Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

27.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (134)



CAPÍTULO 30.
Se empiezan a explicar el quinto género de bienes en los cuales se puede gozar la voluntad, los cuales son los bienes sobrenaturales, y se muestra los que son y cómo distinguirlos de los espirituales, así como la forma de encaminar el gozo de ellos hacia Dios.


1. Ahora conviene tratar del quinto género de bienes en que el alma puede gozarse, que son sobrenaturales. Por los cuales entendemos aquí todos los dones y gracias dados de Dios que exceden la facultad y virtud natural, que se llaman "gratis datas", como son los dones de sabiduría y ciencia que dio a Salomón, y las gracias que dice san Pablo (1 Cor. 12, 9­10), conviene a saber: fe, gracia de curación, operación de realizar milagros, profecía, conocimiento y discreción de espíritus, declaración de las palabras -predicación- y también el don de lenguas.

2. Los mencionados bienes, aunque es verdad que también son espirituales como los del mismo género que hemos de abordar más adelante, dado que todavía hay mucha diferencia entre ellos, he querido hacer esta distinción. Porque el ejercicio de estos tiene inmediato efecto sobre el provecho de los hombres, y para ese provecho y fin los da Dios, como dice san Pablo (1 Cor. 12, 7), que a ninguno se da espíritu sino para provecho de los demás, lo cual se debe entender de estas gracias. Sin embargo los espirituales, su ejercicio y trato es sólo del alma a Dios y de Dios al alma, en comunicación de entendimiento y voluntad, etc., como diremos después. Y así, hay diferencia en el objeto, pues que de los espirituales sólo es entre el Creador y el alma, mas de los sobrenaturales es la criatura. Y también difieren en la sustancia, y por consiguiente en la operación, y así también necesariamente en la doctrina.

3. Pero, hablando ahora de los dones y gracias sobrenaturales como aquí las entendemos digo que, para purgar el gozo vano en ellas, conviene aquí notar dos provechos que hay en este género de bienes que conviene saber: temporal y espiritual.
El temporal es la curación de las enfermedades, recibir vista los ciegos, resucitar los muertos, expulsar a los demonios, profetizar lo venidero para que miren los oyentes por sí, y los demás de semejante manera.
El espiritual provecho y eterno es ser Dios conocido y servido por estas obras, por el que las opera o por los que quienes (o quién) y delante de quien se obran (nota del corrector: es decir, el espectador -si lo hubiera- o los espectadores, los presentes, y el afectado o necesitado a quienes van dirigidos los beneficios).

4. Cuanto al primer provecho, que es temporal, las obras y milagros sobrenaturales poco o ningún gozo del alma merecen porque, excluido el segundo provecho, poco o nada le importan al hombre, pues de suyo no son medio para unir el alma con Dios, si no es la caridad. Y estas obras y gracias sobrenaturales incluso sin estar en gracia y caridad se pueden ejercutar, sea ahora dando Dios los dones y gracias verdaderamente, como hizo el inicuo profeta Balam (Nm. 22­24) y a Salomón, o también ahora obrándolas falsamente por vía del demonio, como Simón Mago (Hch. 8, 9­11), por otros secretos de la naturaleza. Las cuales obras y maravillas, si algunas habían de ser al que las obra de algún provecho, eran las verdaderas que son dadas de Dios (y no las otras).
Y por lo tanto este tipo de obras, sin el segundo provecho, ya enseña san Pablo (1 Cr. 13, 1­2) lo poco que valen, diciendo: "Si hablare con lenguas de hombres y de ángeles y no tuviere caridad, hecho soy como el metal o la campana que suena. Y si tuviere profecía y conociere todos los misterios y toda ciencia, y si tuviere toda la fe, tanto que traspase los montes, y no tuviere caridad, nada soy...", etc. De tal manera que Cristo dirá a muchos que habrán estimado sus obras de este modo, cuando por ellas le pidieren las gentes llegar a la gloria diciendo: "Señor, ¿no profetizamos en tu nombre e hicimos muchos milagros?", Él les dará la siguiente respuesta: "Apartaos de mí, obradores de maldad" (Mt. 7, 22­23).

5. Debe, pues, la persona gozarse no en si tiene las tales gracias y las ejercita, sino si obtiene de ellas el segundo fruto espiritual, a saber: sirviendo a Dios en ellas con verdadera caridad, que es donde se encuentra el fruto de la vida eterna. Que por eso reprendió Nuestro Salvador (Lc. 10, 20) a los discípulos, que se venían gozando porque lanzaban los demonios, diciéndoles: "En esto no os queráis gozar porque los demonios se os sujetan, sino porque vuestros nombres están escritos en el libro de la vida". Que en buena teología sería como decir: "Gozaos si están escritos vuestros nombres en el libro de la vida". Donde se entiende que no se debe el hombre gozar sino en ir en el sendero que conduce hacia la vida, que es hacer las obras en caridad. Tengamos en cuenta: ¿qué aprovecha y qué vale delante de Dios lo que no es amor de Dios? El cual amor no es perfecto si no es fuerte -contundente- y discreto -cuidadoso- en purgar el gozo de todas las cosas, poniendo su gozo sólo en hacer la voluntad de Dios. Y de esta manera se une la voluntad con Dios por estos bienes sobrenaturales.







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