y ansias de ir a aquel lugar. Aunque cuando van no hallan como antes, porque no está en su mano encontrar lo mismo (ya que estas gracias las hace Dios cuándo y cómo y dónde quiere, sin estar sujeto a lugar ni a tiempo, ni a albedrío de a quien las hace).
Pero todavía es bueno ir, siempre y cuando se vaya uno desnudo del apetito de propiedad, a orar allí algunas veces, por tres cosas: la primera porque, aunque como decimos, Dios no está atenido a lugar, parece quiso allí Dios ser alabado de aquella alma, haciendola allí aquella merced. La segunda, porque más se acuerda el alma de agradecer a Dios lo que allí recibió. La tercera, porque todavía se despierta mucho más la devoción allí con aquella memoria.

4. Por estas cosas debe ir, y no por pensar que está Dios atado a hacerle allí mercedes, de manera que no pueda acudir a donde quiera, porque más decente lugar es el alma y más propio para Dios que ningún lugar corporal. De esta manera leemos en la sagrada Escritura que hizo Abraham un altar en el mismo lugar donde se le apareció Dios, e invocó allí su santo nombre, y que después, viniendo de Egipto, volvió por el mismo camino donde se le había aparecido Dios, y volvió a invocar a Dios allí en el mismo altar que había edificado (Gn. 12, 8, y 13, 4). También Jacob señaló el lugar donde se le apareció Dios estribando en aquella escala, levantando allí una piedra ungida con óleo (Gn. 28, 13­18). Y Agar puso nombre al lugar donde se le apareció el ángel, estimando mucho aquel lugar, diciendo: "Por cierto que aquí he visto las espaldas del que me ve" (Gn. 16, 3).

5. La tercera manera es algunos lugares particulares que elige Dios para ser allí invocado, así como el monte Sinaí, donde dio Dios la ley a Moises (Ex. 24, 12), y el lugar que señaló a Abraham para que sacrificase a su hijo (Gn. 22, 2), y también el monte Horeb, donde se apareció a nuestro padre Elías (3 Re. 19, 8), y el lugar que dedicó san Miguel para su servicio, que es el monte Gargano, apareciendo al obispo sipontino (obispo de Siponto -hoy Manfredonia-, Lorenzo Maiorano), y diciendo que él era guarda de aquel lugar, para que allí se dedicase a Dios un oratorio en memoria de los ángeles; y la gloriosa Virgen escogió en Roma, con singular señal de nieve, lugar para el templo que quiso edificase Patricio, de su nombre.

6. La causa por la que Dios escoje estos lugares más que otros para ser alabado es algo que sólo Él lo sabe. Lo que a nosotros conviene saber es que todo es para nuestro provecho y para oír nuestras oraciones en ellos y donde quiera que con entera fe le rogásemos, aunque en los que están dedicados a su servicio hay mucha más ocasión de ser oídos en ellos, por tenerlos la Iglesia señalados y dedicados para esto.


7.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (145)



CAPÍTULO 41.
Se muestran algunos de los daños en los que pueden caer las personas que se dan al gusto sensible de las cosas y lugares devotos de la manera que se ha explicado en estos últimos capítulos.


1. Muchos daños se le siguen, así acerca de lo interior como del exterior, al espiritual por quererse andar al sabor sensitivo acerca de los elementos como oratorios, figuras de santos, esculturas, etc. Porque, en cuanto a lo espiritual, nunca llegará al recogimiento interior del espíritu, que consiste en pasar de todo eso y hacer olvidar al alma todos esos sabores sensibles, para así adentrarse en lo vivo del recogimiento del alma, y adquirir con fuerza las virtudes. Cuanto a lo exterior, le causa no acomodarse a orar en todos los lugares, sino en los que son a su gusto, y así muchas veces faltará a la oración pues, como dicen, no está hecho más que al libro de su aldea.

2. Además de esto, este apetito les causa muchas variedades, porque esta clase de personas son las que nunca perseveran en un lugar, ni a veces en un estado, sino que ahora los vereis en un lugar, ahora en otro; ahora tomar una ermita, ahora en otra; ahora componer y adornar un oratorio, ahora otro...
Y de esta clase son también aquellos que se les acaba la vida en mudanzas de estados y modos de vivir que, como sólo tienen aquel hervor y gozo tan sólo sensible (sensitivo) de lo que son las cosas espirituales, entonces nunca se han hecho fuerza para llegar al recogimiento espiritual por la negación de su voluntad y sujeción en sufrirse en desacomodamientos. Por esto, en cuanto ven un lugar devoto a su parecer, o alguna manera de vida, o estado que cuadre con su condición e inclinación, corren a irse tras él y dejan el que ya tenían. Y como se movieron por el simple gusto sensible que les producía, de aquí es que presto buscan otra cosa, porque el gusto sensible de sí no es constante, ya que muy pronto se acaba y falta (nota del corrector: por lo que buscan otro para sustituirle, o les viene con más gusto otro que lo sustituye).


6.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (144)




CAPÍTULO 40.
Se sigue mostrando cómo dirigir el espíritu al recogimiento interior respecto de las influencias exteriores de lugares, edificios y figuras.


1. La causa, pues, por la que algunos espirituales nunca acaban de entrar en los gozos verdaderos del espíritu, es porque nunca acaban ellos de alzar el apetito del gozo de estas cosas exteriores y visibles. Adviertan estos tales que, aunque el lugar decente y dedicado para oración es el templo y oratorio visible, y la imagen o escultura sea para motivarlos a elevar su espíritu, no ha de llegar a ser esto hasta tal punto que de alguna manera se emplee el fruto y sabor del alma en el templo visible y palpable y se olvide de orar en el templo vivo, que es el recogimiento interior del alma. Porque para advertirnos sobre esto dijo el Apóstol (1 Cor. 3, 6; 6, 19): "Mirad, que vuestros cuerpos son templos vivos del Espíritu Santo, que mora en vosotros". Y a esta consideración nos envía la Escritura que hemos alegado de Cristo (Jn. 4, 24), es a saber: a los verdaderos adoradores conviene adorar en espíritu y verdad. Porque muy poco caso hace Dios de tus oratorios y lugares acomodados si, por tener el apetito y gusto anclado a ellos, tienes algo menos de desnudez interior, que es la pobreza espiritual en negación de todas las cosas que puedes tener o poseer.

2. Debes, pues, para purgar la voluntad del gozo y apetito vano en esto y enderezarlo a Dios en tu oración, sólo mirar que tu conciencia esté pura y tu voluntad entera en Dios, y la mente puesta de veras en Él. Y, como ya he dicho, escoger el lugar más apartado y solitario que pudieres, y convertir y dedicar todo el gozo de la voluntad en invocar y glorificar a Dios, mientras que de esos otros gustillos del exterior no hagas caso, antes mejor los procures negar. Porque, si se hace el alma al sabor de la devoción sensible, nunca atinará a pasar a la fuerza del deleite del espíritu, que se halla en la desnudez espiritual mediante el recogimiento interior.


5.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (143)



CAPÍTULO 39.
Se muestra cómo debe ser el correcto uso de los lugares de oración, oratorios y templos, para encaminar el espíritu a Dios por ellos.


1. Para encaminar a Dios el espíritu en este género, conviene advertir que a los principiantes bien se les permite y aun les conviene tener algún gusto y néctar sensible respecto de las imágenes, paisajes, decoraciones, oratorios y otras cosas devotas visibles, por cuanto aún no tienen destetado y desarrimado el paladar de las cosas del siglo, con el fin de que con este gusto dejen los placeres mundanos. Como al niño que, al quitarle de la mano una cosa, se la ocupan con otra para que no llore si le dejasen las manos vacías.
Pero para ir avanzando también se ha de desnudar el espiritual de todos esos gustos y apetitos en que la voluntad puede gozarse, porque el puro espíritu muy poco se ata a nada de esos objetos, sino tan sólo se ocupa en el recogimiento interior y el trato mental con Dios que, aunque se aprovecha de las imágenes y oratorios, es muy de pasada, yendo rápido a poner en Dios su espíritu, olvidándose de todo lo sensible.

2. Por tanto, aunque es mejor orar donde más decencia hubiere, con todo y no obstante esto, el lugar de oración se ha de escoger donde menos se embelese y se distraiga el sentido y el espíritu de ir a Dios, que debe ser su ocupación principal. En lo cual nos conviene tomar aquello que responde nuestro Salvador a la mujer samaritana, cuando le preguntó que cuál era más acomodado lugar para orar, el templo o el monte. El Señor le respondió que no estaba la verdadera oración aneja al monte ni al templo, sino que los adoradores de que se agradaba el Padre son los que le adoran en espíritu y verdad (Jn. 4, 23­24) (nota del corrector: es decir, sin importar el lugar, sino su disposición interior).
De donde se desprende que, aunque los templos y lugares apacibles son dedicados y acomodados a la oración, ya que el templo no se ha de usar para otra cosa excepto para el negocio del trato tan interior como este que se hace con Dios, se debe escoger aquel lugar que menos ocupe y lleve tras de sí el sentido. Y así no ha de ser lugar ameno y deleitable al sentido, como suelen procurar algunos, porque en vez de recoger a Dios el espíritu acaba siendo un sitio de recreación y gusto y sabor del sentido. Y por eso es bueno un lugar solitario, y aun áspero, para que el espíritu sólida y derechamente suba a Dios, no impedido ni detenido en las cosas visibles ni en sus comodidades. Cierto que lugares cómodos alguna vez ayudan a levantar el espíritu, mas esto siempre que sea olvidando todo gusto y recreación y quedándose sólo en Dios. Por lo cual nuestro Salvador escogía lugares solitarios para orar (Mt. 14, 24), y aquellos que no distrajeran mucho los sentidos, para darnos ejemplo, siendo lugares que levantasen el alma a Dios, como eran los montes (Lc. 6, 12; 19, 28), que se levantan de la tierra y ordinariamente sus peladas cumbres carecen de sensitiva recreación.

