Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

10.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (148)



CAPÍTULO 44.
Se explica cómo se debe dirigir a Dios el gozo y la fuerza de la voluntad por este tipo de devociones.


1. Sepan pues estos, que cuanta más fiducia hacen de estas cosas y ceremonias, tanta menor confianza tienen en Dios, y no alcanzarán de Dios lo que desean. Hay algunos que más oran por su pretensión que por la honra de Dios. Incluso aunque ellos suponen que, si Dios se ha de servir y si el Señor lo desea se realice lo que piden, y si no, no, todavía por la propiedad y vano gozo que en ello llevan multiplican demasiados ruegos por tratar de conseguir su parecer, y esos esfuerzos les estaría mejor mudarlos en cosas de más importancia para ellos, como es el limpiar de veras sus conciencias y entender de hecho en los aspectos que conciernen a su salvación, posponiendo muy atrás todas esas otras peticiones suyas que no estén en torno a esto. Y de esta manera, alcanzando esto que más les importa, alcanzarían también todo lo que del resto que piden les viniera a bien, aunque no insistiesen, y de una forma mucho mejor y más pronto que si toda la fuerza pusiesen en sus propios ruegos de interés.

2. Porque así lo tiene prometido el Señor por el evangelista (Mt. 6, 33), diciendo: "Pretended primero y principalmente el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os añadirán", porque esta es la pretensión y petición que es más a gusto del Señor. Y para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más a gusto de Dios, ya que entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que Él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos, según lo da claramente a entender David en uno de sus salmos (144, 18), diciendo: "Tú abres tu mano y sacias ( ... ) Cerca está el Señor de los que te invocan ( ... ) Oirá tu clamor ( ... ) Guarda a todos los que le aman", que le piden las cosas que son de veras más sublimes, como son las de la salvación, porque de este tipo de personas dice luego (Sal. 144, 19): "La voluntad de los que le temen cumplirá, y sus ruegos oirá, y los ha de salvar". Porque es Dios el guarda de los que bien le quieren. Y así, este estar tan cerca que aquí dice David no es otra cosa que estar Dios pronto a satisfacerlos y concederles aun lo que no les pasa por el pensamiento pedir. Porque así leemos (2 Crónicas 1:7-12) que, porque Salomón acertó a pedir a Dios una cosa que le dio gusto, que era sabiduría para acertar a regir justamente a su pueblo, le respondió Dios diciendo: "Porque te agradó más que otra cosa alguna la sabiduría, y ni pediste la victoria con muerte de tus enemigos, ni riqueza, ni larga vida, yo te doy no sólo la sabiduría que pides para regir justamente a mi pueblo, mas aun lo que no me has pedido te daré, que es riquezas, y sustancia, y gloria, de manera que ni antes ni despues de ti haya rey semejante a ti". Y así lo hizo, pacificándole también sus enemigos de manera que, pagándole tributo todos en derredor, no le perturbasen. Lo mismo leemos en el Génesis (21, 13) donde, prometiendo Dios a Abraham el multiplicar la generación del hijo legítimo como las estrellas del cielo, según él se lo había pedido, le dijo: "También multiplicaré al hijo de la esclava, porque es tu hijo".

3. De esta manera, pues, se han de dirigir a Dios las fuerzas de la voluntad y el gozo de ella en las peticiones, no dejándose caer en las invenciones de ceremonias que no usa ni tiene aprobadas la Iglesia católica, dejando el modo y manera de decir la misa al sacerdote, que allí la Iglesia tiene en su lugar, puesto que él tiene orden de esa misma Iglesia sobre cómo lo ha de hacer. Y no quieran ellos usar nuevos modos, como si supiesen más que el Espíritu Santo y su Iglesia. Que si por esa sencillez no los oyere Dios, crean que no los oirá por más invenciones que hagan. Porque Dios es de manera que, si le llevan por bien y a su condición, harán de Él cuanto quisieren; mas si se dirigien al Señor por puro interés, no hay forma agradable de hablarle.

4. Y en las demás ceremonias acerca del rezar y otras devociones, no quieran llevar la voluntad a otro tipo de ceremoniales y modos de oraciones de las que nos enseñó Cristo (Mt. 6, 9­13; Lc. 11, 1­2). Porque claro está que, cuando sus discípulos le rogaron que los enseñase a orar, les comunicó todo lo que hace al caso para que nos oyese el Padre Eterno, puesto que Cristo tan bien conocía su condición y la forma de tratar con su Padre, y así es que sólo les enseñó aquellas siete peticiones del Padrenuestro en que se incluyen todas nuestras necesidades espirituales y temporales, y no les dijo otras muchas maneras de palabras y ceremonias. Más aún, antes, en otra parte, les dijo que cuando orasen no quisiesen hablar mucho, porque bien sabía nuestro Padre celestial lo que nos convenía (Mt. 6, 7­8). Sólo encargó, con muchos encarecimientos, que perseverásemos en oración, es a saber, en la del Padrenuestro, diciendo en otro lugar de los evangelios que conviene siempre orar y nunca faltar (Lc. 18, 1). Mas no enseñó variedades de peticiones ni fórmulas rebuscadas, sino que éstas simples oraciones se repitiesen muchas veces y con fervor y con cuidado porque, como digo, en estas se encierra todo lo que es voluntad de Dios y todo lo que nos conviene. Que, por eso, cuando Su Majestad acudió tres veces al Padre Eterno, todas las tres veces oró con la misma palabra del Padrenuestro (el "hágase tu voluntad"), como nos dicen los Evangelistas, orando: "Padre, si no puede ser sino que tenga que beber este cáliz, hágase tu voluntad" (Mt. 26, 39).
Y las ceremonias con que Él nos enseñó a orar sólo es una de dos: o que sea en el escondrijo y lo recóndito de nuestro aposento, donde sin bullicio y sin dar cuenta a nadie lo podemos hacer con más entero y puro corazón, según Él dijo: "Cuando tú ores, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora" (Mt. 6, 6) o, si no, a los desiertos solitarios, como Él mismo lo hacía, y en el mejor y más quieto, solitario y silencioso tiempo de la noche (Lc. 6, 12). Y así, no hay para qué señalar determinado tiempo ni días limitados, ni señalar estos más que aquellos para nuestras devociones, ni hay para qué llevar a cabo otros modos ni retóricas o algarabías de palabras ni de oraciones, sino sólo las que usa la Iglesia y como ella las usa, porque todas se reducen a las que hemos dicho del Padrenuestro.

5. Y no condeno por eso, sino antes apruebo, algunos días que algunas personas a veces proponen para hacer devociones, como en ayunar y otras semejantes, sino el sentido que llevan en sus limitados modos y ceremonias con que las hacen. Como dijo Judit (8, 11­12) a los de Betulia, que los reprendió porque habían limitado a Dios el tiempo que esperaban del Señor misericordias, diciendo: "¿Vosotros ponéis a Dios tiempo de sus misericordias? No es" - dice -"esta forma de obrar para mover a Dios a clemencia, sino para despertar su ira".







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