CAPÍTULO 35.
Se abordan los bienes espirituales más provechosos que directamente pueden incidir en la voluntad, mostrando sus distintas formas.
1. A cuatro géneros de bienes podemos reducir todos los que directamente pueden dar gozo a la voluntad, conviene a saber: motivos (de moción), provocativos (que provocan), directivos (que dirigen) y perfectivos (que perfeccionan), de los cuales iremos diciendo por su orden, y primero, de los motivos, que son: imágenes y estampas de santos, oratorios y ceremonias.
2. Y cuanto a lo que toca a las imágenes y demás ilustraciones de santos, puede haber mucha vanidad y gozo vano, porque siendo ellas tan importantes para el culto divino y tan necesarias para mover la voluntad a devoción, como la aprobación y uso que tiene de ellas nuestra Madre la Iglesia muestra (por lo cual siempre conviene que nos aprovechemos de ellas para desempolvarnos de nuestra tibieza), hay muchas personas que ponen su gozo más en la pintura y ornato de ellas que no en lo que representan.
3. El uso de las imágenes lo ordenó la Iglesia para dos principales fines, es a saber: para reverenciar a los santos en ellas, y para mover la voluntad y despertar la devoción por ellas hacia esos mismos santos, y cuanto sirven de esto son provechosas y el uso de ellas necesario. Y, por eso, las que más a este propio principio evocan y más mueven la voluntad a devoción son las que se han de escoger, poniendo los ojos en esto más que en el valor y curiosidad de la hechura y su ornato. Porque hay, como digo, algunas personas que miran más en la curiosidad de la imagen y valor de ella que en lo que representa, y entonces la devoción interior (que espiritualmente han de dirigir hacia el santo invisible que la imagen representa, olvidando luego la imagen, que no sirve más que de motivo e inspiración), la emplean en el ornato y curiosidad exterior, de manera que se agrade y deleite el sentido y se quede el amor y gozo de la voluntad tan sólo en lo sensible. Lo cual impide totalmente al verdadero espíritu, que requiere aniquilación del afecto en todas las cosas materiales.
4. Esto se verá bien por el uso abominable que en estos nuestros tiempos usan algunas personas que, no teniendo ellas aborrecido el traje vano del mundo, adornan a las imágenes con el traje que la gente vana que la moda va inventando para el cumplimiento de sus pasatiempos y vanidades, y con el traje que en ellas es reprendido por la falta de modestia y demás, lo usan incluso para vestir las imágenes, cosa que al santo que la imagen representa resultó tan aborrecible (y obviamente todavía le resulta), procurando empujar a esto el demonio y ellos en el canonizar sus vanidades, poniendolas en los santos, no sin agraviarles mucho. Y de esta manera, la honesta e importante devoción del alma, que de sí echa y arroja toda vanidad y rastro de ella, ya se les queda en poco más que en ornato de muñecas, no sirviendose algunos de las imágenes más que de unos ídolos en que tienen puesto su gozo. Y así, vereis algunas personas que no se hartan de añadir imagen a imagen, y que no sea sino de tal y tal suerte y hechura, y que no esten puestas sino de tal o tal manera, de manera que quien se deleite sea el sentido, mientras que la devoción del corazón es muy poca. Y algunos tienen tanto asimiento en esto que se parecen a Micas en sus ídolos o como Labán, que el uno salió de su casa dando voces porque se los llevaban (Jue. 18, 24), y el otro, habiendo ido mucho camino y muy enojado por ellos, removió todas las alhajas de Jacob, buscándolos (Gn. 31, 34).
5. La persona realmente devota pone su devoción principalmente en lo invisible, y pocas imágenes necesita y de pocas usa, y de entre esas pocas solo aquellas que más se conforman con lo divino que con lo humano, conformándolas a ellas y a sí en ellas con el traje del otro siglo y su condición, y no con ropajes modernos, porque no solamente no le mueve el apetito la figura de este siglo, sino que aún ni siquiera se acuerda por esa figura de la forma de vestir actual, ya que delante de los ojos la imagen no posee cosa que a la moda se le parezca. Ni en esas figuras de las que usa tiene asido el corazón porque, si se las quitan, se pena muy poco ya que la viva imagen busca dentro de sí, que es Cristo crucificado, en el cual antes gusta de que todo se lo quiten y que todo le falte.
Hasta los motivos y medios que llegan más a Dios, quitándoselos, queda impasible. Porque mayor perfección del alma es estar con tranquilidad y gozo en la privación de estos motivos que en la posesión con apetito y asimiento de ellos. Que, aunque es bueno gustar de tener aquellas imágenes que ayuden al alma a más devoción (por lo cual se ha de escoger la que más mueve a este fin), no es perfección estar una persona tan asida a ellas que con propiedad las posea hasta el punto de que, si se las quitaren, se entristezca.
6. Tenga por cierto el alma que, cuanto más asida con propiedad estuviere a la imagen o motivo, tanto menos subirá a Dios su devoción y oración, aunque es verdad que, por estar unas más al propio que otras y excitar más la devoción unas que otras, conviene aficionarse más a unas que a otras por esta causa sólo y no con la propiedad y asimiento que hemos mencionado. Debe evitarse por tanto que, lo que debería de llevar el espíritu volando por medio de la imagen a Dios, olvidando luego esa imagen y todo lo demás, se quede solo en el sentido, estando todo engolfado en el gozo de los instrumentos que, habiendo de servir sólo para ayuda de esto, por mi imperfección me sirva sin embargo para estorbo, y a veces incluso no menos que el asimiento y propiedad de otra cualquiera cosa material.
7. Pero para quien en esto de las imágenes tenga todavía alguna objección, por no tener una bien entendida la desnudez y pobreza del espíritu que requiere la perfección, a lo menos no se debería tener en la imperfección que comúnmente se tiene en los rosarios, pues apenas se hallará quien no tenga alguna flaqueza en ellos queriendo que sea de esta hechura más que de aquella, o de este color y metal más que de aquel, o de este ornato o con otros detalles, cuando realmente no importa más el uno que el otro para que Dios oiga mejor lo que se reza por este que por aquel. Lo que realmente importa es más bien aquella oración que va con sencillo y verdadero corazón, no mirando más que a agradar a Dios no dándose nada más por este rosario que por aquel, si no fuese de indulgencias.
8. Es nuestra vana codicia de suerte y condición, que en todas las cosas quiere hacer asiento; es como la carcoma, que roe lo sano, y en las cosas buenas y malas hace su oficio y daño. Porque ¿qué otra cosa es gustar tú de traer el rosario adornado y querer que sea antes de esta manera que de aquella, sino tener puesto tu gozo en el instrumento? ¿Y qué sentido tiene querer escoger antes esta imagen que la otra, no mirando si te despertará más el amor, sino en si es más preciosa y curiosa? Si tú empleases el apetito y gozo sólo en amar a Dios, te daría lo mismo lo uno que lo otro. Y es de lástima ver algunas personas espirituales tan asidas al modo y hechura de estos instrumentos, que se encuentran prisioneras teniendo en este tipo de imágenes y elementos el mismo asimiento y propiedad que en cuales quiera otras alhajas temporales.
| Preparación: Oratorio Carmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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