3. De todo esto se desprende que el verdadero espiritual nunca se ata ni mira en que el lugar para orar sea de tal o tal comodidad, porque esto todavía es estar atado al sentido, sino sólo al recogimiento interior, en olvido de lo uno y de lo otro, escogiendo para su oración el lugar más libre de objetos y elementos sensibles, retirando de enmedio la presencia o la influencia de todo eso para poder gozarse más a solas de criaturas con su Dios. Porque es cosa notable ver algunos espirituales que todo se les va en componer oratorios y acomodar lugares agradables a su condición o inclinación y del recogimiento interior, que es lo más importante del caso, tienen menos cuidado y se preocupan muy poco de él porque, si lo tuviesen, no podrían tener gusto en aquellos modos y maneras, antes les cansarían.


4.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (142)



CAPÍTULO 38.
Se continúa ahora con los bienes motivos (de acción), y se explican aspectos respecto de los oratorios y lugares dedicados para la oración.


1. Me parece que ya queda dado a entender cómo en estos accidentes de las imágenes puede tener el espiritual tanta imperfección, y por ventura más peligrosa poniendo su gusto y gozo en ellas, tomando los mismos errores que en las demás cosas corporales y temporales. Y digo que más peligro aún si acaso porque con decir: "cosas santas son", se aseguran más y no temen el querer apropiárselas dentro de sí y el asimiento natural hacia ellas. Y de esta manera mucho se engañan a veces, pensando que ya están llenos de devoción porque sienten tener el gusto en estas cosas santas y, sin embargo, puede que no sea más que condición y apetito natural que, lo mismo que se pone en otras cosas materiales, se pone en aquello.

2. Se sigue ahora el comenzar a tratar de los oratorios, ya que algunas personas no se hartan de añadir unas y otras imágenes a su oratorio, gustando del orden y atavío con que las ponen, a fin que su oratorio esté bien adornado y parezca bien. Y a Dios no le quieren más por hacer todo eso, sino puede que incluso lo amen menos, pues el gusto que ponen en aquellos ornatos pintados quitan a lo vivo y a lo auténtico, como ya hemos dicho. Que, aunque es verdad que todo ornato y atavío y reverencia que se puede hacer a las imágenes es muy poco (nota del corrector: es decir, no se necesitan demasiados medios ni complicaciones para adecentarlas), por lo cual los que las tienen con poca decencia y reverencia son dignos de mucha reprehensión, junto con los que hacen algunas tan mal talladas que antes quitan la devoción que la añaden (por lo que debería impedirse a algunos oficiales que en esta arte son cortos y toscos dedicarse a este propósito) pero, ¿qué tiene esto que ver con la propiedad y asimiento y apetito que tú tienes en estos ornatos y atavíos exteriores, cuando de tal manera te engolfan el sentido, que te impiden mucho el corazón de ir a Dios y amarle y olvidarte de todas las cosas por su amor? Que si a esto faltas por lo otro, no sólo no te lo agradecerá, mas te castigará por no haber buscado en todas las cosas su gusto más que el tuyo.
Lo cual podrás bien entender en aquella fiesta que hicieron a Su Majestad cuando entró en Jerusalen, recibiendole con tantos cantares y ramos (Mt. 21, 9), y lloraba el Señor (Lc. 19, 41) porque, teniendo ellos su corazón muy lejos de Él, le hacían pago con aquellas señales y ornatos exteriores. En lo cual podemos decir que más se hacían fiesta a sí mismos que a Dios, como ocurre a muchos el día de hoy que, cuando hay alguna solemne fiesta en alguna parte, más se suelen alegrar por lo que ellos se han de holgar en ella, ahora por ver o ser vistos, ahora por comer, ahora por otras razones parecidas, que por agradar a Dios. En las cuales inclinaciones e intenciones ningún gusto dan a Dios, mayormente los mismos que celebran las fiestas cuando inventan para interponer en ellas cosas ridículas e indevotas para incitar a risa a la gente y a la diversión mundana con que más se distraigan; y otros ponen cosas con el fin de que agraden más a la gente y no que la muevan a devoción.

3. Pues ¿qué diré de otros intentos que tienen algunos de intereses en las fiestas que celebran? Los cuales si tienen más el ojo y codicia a esto que al servicio de Dios, ellos lo saben, y Dios, que lo ve. Pero en las unas maneras y en las otras, cuando así pasa, crean que más se hacen a sí mismos la fiesta que a Dios, porque cuanto dirigen hacia su gusto o al de los hombres, no lo toma Dios a su cuenta. Tengamos en cuenta que de los que participan en las fiestas dedicadas Dios antes muchos se estarán divirtiendo por placer, y Dios se estará con ellos enojando como lo hizo con los hijos de Israel cuando hacían fiesta cantando y bailando a su ídolo, pensando que hacían fiesta a Dios, de los cuales mató muchos millares (Ex. 32, 7­28); o como con los sacerdotes Nadab y Abiú hijos de Aarón, a quien mató Dios con los incensarios en las manos porque ofrecían fuego ajeno (Lv. 10, 1­2); o como al que entró en las bodas mal ataviado y arreglado, al cual mandó el rey echar en las tinieblas exteriores atado de pies y manos (Mt. 22, 12­13). En lo cual se conoce cuán mal sufre Dios en las reuniones que se hacen para su servicio estos desacatos.
Porque ¡cuántas fiestas, Dios mío, os hacen los hijos de los hombres en que se lleva más el demonio que Vos! Y el demonio gusta de ellas, porque en ellas, como el tratante, hace él su feria. ¡Y cuántas veces direis Vos en ellas: "este pueblo sólo con los labios me honra, mas su corazón está lejos de mí, porque me sirve sin causa"! (Mt. 15, 8).
Porque la causa por la que Dios ha de ser servido es sólo por ser Él quien es, y no interponiendo otros fines. Y así, no sirviendole sólo por quien Él es, es servirle sin causa final de Dios.

4. Por ello, volviendo a los oratorios, digo que algunas personas los adornan más por su gusto que por el de Dios. Y algunas hacen tan poco caso de la devoción de ellos, que no los tienen en más que sus camariles profanos, y aun algunas no en tanto, pues tienen más gusto en lo profano que en lo divino.

5. Pero dejemos ahora esto y digamos todavía de los que hilan más delgado, es a saber, de los que se tienen por gente devota. Porque muchos de estos de tal manera dan en tener asido el apetito y gusto a su oratorio y a adornarlo, que todo lo que habían de emplear en oración de Dios y recogimiento interior se les va en esto. Y no echan de ver que, no llevando a cabo sus actos y la decoración de su oratorio sólo con el fin de servir para el recogimiento interior y paz del alma, se distraen tanto en ello como en las demás cosas, y se inquietarán en el tal gusto a cada paso, y más todavía si se lo quisiesen quitar.


3.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (141)



CAPÍTULO 37.
Se explica cómo se debe encauzar el gozo de la voluntad hacia Dios mediante el objeto de las imágenes, de manera que no yerre (ni se impida el ir hacia Dios por ellas).


1. Así como las imágenes son de gran provecho para acordarse de Dios y de los santos y mover la voluntad a devoción usando de ellas (por la vía ordinaria) como conviene, así tambien serán para errar mucho si, cuando acontecen hechos sobrenaturales acerca de ellas, no supiese el alma disponerse como conviene para ir a Dios. Porque uno de los medios con los que el demonio coge a las almas incautas con facilidad y las impide el camino de la verdad del espíritu es precisamente por cosas sobrenaturales y extraordinarias, de lo que hace muestra por las imágenes, ahora en las materiales y corpóreas que usa la Iglesia, ahora en las que él suele fijar en la fantasía debajo de tal o tal santo o imagen suya, transfigurándose en ángel de luz para engañar (2 Cor. 11, 14). Porque el astuto demonio, en esos mismos medios que tenemos para remediarnos y ayudarnos, se procura disimular para cogernos más incautos y desprevenidos, por lo cual el alma buena siempre en lo bueno se ha de recelar más y mantener más cuidado, ya que lo malo ya trae consigo el testimonio de sí.

2. Por tanto, para evitar todos los daños que al alma pueden tocar en este caso, que son: o ser impedida de volar a Dios, o usar con bajo estilo e ignorantemente de las imágenes, o ser engañado natural o sobrenaturalmente por ellas (las cuales cosas son las que arriba hemos ya tratado) y también para purificar el gozo de la voluntad en ellas y enderezar por ellas el alma a Dios, que es el intento que en el uso de ellas tiene la Iglesia, sola una advertencia quiero poner que bastará para todo y es que, pues las imágenes nos sirven para motivo e inspiración de las cosas invisibles, que en ellas solamente procuremos el motivo y afección y gozo de la voluntad en lo vivo que representan (nota del corrector: es decir, en su representación).
Con lo cual tenga el alma fiel este cuidado: que en viendo la imagen no quiera embeber el sentido en ella, ahora sea corporal la imagen, ahora imaginaria; ahora de hermosa estética, ahora de rico atavío; ahora le haga devoción sensitiva, ahora espiritual; o incluso le haga muestras sobrenaturales. No haciendo caso de nada de estos accidentes, no repare más en ella, sino luego levante de ahí la mente a lo que representa, poniendo el fruto y gozo de la voluntad en Dios con la oración y devoción de su espíritu, o en el santo que invoca, con el fin de que lo que debe ser provecho para lo vivo y para el espíritu, no se lo acabe llevando lo pintado y el sentido (es decir, lo material). De esta manera no será engañado, porque no hará caso de lo que la imagen le dijere, ni ocupará el sentido ni el espíritu en ello impidiéndole que vaya libremente a Dios, ni pondrá más confianza en una imagen que en otra. Y la que sobrenaturalmente le diese devoción, de esta forma se la dará más copiosamente, puesto que le hace ir a Dios con el afecto (y así obtendrá más gozo en Dios). Porque Dios, siempre que hace esas y otras dádivas, las hace inclinando el afecto del gozo de nuestra voluntad a lo invisible, y así quiere que lo hagamos, aniquilando la fuerza y néctar de los sentidos y potencias respecto de todas las cosas que sean visibles y sensibles.


2.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (140)



CAPÍTULO 36.
Se abunda en el tema de las imágenes y esculturas, mostrando la gran ignorancia que acerca de ellas tienen algunas personas.


1. Mucho había de decir de la rudeza que muchas personas tienen acerca de las imágenes, porque llega la bobería a tanto, que algunas ponen más confianza en unas imágenes que en otras, entendiendo que les oirá Dios más por esta que por aquella, representando ambas una misma cosa, como por ejemplo dos imágenes de Cristo, o dos de Nuestra Señora. Y esto es porque tienen más afición a la una hechura que a la otra, en lo cual va envuelta gran rudeza acerca del trato con Dios y culto y honra que se le debe, porque el Señor sólo mira la fe y pureza de corazón del que ora. Y es que el hacer Dios a veces más gracias por medio de una imagen que de otra de aquel mismo género no es porque haya más en una que en otra para ese efecto, aunque en la estética tengan mucha diferencia, sino porque las personas despiertan más su devoción por medio de una que de otra. Si tuviesen la misma devoción por la una que por la otra, y aun sin ninguna imagen ni escultura siquiera, las mismas gracias recibirían de Dios.

2. De donde la causa por la que Dios despierta milagros y hace mercedes por medio de algunas imágenes más que por otras no es para que estimen más aquellas que el resto, sino con el fin de que con aquella novedad se despierte más la devoción dormida y afecto de los fieles a oración. Y de aquí se desprende que, como entonces y por medio de aquella imagen se enciende la devoción y se continúa la oración fervorosa (que lo uno y lo otro es medio para que oiga Dios y conceda lo que se le pide) entonces, y por medio de aquella imagen, por la oración y afecto Dios continúa prodigando sus gracias y milagros en aquella imagen. Pero bien es cierto que no hace Dios todo esto por la imagen, pues en sí no es más que pintura, sino por la devoción y fe que se tiene con el santo que representa. Y así, si la misma devoción tuvieses tú y fe en Nuestra Señora delante de esta su imagen que delante de aquella, que representa la misma, y aún sin ninguna imagen por medio como dijimos, las mismas gracias recibirías. Aún por experiencia se ve que, si Dios hace algunas gracias y obra milagros, ordinariamente los hace por medio de algunas imágenes no muy bien talladas ni esplendorosamente pintadas o figuradas, con el fin de que los fieles no atribuyan algo de esto a la figura o a la pintura en sí.

3. Y muchas veces suele nuestro Señor obrar estas gracias por medio de aquellas imágenes que están más apartadas y solitarias. Lo uno, porque con aquel movimiento de ir a ellas crezca más el afecto y sea más intenso el acto (nota del corrector: al haber más sacrificio, hay más mérito). Lo otro, para que se aparten del ruido y de la multitud a orar, como lo hacía el Señor (Mt. 14, 23; Lc. 6, 12). Por lo cual, el que hace la peregrinación hacia aquella imagen, ermita o monumento, hace bien de hacerla cuando no va otra gente, aunque sea tiempo extraordinario (es decir: fuera de temporada de romerías o procesiones) y, cuando va mucha turba, nunca yo se lo aconsejaría porque, ordinariamente, vuelven más distraídos de lo que fueron. Y muchos se unen a esas peregrinaciones y las hacen más por recreación que por devoción.
De manera que, mientras haya devoción y fe, cualquiera imagen bastará. Mas si no la hay, ninguna bastará. Que harta viva imagen era nuestro Salvador en el mundo y, con todo, los que no tenían fe, aunque más andaban con Él y veían sus obras maravillosas, no sacaban provecho. Y esa era la causa por la que en su tierra no hacía muchas virtudes, como dice el evangelista (Mt. 13, 58; Lc. 4, 24).

4. También quiero aquí decir algunos efectos sobrenaturales que causan a veces algunas imágenes en personas particulares, y es que a algunas imágenes da Dios espíritu particular en ellas, de manera que queda fijada en la mente la figura de la imagen y la devoción que causó, trayendola como presente, y cuando de repente de ella uno se acuerda, le hace el mismo efecto que cuando la vio (o tal vez incluso más, o en ocasiones sólo quizá una sutil elevación o evocación, al menos) y en otra imagen, aunque sea de más perfecta estética, no hallará aquel espíritu ni efecto.

5. Asimismo, muchas personas tienen devoción más en una estética que en otras, y en algunas no será más que afición y gusto natural, así como a uno contentará más un rostro de una persona que de otra, y se aficionará más a ella instintivamente, y la traerá más presente en su imaginación, aunque no sea tan hermosa como las otras, porque se inclina su natural a aquella manera de forma y figura. Y así pensarán algunas personas que la afición que tienen a tal o tal imagen es devoción, y no será quizá más que afición y gusto natural. Otras veces ocurre que, mirando una imagen, la vean moverse, o hacer semblantes, gestos y muestras, y dar a entender cosas, o hablar. Esta manera y la de los afectos sobrenaturales que aquí decimos de las imágenes, aunque es verdad que muchas veces son verdaderos afectos y buenos, causando Dios estos prodigios o para aumentar la devoción, o para que el alma tenga algún empuje para que ande asida por ser algo débil y con ello no se distraiga, debemos tener en cuenta que también muchas veces lo hace el demonio para engañar y dañar. Por tanto, para todo daremos doctrina en el capítulo siguiente.


1.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (139)



CAPÍTULO 35.
Se abordan los bienes espirituales más provechosos que directamente pueden incidir en la voluntad, mostrando sus distintas formas.


1. A cuatro géneros de bienes podemos reducir todos los que directamente pueden dar gozo a la voluntad, conviene a saber: motivos (de moción), provocativos (que provocan), directivos (que dirigen) y perfectivos (que perfeccionan), de los cuales iremos diciendo por su orden, y primero, de los motivos, que son: imágenes y estampas de santos, oratorios y ceremonias.

2. Y cuanto a lo que toca a las imágenes y demás ilustraciones de santos, puede haber mucha vanidad y gozo vano, porque siendo ellas tan importantes para el culto divino y tan necesarias para mover la voluntad a devoción, como la aprobación y uso que tiene de ellas nuestra Madre la Iglesia muestra (por lo cual siempre conviene que nos aprovechemos de ellas para desempolvarnos de nuestra tibieza), hay muchas personas que ponen su gozo más en la pintura y ornato de ellas que no en lo que representan.

3. El uso de las imágenes lo ordenó la Iglesia para dos principales fines, es a saber: para reverenciar a los santos en ellas, y para mover la voluntad y despertar la devoción por ellas hacia esos mismos santos, y cuanto sirven de esto son provechosas y el uso de ellas necesario. Y, por eso, las que más a este propio principio evocan y más mueven la voluntad a devoción son las que se han de escoger, poniendo los ojos en esto más que en el valor y curiosidad de la hechura y su ornato. Porque hay, como digo, algunas personas que miran más en la curiosidad de la imagen y valor de ella que en lo que representa, y entonces la devoción interior (que espiritualmente han de dirigir hacia el santo invisible que la imagen representa, olvidando luego la imagen, que no sirve más que de motivo e inspiración), la emplean en el ornato y curiosidad exterior, de manera que se agrade y deleite el sentido y se quede el amor y gozo de la voluntad tan sólo en lo sensible. Lo cual impide totalmente al verdadero espíritu, que requiere aniquilación del afecto en todas las cosas materiales.

4. Esto se verá bien por el uso abominable que en estos nuestros tiempos usan algunas personas que, no teniendo ellas aborrecido el traje vano del mundo, adornan a las imágenes con el traje que la gente vana que la moda va inventando para el cumplimiento de sus pasatiempos y vanidades, y con el traje que en ellas es reprendido por la falta de modestia y demás, lo usan incluso para vestir las imágenes, cosa que al santo que la imagen representa resultó tan aborrecible (y obviamente todavía le resulta), procurando empujar a esto el demonio y ellos en el canonizar sus vanidades, poniendolas en los santos, no sin agraviarles mucho. Y de esta manera, la honesta e importante devoción del alma, que de sí echa y arroja toda vanidad y rastro de ella, ya se les queda en poco más que en ornato de muñecas, no sirviendose algunos de las imágenes más que de unos ídolos en que tienen puesto su gozo. Y así, vereis algunas personas que no se hartan de añadir imagen a imagen, y que no sea sino de tal y tal suerte y hechura, y que no esten puestas sino de tal o tal manera, de manera que quien se deleite sea el sentido, mientras que la devoción del corazón es muy poca. Y algunos tienen tanto asimiento en esto que se parecen a Micas en sus ídolos o como Labán, que el uno salió de su casa dando voces porque se los llevaban (Jue. 18, 24), y el otro, habiendo ido mucho camino y muy enojado por ellos, removió todas las alhajas de Jacob, buscándolos (Gn. 31, 34).

5. La persona realmente devota pone su devoción principalmente en lo invisible, y pocas imágenes necesita y de pocas usa, y de entre esas pocas solo aquellas que más se conforman con lo divino que con lo humano, conformándolas a ellas y a sí en ellas con el traje del otro siglo y su condición, y no con ropajes modernos, porque no solamente no le mueve el apetito la figura de este siglo, sino que aún ni siquiera se acuerda por esa figura de la forma de vestir actual, ya que delante de los ojos la imagen no posee cosa que a la moda se le parezca. Ni en esas figuras de las que usa tiene asido el corazón porque, si se las quitan, se pena muy poco ya que la viva imagen busca dentro de sí, que es Cristo crucificado, en el cual antes gusta de que todo se lo quiten y que todo le falte.
Hasta los motivos y medios que llegan más a Dios, quitándoselos, queda impasible. Porque mayor perfección del alma es estar con tranquilidad y gozo en la privación de estos motivos que en la posesión con apetito y asimiento de ellos. Que, aunque es bueno gustar de tener aquellas imágenes que ayuden al alma a más devoción (por lo cual se ha de escoger la que más mueve a este fin), no es perfección estar una persona tan asida a ellas que con propiedad las posea hasta el punto de que, si se las quitaren, se entristezca.

6. Tenga por cierto el alma que, cuanto más asida con propiedad estuviere a la imagen o motivo, tanto menos subirá a Dios su devoción y oración, aunque es verdad que, por estar unas más al propio que otras y excitar más la devoción unas que otras, conviene aficionarse más a unas que a otras por esta causa sólo y no con la propiedad y asimiento que hemos mencionado. Debe evitarse por tanto que, lo que debería de llevar el espíritu volando por medio de la imagen a Dios, olvidando luego esa imagen y todo lo demás, se quede solo en el sentido, estando todo engolfado en el gozo de los instrumentos que, habiendo de servir sólo para ayuda de esto, por mi imperfección me sirva sin embargo para estorbo, y a veces incluso no menos que el asimiento y propiedad de otra cualquiera cosa material.

7. Pero para quien en esto de las imágenes tenga todavía alguna objección, por no tener una bien entendida la desnudez y pobreza del espíritu que requiere la perfección, a lo menos no se debería tener en la imperfección que comúnmente se tiene en los rosarios, pues apenas se hallará quien no tenga alguna flaqueza en ellos queriendo que sea de esta hechura más que de aquella, o de este color y metal más que de aquel, o de este ornato o con otros detalles, cuando realmente no importa más el uno que el otro para que Dios oiga mejor lo que se reza por este que por aquel. Lo que realmente importa es más bien aquella oración que va con sencillo y verdadero corazón, no mirando más que a agradar a Dios no dándose nada más por este rosario que por aquel, si no fuese de indulgencias.

8. Es nuestra vana codicia de suerte y condición, que en todas las cosas quiere hacer asiento; es como la carcoma, que roe lo sano, y en las cosas buenas y malas hace su oficio y daño. Porque ¿qué otra cosa es gustar tú de traer el rosario adornado y querer que sea antes de esta manera que de aquella, sino tener puesto tu gozo en el instrumento? ¿Y qué sentido tiene querer escoger antes esta imagen que la otra, no mirando si te despertará más el amor, sino en si es más preciosa y curiosa? Si tú empleases el apetito y gozo sólo en amar a Dios, te daría lo mismo lo uno que lo otro. Y es de lástima ver algunas personas espirituales tan asidas al modo y hechura de estos instrumentos, que se encuentran prisioneras teniendo en este tipo de imágenes y elementos el mismo asimiento y propiedad que en cuales quiera otras alhajas temporales.


31.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (138)



CAPÍTULO 34.
Se muestran los bienes espirituales que directamente tienen relación con el entendimiento y memoria, explicando asimismo cómo debemos poner la voluntad respecto al gozo de los mismos.


1. Mucho podríamos aquí hacer dada la multitud de las aprehensiones de la memoria y entendimiento, enseñando a la voluntad cómo se debe de encontrar respecto al gozo que puede tener en ellas, si no hubiésemos tratado de este tipo de aprehensiones precisamente (y con bastante extensión) en el segundo y tercer libro. Pero, dado que allí se dijo de la manera que aquellas dos potencias les convenía encontrarse y operar respecto de ellas para encaminarse a la divina unión, y de la misma manera cómo le conviene a la voluntad encontrarse en el gozo acerca de ellas, no es necesario referirlas aquí. Porque basta decir que dondequiera que allí dice que aquellas potencias se vacíen de tales y tales aprehensiones, se entienda asimismo que la voluntad también se ha de vaciar del gozo de ellas. Y de la misma manera que queda dicho cómo la memoria y entendimiento se han de encontrar respecto de todas aquellas aprehensiones, se ha también de encontrar la voluntad. Esto es así puesto que el entendimiento y las demás potencias no pueden admitir ni negar nada sin que convenga con ello y se lo permita la voluntad, por lo cual claro está que entonces la misma doctrina que sirve para lo uno servirá también para lo otro.

2. Vease allí lo que en esto se requiere, porque en todos aquellos daños caerá el espiritual si no se sabe enderezar a Dios.


30.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (137)



CAPÍTULO 33.
Se empieza a explicar acerca del sexto género de bienes en los que puede la voluntad gozarse, mostrando los que son y haciendo una primera diferenciación de los mismos.


1. Pues el intento que llevamos en esta nuestra obra es encaminar el espíritu por los bienes espirituales hasta la divina unión del alma con Dios, ahora que en este sexto género hemos de tratar de los bienes espirituales, que son los que más sirven para este negocio, convendrá que, así el lector como yo, pongamos aquí con particular consideración nuestra atención. Porque es cosa tan cierta y ordinaria, por el poco saber de algunos, servirse de las cosas espirituales sólo para el sentido, dejando al espíritu vacío, que apenas habrá a quien el fruto sensual no estropee buena parte del espiritual, bebiéndose el néctar antes que llegue al espíritu, dejándole seco y vacío.

2. Entrando, pues, al propósito, digo que por bienes espirituales entiendo todos aquellos que mueven y ayudan para las cosas divinas y el trato del alma con Dios, incluyendo también las comunicaciones de Dios con el alma.

3. Comenzando, pues, a hacer división por los géneros superiores, digo que los bienes espirituales son en dos maneras: unos, sabrosos, y otros penosos. Y cada uno de estos géneros es también de dos maneras: porque los sabrosos, unos son de cosas claras que sobradamente se entienden, y otros de cosas que no se entienden de forma clara ni específicamente. Los bienes espirituales de tipo más penoso también algunos son de cosas claras y diferenciadoras, y otros de cosas confusas y oscuras.

4. A todos estos bienes podemos también diferenciarlos según las potencias del alma porque unos, por cuanto son inteligencias, pertenecen al entendimiento; otros, por cuanto son afecciones pertenecen a la voluntad, y otros, por cuanto son imaginarios, pertenecen a la memoria.

5. Dejemos, pues, para más adelante tratar sobre los bienes penosos, porque pertenecen a la noche pasiva, donde hemos de hablar de ellos, y también los sabrosos que decimos ser de cosas confusas y no específicas para tratar sobre ellos a la postre, por cuanto pertenecen a la comunicación general, confusa, amorosa, en que se realiza la unión del alma con Dios (lo cual dejamos abierto en el libro segundo, difiriendolo para tratar más adelante), trataremos aquí ahora de aquellos bienes sabrosos que son de cosas claras y específicas.


29.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (136)



CAPÍTULO 32.
Se muestran los dos provechos que se obtienen al negarse con respecto de las gracias sobrenaturales.


1. Además de los provechos que el alma consigue en librarse de los dichos tres daños por la privación de este gozo, adquiere dos excelentes provechos.
El primero es engrandecer y ensalzar a Dios; el segundo es ensalzarse el alma a sí misma. Porque de dos maneras es Dios ensalzado en el alma: la primera es apartando el corazón y gozo de la voluntad de todo lo que no es Dios, para ponerlo solamente en Él. Lo cual quiso decir David en el verso que hemos alegado al principio (Sal. 137, 6) de la noche de esta potencia, en donde (Sal. 63, 7) se dice: "Se acerque el corazón hacia lo alto, y será Dios ensalzado" (nota del corrector: en realidad el salmo al que hace referencia el santo menciona: Fraguan planes nefandos, / ocultan los planes fraguados, / y la mente y el
corazón de cada uno son recónditos", pero para la cuestión tratada no es demasiado importante; el salmo al que hace referencia al principio el santo no lo menciona, pero hemos creído conveniente incluirlo nosotros, así como una traducción más comprensible al castellano actual del salmo comentado) porque, levantando el corazón sobre todas las cosas, se ensalza a Dios en el alma sobre todas ellas.

2. Y porque de esta manera pone solamente a Dios por encima de todo, se ensalza y se engrandece a Dios, manifestando al alma su excelencia y grandeza. Y es que en este levantamiento de gozo en Él a su vez le da Dios testimonio de quién es, lo cual no se hace sin vaciar el gozo y consuelo de la voluntad acerca de todas las cosas, como también lo dice por David (Sal. 46:10), diciendo: "Estad quietos y ved que yo soy Dios". Y otra vez (Sal. 62, 3) dice: "En tierra desierta, seca y sin camino, me aparecí delante de ti, para ver tu virtud y tu gloria". Y pues es verdad que se ensalza Dios poniendo el gozo en Él y apartando dicho gozo de todas las otras cosas, mucho más se ensalza apartándole de las que son más maravillosas para ponerlo sólo en Él, pues son de más alta entidad siendo sobrenaturales. Y así, dejándolas atrás por poner el gozo sólo en Dios, es atribuir mayor gloria y excelencia a Dios que a ellas, porque cuanto uno más y mayores cosas desprecia por otro, tanto más le estima y engrandece.

3. No es esto todo sino que también es Dios ensalzado de una segunda manera: apartando la voluntad de este género de obras. Y es que cuanto Dios es más creído y servido sin testimonios y señales, tanto más es del alma ensalzado, pues cree de Dios más de lo que las señales y milagros le puedan dar a entender.

4. El segundo provecho en que se ensalza el alma es porque, apartando la voluntad de todos los testimonios y señales aparentes, se ensalza en fe muy pura, la cual le infunde y aumenta Dios con mucha más intención, y juntamente le aumenta las otras dos virtudes teologales, que son caridad y esperanza. Gracias a esto el espiritual goza de divinas y altísimas comunicaciones por medio del oscuro y desnudo hábito de fe, y de gran deleite de amor por medio de la caridad, con lo cual ya no se goza la voluntad en otra cosa que en Dios vivo, logrando una mayor satisfacción en sus pensamientos e interior por medio de la esperanza. Todo lo cual es un admirable provecho que esencial y directamente incide con mucha importancia, a los que disponen de estas virtudes o bienes sobrenaturales, para la unión perfecta del alma con Dios.


28.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (135)




CAPÍTULO 31.
Se muestran los daños que le sobrevienen al alma cuando pone el gozo de la voluntad en este género de bienes sobrenaturales.


1. Tres daños principales me parece que le pueden ocurrir al alma cuando pone el gozo en los bienes sobrenaturales, conviene a saber: engañar y ser engañada; detrimento en el alma acerca de la fe; vanagloria o alguna vanidad.

2. Cuanto a lo primero, es cosa muy fácil engañar a los demás y engañarse a sí mismo gozándose en esta manera de obras. Y la razón es porque para conocer estas obras, cuáles sean falsas y cuáles verdaderas, y cómo y a qué tiempo se han de ejercitar, es menester mucho aviso y mucha luz de Dios, y lo uno y lo otro impide mucho el gozo y la estimación de estas obras. Y esto por dos cosas: por una parte, porque el gozo embota y oscurece el juicio, y por otra, porque con el gozo de esas obras no sólo se es más propensa la persona a deleitarse en ellas, sino que es también aún más empujada a que realice esas obras sin tiempo (nota del corrector: es decir, fuera de lugar o en un momento no adecuado).
Y dado el caso de que estas virtudes y estas obras que se ejercitan sean realmente verdaderas, bastan estos dos defectos para engañarse muchas veces en ellas, o porque no las entiende como deben entenderse, o no aprovechándose de ellas y acabando por no usarlas cómo y cuando es más conveniente. Porque, aunque es verdad que cuando da Dios estos dones y gracias les da a las personas también luz de ellas y el movimiento de cómo y cuándo se han de ejercitar, todavía ellas, por la propiedad e imperfección que pueden tener acerca de estas obras, pueden errar mucho, no usando de esas obras, bienes y/o virtudes con la perfección que Dios quiere, y cómo y cuando Él quiere. Como ejemplo podemos poner lo que quería hacer Balam cuando, contra la voluntad de Dios, se determinó a ir a maldecir al pueblo de Israel por lo cual, enojándose Dios, le quería matar (Nm. 22, 22­23). Y Santiago y san Juan querían hacer bajar fuego del cielo sobre los samaritanos porque no daban posada a nuestro Salvador, a los cuales Él reprendió con firmeza por ello (Lc. 9, 54­55).

3. Con todo esto se ve claro cómo a esas personas les hacía determinar a hacer estas obras alguna pasión de imperfección, envuelta en gozo y estimación de ellas, cuando no convenía. Porque, cuando no hay semejante imperfección, solamente se mueven y determinan a obrar estas virtudes cuándo y como Dios les mueve a ello, y hasta entonces no conviene mostrarlas o ejercerlas. Precisamente por eso se quejaba Dios de ciertos profetas por Jeremías (23, 21), diciendo: "No enviaba yo a los profetas, y ellos corrían; no los hablaba yo, y ellos profetizaban". Y más adelante dice (23, 32): "Hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé". Y allí también dice (23, 26) de ellos que ven las visiones de su corazón y cuentan lo que esas visiones dicen, lo cual no caerían en este error si ellos no tuvieran esta abominable propiedad de imperfección en estas obras.

4. Con estas declaraciones con la autoridad de la Sagrada Escritura se da a entender que el daño de este gozo no solamente llega a usar inicua y perversamente de estas gracias que da Dios, como Balam y los que aquí dice que hacían milagros con los que engañaban al pueblo, mas aún hasta llegar al punto de usarlas sin haberselas Dios dado, como el caso de los que profetizaban sus antojos y publicaban la visiones que ellos componían o las que el demonio les representaba. Porque, como el demonio los ve aficionados a estas cosas, les da en esto largo campo y muchas materias con las que enredarse, entrometiendose de muchas maneras, y con esto tienden ellos las velas y cobran desvergonzada osadía, alargándose y explayéndose en estas prodigiosas obras.

5. Y no para esto solamente, sino que a tanto hace llegar el gozo de estas obras y la codicia de ellas que hace que, si los tales tenían antes pacto oculto con el demonio (porque muchos de estos por este oculto pacto obran estas cosas), ya vengan a atreverse a hacer con el ser maligno pacto expreso y manifiesto, sujetándose, por concierto, por discípulos al demonio y a los allegados suyos. De aquí salen los hechiceros, los encantadores, los mágicos aríolos (adivinos por agüeros) y los brujos.
Y a tanto mal llega el gozo de estos sobre estas obras, que no sólo tienen la osadía de querer comprar los dones y gracias por dinero, como quería Simón Mago (Hch. 8, 18), para servir al demonio, sino que aún procuran hacerse con las cosas sagradas y hasta (lo que no se puede decir sin temblar) con las divinas, como ya se ha visto haber sido usurpado el sacratísimo y santísimo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para uso de sus maldades y abominaciones. ¡Alargue y muestre Dios aquí su gran misericordia!

6. Y cuán perniciosos son este tipo de personas para sí mismas y perjudiciales para la Cristiandad, cada uno podrá bien claramente entenderlo. Donde es de notar que todos aquellos magos y aríolos que había entre los hijos de Israel, a los cuales Saúl arrojó de la tierra (1 Sm. 28, 3) por querer imitar a los verdaderos profetas de Dios, habían dado en tantas abominaciones y engaños.

7. Debe, pues, el que tuviere la gracia y don sobrenatural, apartar la codicia y gozo del ejercicio de ese don, tratando de no abusar de su ejercicio porque Dios, que le da esos dones sobrenaturales para utilidad de su Iglesia o de sus miembros, le moverá también sobrenaturalmente cómo y cuándo lo deba ejercitar. Y dado pues que mandaba a sus fieles (Mt. 10, 19) que no tuviesen cuidado de lo que habían de hablar, ni cómo lo habían de hablar, porque era negocio sobrenatural de fe, también querrá que, pues el negocio de estas obras no es menos, se aguarde el hombre a que Dios sea el obrero, moviendo el corazón, pues en su virtud se ha de obrar toda virtud (Sal. 59, 15). Es por eso que los discípulos en los Hechos de los Apóstoles (4, 29­30), aunque les había infundido estas gracias y dones, hicieron oración a Dios, rogándole que fuese servido de extender su mano en hacer señales y obras y sanidades por ellos, para introducir en los corazones la fe de nuestro Señor Jesucristo (nota del corrector: y no por otras causas o razones).

8. El segundo daño que puede venir de este primero, es el detrimento acerca de la fe, el cual puede ser en dos maneras:
La primera, acerca de los otros porque, poniendose a hacer el milagro o virtud sin tiempo y necesidad, aparte de que es tentar a Dios (lo cual es ya un gran pecado) podrá ocurrir el no conseguir llevarlo a cabo y terminar por suceder lo contrario, es decir, hacer surgir en los corazones menos crédito y desprecio de la fe. Porque, aunque algunas veces logren realizar las prodigiosas acciones sobrenaturales por quererlo Dios por otras causas y motivos, como la hechicera de Saúl (1 Sm. 28, 12 ss.), si es verdad que era Samuel el que parecía allí, no dejan de errar ellos y ser culpados por usar de estas gracias cuando no conviene.
La segunda manera de daño en detrimento de la fe es acerca del mérito de la misma fe, porque haciendo esa persona mucho caso de estos milagros, se separa mucho del hábito sustancial de la fe, la cual es hábito oscuro y escondido y así, donde más señales y testimonios concurren, menos merecimiento hay en creer (nota del corrector: porque menos presencia tiene la fe). De donde San Gregorio dice que no tiene merecimiento cuando la razón humana experimenta esa fe.
Y así, estas maravillas nunca Dios las obra sino cuando simplemente son necesarias para creer. Por eso, porque sus discípulos no careciesen de mérito si tomaran experiencia de su resurrección, antes que se les mostrase hizo muchas cosas para que sin verle le creyesen. Tengamos en cuenta que a María Magdalena (Mt. 28, 1­8) primero le mostró vacío el sepulcro y después que se lo dijesen los ángeles -porque la fe es por el oído, como dice san Pablo (Rm. 10, 17)- y oyendolo, lo creyese primero que lo viese. Y aunque le vio fue como hombre común, para acabarla de instruir, en la creencia que le faltaba con el calor de su presencia (Jn. 20, 11­18). Y a los discípulos primero se lo envió a decir con las mujeres, después fueron a ver el sepulcro (Mt. 28, 7­8; Jn. 20, 1­10). Y a los que iban a Emaús primero les inflamó el corazón en fe para que le viesen, yendo Él de forma disimulada con ellos (Lc. 24, 15). Y, finalmente, después los reprehendió a todos (Mc. 16, 14) porque no habían creído a los que les habían dicho su resurrección; y tampoco olvidemos a Santo Tomás (Jn. 20, 29), el cual quiso tener una experiencia física y real en sus llagas, cuando le dijo que eran bienaventurados los que no viéndole le creían.

9. Y así, no es una de las condiciones de Dios el que se tengan que hacer milagros porque, como se dice, cuando los quiere realizar los puede hacer sin impedimento alguno y con todo poder. Y por eso reprendía el Señor a los fariseos, porque no daban crédito ni creían sino por señales, diciéndoles: "Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen" (Jn. 4, 48). Pierden, pues, mucho acerca de la fe los que aman gozarse en estas obras sobrenaturales.

10. El tercer daño es que comúnmente por el gozo de estas obras las personas que las operan caen en vanagloria o en alguna forma de vanidad, porque aun el mismo gozo de estas maravillas o prodigios, cuando no es puramente, como hemos dicho, en Dios y para Dios, entonces es vanidad. Lo cual se ve en haber reprendido Nuestro Señor a los discípulos por haberse gozado de que se les sujetasen los demonios (Lc. 10, 20), y es que dicho gozo, si no fuera vano, no los hubiese reprendido.


27.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (134)



CAPÍTULO 30.
Se empiezan a explicar el quinto género de bienes en los cuales se puede gozar la voluntad, los cuales son los bienes sobrenaturales, y se muestra los que son y cómo distinguirlos de los espirituales, así como la forma de encaminar el gozo de ellos hacia Dios.


1. Ahora conviene tratar del quinto género de bienes en que el alma puede gozarse, que son sobrenaturales. Por los cuales entendemos aquí todos los dones y gracias dados de Dios que exceden la facultad y virtud natural, que se llaman "gratis datas", como son los dones de sabiduría y ciencia que dio a Salomón, y las gracias que dice san Pablo (1 Cor. 12, 9­10), conviene a saber: fe, gracia de curación, operación de realizar milagros, profecía, conocimiento y discreción de espíritus, declaración de las palabras -predicación- y también el don de lenguas.

2. Los mencionados bienes, aunque es verdad que también son espirituales como los del mismo género que hemos de abordar más adelante, dado que todavía hay mucha diferencia entre ellos, he querido hacer esta distinción. Porque el ejercicio de estos tiene inmediato efecto sobre el provecho de los hombres, y para ese provecho y fin los da Dios, como dice san Pablo (1 Cor. 12, 7), que a ninguno se da espíritu sino para provecho de los demás, lo cual se debe entender de estas gracias. Sin embargo los espirituales, su ejercicio y trato es sólo del alma a Dios y de Dios al alma, en comunicación de entendimiento y voluntad, etc., como diremos después. Y así, hay diferencia en el objeto, pues que de los espirituales sólo es entre el Creador y el alma, mas de los sobrenaturales es la criatura. Y también difieren en la sustancia, y por consiguiente en la operación, y así también necesariamente en la doctrina.

3. Pero, hablando ahora de los dones y gracias sobrenaturales como aquí las entendemos digo que, para purgar el gozo vano en ellas, conviene aquí notar dos provechos que hay en este género de bienes que conviene saber: temporal y espiritual.
El temporal es la curación de las enfermedades, recibir vista los ciegos, resucitar los muertos, expulsar a los demonios, profetizar lo venidero para que miren los oyentes por sí, y los demás de semejante manera.
El espiritual provecho y eterno es ser Dios conocido y servido por estas obras, por el que las opera o por los que quienes (o quién) y delante de quien se obran (nota del corrector: es decir, el espectador -si lo hubiera- o los espectadores, los presentes, y el afectado o necesitado a quienes van dirigidos los beneficios).

4. Cuanto al primer provecho, que es temporal, las obras y milagros sobrenaturales poco o ningún gozo del alma merecen porque, excluido el segundo provecho, poco o nada le importan al hombre, pues de suyo no son medio para unir el alma con Dios, si no es la caridad. Y estas obras y gracias sobrenaturales incluso sin estar en gracia y caridad se pueden ejercutar, sea ahora dando Dios los dones y gracias verdaderamente, como hizo el inicuo profeta Balam (Nm. 22­24) y a Salomón, o también ahora obrándolas falsamente por vía del demonio, como Simón Mago (Hch. 8, 9­11), por otros secretos de la naturaleza. Las cuales obras y maravillas, si algunas habían de ser al que las obra de algún provecho, eran las verdaderas que son dadas de Dios (y no las otras).
Y por lo tanto este tipo de obras, sin el segundo provecho, ya enseña san Pablo (1 Cr. 13, 1­2) lo poco que valen, diciendo: "Si hablare con lenguas de hombres y de ángeles y no tuviere caridad, hecho soy como el metal o la campana que suena. Y si tuviere profecía y conociere todos los misterios y toda ciencia, y si tuviere toda la fe, tanto que traspase los montes, y no tuviere caridad, nada soy...", etc. De tal manera que Cristo dirá a muchos que habrán estimado sus obras de este modo, cuando por ellas le pidieren las gentes llegar a la gloria diciendo: "Señor, ¿no profetizamos en tu nombre e hicimos muchos milagros?", Él les dará la siguiente respuesta: "Apartaos de mí, obradores de maldad" (Mt. 7, 22­23).

5. Debe, pues, la persona gozarse no en si tiene las tales gracias y las ejercita, sino si obtiene de ellas el segundo fruto espiritual, a saber: sirviendo a Dios en ellas con verdadera caridad, que es donde se encuentra el fruto de la vida eterna. Que por eso reprendió Nuestro Salvador (Lc. 10, 20) a los discípulos, que se venían gozando porque lanzaban los demonios, diciéndoles: "En esto no os queráis gozar porque los demonios se os sujetan, sino porque vuestros nombres están escritos en el libro de la vida". Que en buena teología sería como decir: "Gozaos si están escritos vuestros nombres en el libro de la vida". Donde se entiende que no se debe el hombre gozar sino en ir en el sendero que conduce hacia la vida, que es hacer las obras en caridad. Tengamos en cuenta: ¿qué aprovecha y qué vale delante de Dios lo que no es amor de Dios? El cual amor no es perfecto si no es fuerte -contundente- y discreto -cuidadoso- en purgar el gozo de todas las cosas, poniendo su gozo sólo en hacer la voluntad de Dios. Y de esta manera se une la voluntad con Dios por estos bienes sobrenaturales.


26.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (133)



CAPÍTULO 29.
Se muestran los provechos que consigue el alma al apartar el gozo de los bienes morales.


1. Muy grandes son los provechos que se siguen al alma en no querer aplicar vanamente el gozo de la voluntad a este género de bienes morales.
Porque, cuanto a lo primero, se libra de caer en muchas tentaciones y engaños del demonio, los cuales están encubiertos en el gozo de las tales buenas obras, como lo podemos entender por aquello que se dice en Job (40, 16), es a saber: "Debajo de la sombra duerme, en lo secreto de la pluma y en los lugares húmedos". Lo cual dice por el demonio, porque en la humedad del gozo y en lo vano de la caña, esto es, de la obra vana, engaña al alma. Y engañarse por el demonio en este gozo escondidamente no es para sorprenderse porque, sin esperar a su sugestión, el mismo gozo vano lleva en sí el engaño, sobre todo cuando hay alguna jactancia de esas obras en el corazón, según lo dice bien Jeremías (49, 16): "Tu arrogancia te ha engañado". Porque ¿qué mayor engaño que la jactancia? Y de esto se libra el alma purgándose de este gozo.

2. El segundo provecho es que hace las obras más acorde a las mismas y más cabalmente. A lo cual, si hay pasión de gozo y gusto en ellas, no se da lugar porque, por medio de esta pasión del gozo, el actuar irascible y concupiscible andan tan sobrados que no dan lugar al paso de la razón, sino que ordinariamente anda variando en las obras y propósitos, dejando unas y tomando otras, comenzando y dejando sin acabar nada porque, como obra por el gusto, y este es variable, y en unas personas por su ser natural mucho más que en otras, acabándose este es acabado el obrar y el propósito, aunque sea una importante obra. En este tipo de personas el gozo de su obra es el alma y la fuerza de ellas, con lo cual apagado el gozo, muere y acaba la obra y no perseveran. Porque de estos son de quien dijo Cristo (Lc. 8, 12) que reciben la palabra con gozo y luego se la quita el demonio, porque no han perseverado. Y es porque no tenían más fuerza y raíces que el dicho gozo. Quitarles y apartarles, pues, la voluntad de este gozo y de su gusto es causa de perseverancia y de acertar. Y así, es grande este provecho, como también es grande el daño contrario. El sabio pone sus ojos en la sustancia y provecho de la obra, no en el sabor y placer que de ella pueda obtener y así no echa lances al aire, y saca de la obra gozo estable sin tributo del sinsabor.

3. El tercero es un divino provecho, y es que apagando el gozo vano en estas obras, se hace pobre de espíritu, que es una de las bienaventuranzas que dice el Hijo de Dios (Mt. 5, 3): "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos".

4. El cuarto provecho es que el que negare este gozo será en el obrar manso, humilde y prudente, porque no obrará impetuosa y aceleradamente, empujado por la concupiscible e irascible búsqueda del gozo, ni obrará de forma presuntuosa, afectado por la estimación que tiene de su obra, mediante el gozo de ella, ni tampoco incautamente cegado por ese vano gozo.

5. El quinto provecho es que se hace agradable a Dios y a los hombres y se libra de la avaricia, y gula y acedia espiritual, y de la envidia espiritual, así como de otros mil vicios.


25.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (132)




CAPÍTULO 28.
Se muestran los siete daños en que se puede caer poniendo el gozo de la voluntad en los bienes morales.


1. Los daños principales en que puede una persona caer por el gozo vano de sus buenas obras y costumbres, hallo que son siete, y muy perniciosos, porque son espirituales, los cuales referiré aquí brevemente.

2. El primer daño es vanidad, soberbia, vanagloria y presunción; porque gozarse de sus obras no puede hacerse sin estimarlas (al menos de algún modo). Y de ahí nace la jactancia y todo lo demás, como se dice del fariseo en el Evangelio (Lc. 18, 12), que oraba y se congraciaba con Dios con jactancia de que ayunaba y hacía otras buenas obras.

3. El segundo daño comúnmente va entrelazado con este, y es que juzga a los demás por malos e imperfectos comparativamente, pareciendole que no hacen ni obran tan bien como él, estimándolos en menos en su corazón, y a veces por la palabra. Y este daño también lo tenía el fariseo (Lc. 18, 11), pues en sus oraciones decía: "Gracias te doy que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros". De manera que en un solo acto caía en estos dos daños estimándose a sí y despreciando a los demás. También el día de hoy hacen muchos algo similar, diciendo: "No soy yo como fulano, ni obro esto ni aquello como este o el otro". Y aún son peores que el fariseo muchos de estos, ya que él no solamente despreció a los demás, sino tambien señaló parte, diciendo: "Ni soy como este publicano", mas ellos, no contentándose con eso (estimarse a sí) ni con lo otro (despreciar a los demás), llegan a enojarse y a envidiar cuando ven que otros son alabados o que hacen o valen más que ellos.

4. El tercer daño es que, como en las obras miran al gusto, comúnmente no las hacen sino cuando ven que de ellas han de obtener algún placer y alabanza y así, como dice Cristo (Mt. 23, 5), todo lo hacen "ut videantur ab hominibus" ("para ser vistos por los hombres"), y no obran sólo y únicamente por amor de Dios.

5. El cuarto daño es continuación de este último, y es que no hallarán galardón en Dios, puesto que ellos han querido hallarle en esta vida de gozo o consuelo, o de interés de honra o de otra manera, buscando eso en sus obras y no a Dios. Por lo cual dice el Salvador (Mt. 6, 2) que en aquello recibieron ya la paga (en el propio gusto y gozo). Y así, se quedaron sólo con el trabajo de la obra y confusos sin galardón.
Hay tanta miseria acerca de este daño en los hijos de los hombres, que tengo para mí que la gran mayoría de las obras que hacen públicas, o son viciosas, o no les valdrán nada, o son imperfectas delante de Dios, por no ir ellos desasidos de estos intereses y respetos humanos. Porque, ¿qué otra cosa se puede juzgar de algunas obras y memorias que algunos hacen e instituyen, cuando no las quieren hacer sin que vayan envueltas en honra y respetos humanos de la vanidad de la vida, o perpetuando en ellas su nombre, linaje o señorío, hasta poner de esto sus señales (nombres) y blasones en los templos, como si ellos se quisiesen poner allí en lugar de la imagen a venerar, donde todos hincan la rodilla, en las cuales obras de algunos se puede decir que se adoran a sí mismos más que a Dios? Lo cual es verdad si por aquello las hicieron, y si no obtienen eso no las hicieran.
Pero, dejados estos que son de los peores, ¿cuántos hay que de muchas maneras caen en muchos daños al realizar sus obras? De los cuales, unos quieren que se las alaben, otros que se las agradezcan, otros las cuentan y gustan que lo sepa fulano y fulano y aún sean publicadas por todo el mundo, y a veces quieren que pase la limosna o lo que hacen por terceros para se sepa más, otros quieren lo uno y lo otro (o todo a la vez), lo cual es el tañer de la trompeta, que dice el Salvador en el Evangelio (Mt. 6, 2) que hacen los vanos, que por eso no obtendrán de sus obras galardón de Dios.

6. Deben, pues, estas personas para huir de este daño, esconder la obra, que sólo Dios la vea, no queriendo que nadie haga caso. Y no sólo la han de esconder de los demás, más aún -y sobre todo- de sí mismas, esto es: que ni ellas se quieran complacer en lo que obran, ni estimar sus obras como si fuesen algo, ni sacar gusto de ellas, como espiritualmente se entiende aquello que dice Nuestro Señor (Mt. 6, 3): "No sepa tu siniestra lo que hace tu diestra", que es como decir: "no estimes con el ojo temporal y carnal la obra que haces espiritual". Y de esta manera se recoge la fuerza de la voluntad en Dios y lleva fruto delante de Él dicha obra, con lo cual no sólo no la perderá sino que será de gran mérito. Y a este propósito se entiende aquella sentencia de Job, cuando dice (31, 26-28): "Si yo besé mi mano con mi boca", que es iniquidad y pecado grande, "y se gozó en escondido mi corazón". Porque aquí por la "mano" entiende la obra y por la "boca" entiende la voluntad que se complace en ellas. Y porque es, como decimos, complacencia en sí mismo, dice: "Si se alegró en escondido mi corazón", lo cual es grande iniquidad y negación contra Dios, y es como si dijera que ni tuvo complacencia ni se alegró su corazón en escondido (nota del corrector: es decir, que no obtuvo finalmente ni lo uno ni lo otro, ni alegría ni gozo).

7. El quinto daño de estos tales es que no van avanzando en el camino de la perfección porque, estando ellos asidos al gusto y consuelo en el obrar, cuando en sus obras y ejercicios no hallan gusto y consuelo, que es ordinariamente lo que ocurre cuando Dios los quiere llevar adelante -dándoles el pan duro, que es el de los perfectos, y quitándolos la leche de los niños, probándoles las fuerzas, y purgándoles el apetito tierno para que puedan gustar el manjar de adultos-, ellos comúnmente desmayan y pierden la perseverancia porque no hallan el dicho sabor y agrado en sus obras. Acerca de lo cual se entiende espiritualmente aquello que dice el Sabio (Ecli. 10, 1), y es: "Las moscas que se mueren, pierden la suavidad del ungüento"; porque cuando se les ofrece a estos alguna mortificación, mueren a sus buenas obras, dejándolas de hacer, y pierden la perseverancia, en que está la suavidad del espíritu y consuelo interior (nota del corrector: arrojan, finalmente, todos sus esfuerzos a nada).

8. El sexto daño de este tipo de personas es que comúnmente se engañan teniendo por mejores las cosas y obras de las que ellos gustan que aquellas de las que no gustan, y alaban y estiman las unas y desestiman las otras. Como quiera que comúnmente aquellas obras en que de suyo la persona más se mortifica, mayormente cuando no está aprovechado en la perfección, sean más aceptas y preciosas delante de Dios (nota del corrector: es decir, las obras que más nos cuestan realizar), por causa de la negación que la persona en ellas lleva de sí misma -no queriéndolas hacer o negándose a llevarlas adelante-, que aquellas en que ella halla su consuelo, por lo que muy fácilmente se puede acabar uno buscando a sí mismo. Y a este propósito dice Miqueas (7, 3) de estos: "Malum manuum suarum dicunt bonum", esto es: "Lo que de sus obras es malo, dicen ellos que es bueno". Lo cual les ocurre por poner ellos el gusto en sus obras, y no en sólo dar gusto a Dios. Y cuánto reine este daño, así en los espirituales como en los hombres comunes, sería prolijo de contar, pues que apenas hallarán uno que puramente se mueva a obrar por Dios sin arrimo de algún interés de consuelo o gusto u otro respeto.

9. El séptimo daño es que, en cuanto la persona no apaga el gozo vano en las obras morales, está más incapaz para recibir consejo y enseñanza razonable acerca de las obras que debe hacer. Porque el hábito de flaqueza que tiene acerca del obrar con la propiedad del vano gozo le encadena, o para que no tenga el consejo ajeno por mejor (y así preferir sus propias decisiones, más placenteras), o para que, aunque ese consejo lo aprecie por tal, no lo quiera seguir, no teniendo en si ánimo para realizarlo.
Estos aflojan mucho en la caridad para con Dios y el prójimo, porque el amor propio que acerca de sus obras tienen les hace enfriar la caridad.


24.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (131)



CAPÍTULO 27.
Se empieza a abordar el cuarto género de bienes, que son los bienes morales, mostrando los que son y de qué manera sea en ellos lícito el gozo de la voluntad.


1. El cuarto género en que se puede gozar la voluntad son bienes morales. Por bienes morales entendemos aquí las virtudes y los hábitos de ellas en cuanto morales, y el ejercicio de cualquier virtud, el ejercicio de las obras de misericordia, la guarda de la ley de Dios, y la política y todo ejercicio de buena índole e inclinación.

2. Y estos bienes morales, cuando se poseen y ejercitan, por ventura merecen más gozo de la voluntad que cualquiera de los otros tres géneros que hemos explicado en capítulos precedentes. Porque por una de dos causas, o por las dos juntas, se puede el ser humano gozar de sus cosas, conviene a saber: o por lo que ellas son en sí, o por el bien que aportan y traen consigo como medio e instrumento.
Y así, hallaremos que la posesión de los tres géneros de bienes ya mencionados ningún gozo de la voluntad merecen pues, como queda dicho, de suyo al hombre ningún bien le hacen ni le aportan en sí, pues son tan caducos y deleznables. Más bien antes, como tambien dijimos, le engendran y acarrean pena y dolor y aflicción de ánimo. Que, aunque algún gozo merezcan por la segunda causa, que es cuando el hombre de ellos se aprovecha para ir a Dios, es tan incierto esto que, como vemos comúnmente, más se daña el hombre con ellos que se aprovecha.
Pero los bienes morales ya por la primera causa, que es por lo que en sí son y valen, merecen algún gozo de su poseedor ya que consigo traen paz y tranquilidad, y recto y ordenado uso de la razón, y demás operaciones acordes con éstas, por lo cual no puede el hombre humanamente hablando en esta vida poseer cosa mejor.

3. Y así, ya que las virtudes por sí mismas merecen ser amadas y estimadas, hablando humanamente, insistimos, bien se puede el ser humano gozar de tenerlas en sí y ejercitarlas por lo que en sí son y por lo que de bien humana y temporalmente aportan a la persona. Porque de esta manera, y por esto mismo, los filósofos y sabios y antiguos príncipes las estimaron y las alabaron y procuraron tener y ejercitar, y aunque incluso gentiles, y que sólo ponían los ojos en ellas temporalmente por los bienes que temporal y corporal y naturalmente de ellas conocían se obtenían, no sólo alcanzaban por ellas los bienes y el buen nombre temporalmente que pretendían sino, demás de esto, Dios, que ama todo lo bueno aun en el bárbaro y gentil, y ninguna cosa impide buena, como dice el Sabio (Sab. 7, 22), les aumentaba la vida, honra y señorío y paz, como hizo con los romanos porque usaban de justas leyes, hasta tal punto que casi les sujetó todo el mundo, pagando de forma temporal -a los que eran por su infidelidad incapaces de premio eterno- las buenas costumbres.
Porque ama Dios tanto estos bienes morales, que sólo porque Salomón le pidió sabiduría para dirigir a los de su pueblo y poderlos gobernar justamente instruyendole en buenas costumbres, se lo agradeció mucho el mismo Dios, y le dijo (3 Re. 3, 11­13; 2 Cor. 1, 11­2) que, ya que había pedido sabiduría para aquel fin, que Él se la daba y más aún lo que no había pedido, que eran riquezas y honra, de manera que ningún rey en los tiempos pasados ni en lo por venir fuese semejante a él.

4. Pero aunque en esta primera manera de gozo se pueda recrear el cristiano sobre los bienes morales y buenas obras que temporalmente hace, por cuanto ellas causan los bienes temporales que acabamos de mostrar, no debe detener su gozo en esta primera forma, como hemos dicho que hacían los gentiles, cuyos ojos del alma no trascendían más que lo de esta vida mortal, sino que -pues tiene la luz de la fe, en que espera vida eterna y que sin esta luz y esta esperanza todo lo de acá y lo de allá no le valdrá nada- sólo y principalmente debe gozarse en la posesión y ejercicio de estos bienes morales de la segunda manera, que es en cuanto, haciendo las obras por amor de Dios, le adquieren vida eterna.
Y así, sólo debe poner los ojos y el gozo en servir y honrar a Dios con sus buenas costumbres y virtudes, pues que sin este aspecto no valen delante de Dios nada las virtudes, como se ve en las diez vírgenes del Evangelio (Mt. 25, 1­13), que todas habían guardado virginidad y hecho buenas obras, y porque las cinco no habían puesto su gozo en la segunda manera -esto es, dirigiéndolo en ellas a Dios-, sino antes le pusieron en la primera manera, gozándose en la posesión de esas buenas virtudes (virginidad, buenas obras...), fueron echadas del cielo sin ningún agradecimiento ni galardón del Esposo. Y también muchos antiguos tuvieron muchas virtudes e hicieron buenas obras, y muchos cristianos el día de hoy las tienen y obran grandes cosas, y no les aprovecharán nada para la vida eterna, porque no pretendieron en ellas la gloria y honra que es de sólo Dios, y que es el punto más importante sin el cual el resto no sirve para el cielo.
Debe, pues, gozarse el cristiano, no en si hace buenas obras y sigue buenas costumbres, sino en si las hace por amor de Dios sólo, sin otro interés ni aspecto alguno. Porque, cuanto son virtudes destinadas para mayor premio de gloria y hechas sólo para servir a Dios, tanto para mayor confusión de quien las haya hecho le servirán delante de Dios en cuanto más le hubieren movido otros intereses fuera del Señor.

5. Para dirigir, pues, el gozo a Dios en los bienes morales, ha de advertir el cristiano que: el valor de sus buenas obras, ayunos, limosnas, penitencias, oraciones, etcetera, no se funda tanto en la cuantidad y cualidad de ellas, sino en el amor de Dios que esa persona lleva en ellas al ejercerlas. Y así entonces van tanto más calificadas cuanto con más puro y entero amor de Dios van hechas, y a su vez menos esa persona quiera buscar interés acá y allá de ellas en cuanto al gozo que obtenga, gusto, consuelo, alabanza, etc. (Nota del corrector: incluso en la oración debemos buscar a Dios, no nuestro gusto, nuestra comodidad, nuestro agrado, o los consuelos del Señor, nos vengan éstos o no mientras oramos). Y por eso, ni ha de asentar el corazón en el gusto, consuelo y sabor y los demás intereses que suelen traer consigo los buenos ejercicios, virtudes y obras, sino recoger el gozo a Dios, deseando servirle con ellas y purgándose y quedándose a oscuras de este gozo, queriendo que sólo Dios sea el que se goce de ellas y guste de ellas en lo escondido, sin ninguno otro premio y fruto que la honra y la gloria de Dios (nota del corrector: cuando buscamos sentir satisfacción propia con la oración, le restamos ese placer y dulzura al Señor; debemos buscar a Dios y que sea su gozo, y nosotros irnos y dirigirnos a Jesús sólo por ser quién es, por amor y no por lo que nos pueda dar o lo que no). Y así recogerá en Dios toda la fuerza de la voluntad acerca de estos bienes morales (nota del corrector: es decir, nuestras fuerzas y empeños hechos con nuestra fuerza de voluntad se irán entonces a Dios, no a los bienes morales).